P.
Carlos Cardó SJ
Espigas cogidas en sábado, óleo sobre lienzo de Giulio Cesare
Procaccini (Siglo XVII), Palacio Real de Riofrío, Segovia, España
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Un sábado, atravesaba Jesús por los sembrados. Los discípulos, que iban con él, tenían hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerse los granos.Cuando los fariseos los vieron, le dijeron a Jesús: "Tus discípulos están haciendo algo que no está permitido hacer en sábado".Él les contestó: "¿No han leído ustedes lo que hizo David una vez que sintieron hambre él y sus compañeros? ¿No recuerdan cómo entraron en la casa de Dios y comieron los panes consagrados, de los cuales ni él ni sus compañeros podían comer, sino tan sólo los sacerdotes? ¿Tampoco han leído en la ley que los sacerdotes violan el sábado porque ofician en el templo y no por eso cometen pecado? Pues yo digo que aquí hay alguien más grande que el templo.Si ustedes comprendieran el sentido de las palabras: Misericordia quiero y no sacrificios, no condenarían a quienes no tienen ninguna culpa. Por lo demás, el Hijo del hombre también es dueño del sábado".
El texto está en relación con el anterior, de la llamada de Jesús
a los que andan cansados y agobiados por una religión que oprime las
conciencias con el legalismo y sofoca la libertad. Quiere hacer ver que lo
importante es el espíritu, no la materialidad de la ley.
La escena es muy sencilla. Los discípulos de Jesús atraviesan con
Él un sembrado en día sábado. Tienen hambre, arrancan espigas de trigo y se
comen los granos. Un grupo de fariseos observan y reaccionan emplazando a
Jesús, como responsable del grupo: ¿No te
das cuenta que tus discípulos hacen algo que no está permitido en sábado?
Representan a los sabios y
prudentes que pueden conocer lo que está mandado, pero no conocen a Dios ni
ayudan a la gente a encontrarse con Dios. Se consideran los puros, con derecho
a controlar la conducta de la gente y oprimen
a los demás en la red de preceptos y prohibiciones que han tejido, y que a
ellos también oprimen. Su mayor preocupación era que todo el mundo cumpliera
con el mandato del descanso en día sábado y, para garantizar su cumplimiento,
habían especificado estrictamente las treinta y nueve obras que estaban prohibidas
en sábado.
Para responder, Jesús adopta el estilo rabínico de argumentación a
base de citas de la Escritura, y concluye diciendo que Él está por encima del
templo y del sábado, y declara que las instituciones religiosas, aun la del
sábado, que es la más sagrada, están al servicio de las personas, para
ayudarlas a encontrarse con Dios y no para oprimirlas. La autoridad con que da
este giro fundamental a la práctica de la religión y de la moral aparece como
entrelíneas, entretejida en la relación que hay entre su persona y los temas
santos de la Escritura que toca en su argumentación: la realeza de David, el
templo, los panes de la ofrenda, el descanso sabático y las prerrogativas de
los sacerdotes
En primer lugar, está la alusión a David, el rey santo, que prefigura
al Mesías-rey por venir. Jesús es descendiente suyo, heredero de su trono, pero
quien llevará a plenitud el significado y contenido de la realeza de Dios. En
segundo lugar, el templo, la casa de Dios. Jesús es el nuevo templo; en Él y
por Él el hombre tiene acceso real y directo a lo sagrado, porque Él es la
morada de Dios con nosotros, Emmanuel.
El nuevo templo, que es su cuerpo, será destruido en la cruz, pero
se levantará glorioso en la resurrección. Los panes llamados de la proposición
se guardaban en el Tabernáculo y simbolizaban la comunión ininterrumpida del
pueblo con Dios, autor de los bienes de que gozaba su pueblo; se renovaban cada
semana y sólo los podían consumir los sacerdotes. Esos panes eran un tímido
anuncio del verdadero pan del cielo, que es el cuerpo de Jesús entregado para
que quien lo coma tenga vida eterna.
Por último, los sacerdotes: eran los que tenían acceso al
tabernáculo y ofrecían a Dios los sacrificios de alabanza o de expiación, para
lo cual eran ungidos con aceite (Ex 29,7).
Con Jesús se abre para todos el acceso a Dios. Él es el ungido y consagrado, capaz
de ofrecer el único sacrificio que borra los pecados del mundo y une a Dios con
nosotros.
En la argumentación de Jesús se ve que la presencia de David fue
la que legitimó la acción que realizaron sus compañeros al comer los panes, que
sólo podían comer los sacerdotes. Asimismo, la presencia de Jesús es lo que
legitima la acción de sus discípulos que está prohibida en sábado. En el caso
siguiente, Moisés exoneró a los sacerdotes del descanso sabático porque se
dedicaban al cuidado del templo, que está por encima del sábado. Por su parte,
Jesús, declarando su superioridad sobre el templo, hace ver que tiene autoridad
para permitir que sus discípulos coman espigas en sábado.
Y para cerrar su argumentación, Jesús cita al profeta Oseas, que
afirmó la superioridad del culto espiritual sobre el culto ritual. Con ello
demostraba que los fariseos no cumplían la voluntad de Dios revelada al
profeta. Ellos exigían la observancia rigurosa de prescripciones y tradiciones
humanas, pero descuidaban el mandamiento del amor misericordioso. Jesús, en
cambio, obra como Dios quiere: poniendo por encima de todo la misericordia,
cumple su voluntad.
Y para que esto quede claro, sintetiza todo lo dicho con la afirmación:
El Hijo del hombre es señor del sábado.
Si algo es superior al sábado eso sólo es Dios. Jesús reivindica para sí tal
superioridad, y con esa autoridad relativiza todas las leyes religiosas,
subordinándolas a lo más importante en la vida: el amor misericordioso al
prójimo.
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