P.
Carlos Cardó SJ
Jesús
cura a un inválido en la piscina de Bethesda, óleo sobre lienzo de Jean Bernard
Restout (Siglo XVIII ), Biblioteca
de Arte Bridgeman, Londres
Los judíos recogieron piedras para apedrearlo.Jesús les dijo: "Por encargo del Padre os he hecho ver muchas obras buenas: ¿por cuál de ellas me apedreáis?
Le contestaron los judíos: "Por ninguna obra buena te apedreamos, sino por la blasfemia, porque siendo hombre te haces Dios".
Jesús les contestó: """¿No está escrito en vuestra ley: "Yo os digo: sois dioses? ". Si la ley llama dioses a aquéllos a quienes se dirigió la Palabra de Dios, y la Escritura no puede fallar, al que el Padre consagró y envió al mundo, ¿vosotros decís que blasfema porque dijo que es Hijo de Dios? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a mis obras, y os convenceréis de que el Padre está en mí y yo en el Padre".
Último enfrentamiento de Jesús con los judíos. Ya antes
lo han querido apedrear (Jn 8,59).
Les resulta una ofensa a Dios decir que sus palabras son las del Altísimo y que
sus obras corresponden a las de su Enviado. Jesús, por su parte, ha dicho de
ellos que tienen por padre al diablo, mentiroso y homicida, y que por eso se
muestran agresivos con él y lo quieren matar. Pero para ellos la cosa está
clara: si lo dejan hablar, van a quedar desacreditados, ellos que son precisamente
los representantes oficiales de Dios.
Jesús se defiende. No puede presentar testimonio humano alguno que
valga para acreditar su misión de Mesías, pero sí puede apelar a las obras.
Ellas hablan por sí solas: el resultado de los signos que realiza en favor de
los enfermos y de los pobres, sólo Dios puede lograrlo. Con sus curaciones de
enfermos y sus acciones en favor de la vida, Jesús rehace la creación rota por
el pecado de los hombres, salva al mundo de la muerte, libera, da vida aun a quienes
quieren lapidarlo.
Jesús califica sus obras de excelentes.
Así son las obras de Dios. El Génesis lo dice al acabar la obra de la
creación: vio Dios todo lo que había
hecho, y todo era muy bueno (1,31). Las
obras del Hijo son igualmente excelentes. Nicodemo, personaje importante,
miembro del grupo de los fariseos, lo había reconocido: Maestro, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos; nadie, en
efecto, puede realizar los signos que tú haces si Dios no está con él (Jn
3,2).
Y porque lo sabían muy bien, los que tenían enfermos de diversas
enfermedades se los llevaban y toda la gente quería tocarlo, porque de Él salía
una fuerza que los sanaba a todos (Lc
6,19). Manifestaba especial compasión ante
las multitudes hambrientas y abandonadas (Mc
6,34; 8,2s; Mt 9,36; 14,14; 15,32), hizo ver a los ciegos, oír a los
sordos, andar a los inválidos, hizo presente el amor perdonador de su Padre
para los pecadores y los perdidos.
Su fama de compasivo se extendió por todas partes y los afligidos no
dudaban en invocarlo como a Dios mismo: ¡Kyrie
eleison! ¡Señor, ten piedad! (Mt 15,22; 17,15; 20,30s). Con todas estas
acciones Jesús continúa la obra de su Padre: Mi Padre trabaja y yo también trabajo (Jn 5,17).
No obstante, los judíos replican: No es por ninguna obra buena por lo que queremos apedrearte, sino por
haber blasfemado. Pues tú, siendo hombre te haces Dios. Querían otra
manifestación de Dios porque creían en otro Dios. Mantenían la idea de un dios distante
e inaccesible, al que se podía complacer con ofrendas, sacrificios, tradiciones
y normas y en quién podían basar su autoridad de jefes y maestros, con todas
las ganancias que ello les reportaba.
En Jesús, en cambio, en su humanidad, en su manera de ser hombre,
se revelaba un Dios diferente: Dios de misericordia y de gracia, Dios que sigue
dando vida por medio de su Hijo. Las obras de Jesús sólo pueden provenir de Él.
Jesús, por lo tanto, no blasfema; ese es su argumento. Y entran así en crisis
todas las formas e imágenes erradas con que se concebía a Dios en su relación
con los hombres.
Si se tiene en cuenta, finalmente, que el contexto en que Jesús
habla de sus obras es el de la fiesta de renovación del templo, no cabe duda de
que una vez más Jesús habla de sí mismo como el templo verdadero, para la adoración de Dios en espíritu y verdad (Jn 4,23), templo indestructible que en
tres días se levantará de nuevo (Jn 2, 19),
templo en el que resplandece la gloria del Padre y desciende a nosotros su
Espíritu para al perdón de los pecados (Jn
20, 23) y para guiarnos al conocimiento de la verdad completa (Jn 16, 13).
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