P. Carlos Cardó SJ
Detalle de la Última Cena, óleo sobre
lienzo de Juan de Juanes (1555 – 1562), Museo Nacional del Prado, Madrid, España
Jesús les dijo: "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los Profetas: Serán todos enseñados por Dios, y es así como viene a mí toda persona que ha escuchado al Padre y ha recibido su enseñanza. Pues, por supuesto que nadie ha visto al Padre: sólo Aquel que ha venido de Dios ha visto al Padre. En verdad les digo: El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Sus antepasados comieron el maná en el desierto, pero murieron: aquí tienen el pan que baja del cielo, para que lo coman y ya no mueran. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo".Los judíos rechazan las palabras de Jesús: Yo soy el pan que ha bajado del cielo, porque para ellos el pan del cielo (pan de Dios) es la Ley que Dios les dio por medio de Moisés, con cuyo cumplimiento demuestran su pertenencia al pueblo escogido y se sienten seguros de la salvación. No pueden aceptar que Jesús pretenda estar por encima de la Ley y de Moisés. Más aún, no pueden aceptar que, llamándose a sí mismo pan bajado del cielo, insinúe que Dios habla en Él, que Él es la Palabra de Dios vivo.
Pero Jesús no se
echa atrás e insiste: Nadie pude venir a
mí si el Padre que me envió no se lo concede… Con esto quiere decir que el
encuentro con Él es una gracia que Dios da, y que por medio de ella se alcanza
la verdadera vida. Yo lo resucitaré en el
último día.
Tener acceso a Dios
como el bien absoluto, meta de todo anhelo profundo, alcanzar una vida que
perdura es, en cierto modo, una tendencia o aspiración inherente al ser humano,
lo afirme o no explícitamente. Tal atracción, de hecho, puede intuirse en toda
búsqueda humana de sentido y en toda realización o esfuerzo mediante el cual la
persona se trasciende a sí misma. Pero esto no significa que simplemente porque
aspira a ello va a tener acceso directo al misterio del ser divino.
El evangelio de
Juan presenta a Jesús como el mediador entre los hombres y Dios porque ha
venido de Él para acercárnoslo: No que
alguien haya visto a Dios. Sólo el que ha venido de Dios ha visto al Padre. En
Jesús, se realiza la revelación y cercanía máxima de Dios. Y por eso, quien cree
en Él y se adhiere a Él se encuentra con Dios y alcanza el logro pleno de su
existencia, que llamamos vida eterna.
Naturalmente, al no
reconocer su origen divino y verlo como un simple hombre, los judíos no pueden
aceptarlo como el pan del cielo que da vida eterna. Pero Jesús reitera que ésta
se ofrece justamente en su humanidad, designada como carne entregada para la vida del mundo. El que come de este pan (quien asimila mi vida, mi modo de ser
hombre), vivirá para siempre. Y el pan
que yo daré es mi carne (mi persona, la totalidad de lo que yo soy). Y yo la doy para la vida del mundo.
Carne y sangre, para los hebreos, significaban
la persona real y concreta. La carne
no era solamente el soporte material de la existencia, ni la sangre era simplemente un elemento
orgánico de la persona. Carne es toda
la persona, y sangre es sinónimo de
la vida que Dios da y que a Dios pertenece. Así, pues, comer su carne y beber su sangre significaban entrar en comunión
con Él, asimilar su modo de ser.
Eso es lo que da al
hombre la vida que perdura, porque es participación de la vida-amor de Dios,
que es más fuerte que la muerte. Por eso, aunque a los judíos les resultó un
lenguaje duro y crudo, Jesús no dudó en emplear el verbo comer, porque comer
significa asumir, digerir, asimilar. 10 veces se emplea el verbo comer, en el sentido de masticar, 6 veces se menciona la carne y 4 veces beber su sangre.
El comer humano es
más que una función vital de conservación; es un acto de comunión entre quien
da la vida y quien come. El comer es comunicación. Comer el cuerpo de Jesús,
pan nuestro, es convertirnos en Él. Amándolo y comiendo su carne nos hacemos
hijos de Dios, entramos en comunión con el Padre y con nuestros semejantes.
Podríamos decir que las dos afirmaciones más importantes del texto son
éstas: El que cree tiene vida eterna,
y El que come de este pan vivirá para
siempre. Creer
en Jesús es asumir como propio lo que Él es. Comer su cuerpo es asimilar su ser.
En esto consiste la «vida eterna» que se nos concede vivir ya desde ahora. No solamente
una vida que trasciende la duración del tiempo y sobrepasa los límites de la
muerte, sino la vida definitiva, la
que todo ser humano anhela. Una vida así sólo es posible si entramos a
participar en la vida de Dios. Y eso es justamente lo que Jesús nos ofrece y
promete
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