lunes, 20 de julio de 2020

El signo de Jonás (Mt 12, 38-42)

P. Carlos Cardó SJ
Jonás y la ballena, mural de Albertus Pictor (Siglo XV), pintado en el techo de la iglesia luterana de Härkeberga, Uppsala, Suecia
Entonces algunos maestros de la Ley y fariseos le dijeron: «Maestro, queremos verte hacer un milagro».
Pero él contestó: «Esta raza perversa e infiel pide una señal, pero solamente se le dará la señal del profeta Jonás. Porque del mismo modo que Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del gran pez, así también el Hijo del Hombre estará tres días y tres noches en el seno de la tierra. Los hombres de Nínive resucitarán en el día del juicio junto con esta generación y la condenarán, porque ellos cambiaron su conducta ante la predicación de Jonás, y aquí ustedes tienen mucho más que Jonás. La reina del Sur resucitará en el día del juicio junto con los hombres de hoy, y los condenará, porque ella vino desde los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí ustedes tienen mucho más que Salomón».
En este pasaje, los letrados, llamados también doctores o maestros de la ley, se asocian a los fariseos para exigirle a Jesús una señal que equivalga a una credencial divina de su misión para poder creer en Él como el enviado de Dios. Quieren que Jesús realice algo visible, una acción simbólica, un signo celeste o un rasgo corporal que demuestre de manera inequívoca su identidad, ya que juzgan inadmisible su pretensión de obrar en nombre de Dios. Por eso lo apremian: queremos ver una señal tuya personal.
Jesús ve la incredulidad de sus oyentes y ve en ella también reflejada la incredulidad del pueblo de Israel. Estamos en plena crisis galilea: el pueblo que al comienzo le siguió entusiasmado, después por influjo de sus autoridades, le dio la espalda, y Jesús abrió el alcance de su mensaje salvífico a los pueblos extranjeros. Por eso su respuesta es categórica.
En la persona de sus interlocutores ve al pueblo, a la generación perversa y adúltera que exige una señal. El calificativo de perversa denuncia su incapacidad de hacer el bien, como el árbol malo que da frutos malos (7,17s), y de decir algo bueno porque son malos (12, 34s). El otro adjetivo es una clara alusión a la infidelidad de Israel, esposa adúltera de Yahvé, que rompe la alianza (Os 3, 1; Ez 16,38; 23, 45).
Por eso, Jesús no les dará lo que ellos piden, un signo material y sensible, sino una señal cuyo significado exige fe para ser entendida. Haciendo un paralelo con Jonás les hace ver que la peripecia vivida por el profeta en el vientre del pez durante tres días con sus tres noches,  fue un signo anticipatorio de la muerte del Hijo del hombre y de su permanencia en el reino de los muertos. Esta es la «señal» que Dios ofrecerá a aquella generación; pero será una señal paradójica para Israel porque, por una parte, señalará su culpa en la muerte de Jesús y, por otra, la posibilidad de salvarse por medio de esa misma muerte redentora si se adhieren a Él por la fe.
Vienen después dos referencias bíblicas que denuncian la incredulidad del pueblo. Su gravedad queda demostrada con la comparación entre la actitud de los hijos de esa generación con la de los habitantes de Nínive y con la de la reina de Saba. Asimismo, la afirmación de la superioridad de Jesús respecto al famoso profeta y al sabio rey Salomón, echa en cara a los letrados y fariseos su cerrazón para entender la autoridad con que Jesús, como el enviado definitivo, ha anunciado la venida del reino de Dios.
La persona de Jesús, la sabiduría de su mensaje y la obra salvadora que realiza en favor nuestro, por puro amor, deberían ser el argumento suficiente para creer en Él. Pero muchas veces nuestra fe es débil e inconstante. Entonces, como los letrados y fariseos, esperamos pruebas y demostraciones visibles para reemprender el camino en que estábamos. Las razones que antes sostenían nuestro compromiso cristiano se nos tornan insuficientes y nos sobreviene la tibieza, la falta de mística y ardor espiritual. En tales momentos no hay que esperar cosas extraordinarias para reencender el fervor, ni se deben hacer cambios que impliquen abandono de nuestros antiguos propósitos.

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