miércoles, 15 de abril de 2020

Aparición a los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35)

P. Carlos Cardó SJ
La cena de Emaús, óleo sobre lienzo de Michelangelo Merisi da Caravaggio (1614 - 1621), Museo de Historia del Arte, Viena, Austria
El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron.Él les preguntó: "¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?".Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: "¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?".Él les preguntó: "¿Qué cosa?".Ellos le respondieron: "Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que Él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a Él no lo vieron".Entonces Jesús les dijo: "¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?". Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a Él.Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, Él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: "Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer". Y entró para quedarse con ellos.
Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero Él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: "¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!".Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: "De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón".
Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Este texto, uno de los más bellos de la Biblia, nos ayuda a descubrir la presencia viva del Señor en circunstancias concretas: cuando dos o tres nos reunimos en su nombre; cuando meditamos la Palabra de Dios que ilumina nuestra vida; cuando llevamos a la práctica la Palabra y acogemos al sin techo o compartimos el pan con el hambriento; y cuando celebramos la eucaristía.
Era el mismo día de la Pascua, cuando dos discípulos, abatidos por la decepción y la pena que les causó verlo morir en cruz, se marcharon a su vida de antes, sin ilusión, sin esperanza.
No obstante, algo inexplicable hace que se reúnan para hacer el camino juntos. Y conversan y discuten sobre lo que ha pasado, cuando en realidad no tendrían ya nada de qué hablar una vez que lo enterraron y el grupo se disolvió. De pronto, sin embargo, sin que ellos se dieran cuenta, Jesús en persona se puso a caminar con ellos.
Y aquí está lo primero que el texto evangélico dice a nuestra realidad: ¿hacemos eso nosotros, nos buscamos unos a otros cuando nos ocurre algo que no esperábamos y estamos tentados a pensar que Dios no ha sido buenos con nosotros? ¡Ay del solo si cae: no tiene quien lo levante! dice también la Escritura (Ecl 4,10). En cambio quien reacciona contra la crisis por la que esté pasando y busca la comunidad, hallará allí mismo la compañía del Señor.
¿Qué conversación es esa que traen en el camino?, les dice, mostrando interés por lo que les pasa. Ellos se detuvieron con la cara triste. La tragedia vivida se refleja en sus rostros y, con ella, la tristeza que es mala consejera. Uno de ellos, llamado Cleofás, confiesa: Nosotros esperábamos que Jesús iba a ser el libertador de Israel. Y, sin embargo, ya hace tres días que ocurrió esto... Cuántas veces lo que esperamos no resulta y es duro reconocer que los caminos del Señor no son nuestros caminos.
Y lo que uno planifica o proyecta, ¿saldrá finalmente? Siempre puede haber motivo para la decepción y el desánimo. ¿Pero buscamos entonces, una y otra vez, en la Escritura la Palabra que puede iluminar lo que ha ocurrido? Eso fue lo que hizo Jesús con los discípulos de Emaús, los remitió a la Escritura: ¡Qué torpes son y qué lentos para creer!... y comenzando por Moisés y siguiendo por los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura.
Como el reconocer a Cristo resucitado es un proceso progresivo, ellos lo ven todavía como un extranjero. Y llegan así a Emaús, donde Él hace ademán de seguir adelante, pero ellos lo presionaron: Quédate con nosotros… porque cae la noche ¿Es éste el deseo que brota en nosotros cuando nos encaminamos a nuestro “Emaús” y nos cae la noche? Lo presionaron, dice el texto. ¿Insistimos, imploramos? Ellos pensaban huir, abandonándolo todo, pero Él les ha dado alcance. Ahora lo invitan a sentarse a la mesa y ocurre lo sorprendente: Él, de invitado, se convierte en anfitrión, se hace el centro de la mesa.
Entonces Jesús tomó el pan, pronunció la bendición [euxaristeia], lo partió y se lo dio. Son las mismas palabras centrales de la eucaristía, que seguimos repitiendo en el momento de la consagración. Y a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. De modo que es en la eucaristía donde le encontramos y reconocemos mediante la fe.
Pero él desapareció. Lo hace tal como se lo había advertido: Voy a prepararles un lugar (Jn 14,2). Conviene que yo me vaya (Jn 16,7). Por eso su desaparición física no los vuelve a hacer caer en la tristeza. Ellos tienen ya la certidumbre de que no los abandona nunca, pues les ha dejado su Espíritu que les hace ver al Señor en toda circunstancia, sobre todo en la práctica de la caridad para con el prójimo y en la celebración de la eucaristía.

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