miércoles, 1 de abril de 2020

La verdad los hará libres (Jn 8, 31-42)

P. Carlos Cardó SJ
Rostro de Cristo, pintura de autor anónimo en la Catacumba de Comodila, Roma (finales del siglo IV)
A los judíos que habían creído en él, Jesús les dijo: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, entenderán la verdad y la verdad los hará libres”.Le contestaron: “Somos del linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Por qué dices que seremos libres?”. Jesús les contestó: “Les aseguro que quien peca es esclavo; y el esclavo no permanece siempre en la casa, mientras que el hijo permanece siempre. Por tanto, si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres. Me consta que son del linaje de Abrahán; pero intentan matarme porque no les cabe mi palabra. Yo digo lo que he visto junto a mi Padre; ustedes hacen lo que han oído a su padre”.
Le contestaron: “Nuestro padre es Abrahán”.Replicó Jesús: “Si fueran hijos de Abrahán, harían las obras de Abrahán. Ahora bien, intentan matarme, a mí que les he dicho la verdad que le escuché a Dios. Eso no lo hacía Abrahán. Ustedes hacen las obras de su padre”.Entonces le responden: “Nosotros no somos hijos bastardos; tenemos un solo padre, que es Dios”.Jesús les replicó: “Si Dios fuera el Padre de ustedes, me amarían, porque yo vine de parte de Dios y aquí estoy. No vine por mi cuenta, sino que Él me envió”.
La verdad los hará libres. Es una de las frases más certeras de Jesús en el evangelio. Hay que leerla junto con su afirmación: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).  
La verdad de la que habla no es la que en lenguaje común empleamos para decir que un pensamiento o una palabra es conforme con la realidad. Tampoco se refiere a la verdad tal como era entendida en el Antiguo Testamento, que hace referencia a aquello que es sólido, estable, seguro, probado y digno de confianza, en lo que uno se puede apoyar, y cuya máxima expresión es la realidad divina, la fidelidad de Dios, y la solidez de roca de su Palabra. Dice David al Señor: Dios y Señor mío, tú eres mi Dios, tus palabras son verdad (2 Sam 7,8), idea que repiten mucho los salmos (cf. Sal 91; 111; 119).
En el evangelio de Juan, la verdad es lo que se nos revela en Jesús, en su historia personal, en su palabra y modo de vida. En él, Palabra del Padre, ha aparecido la revelación total y definitiva de Dios y la revelación de nuestro yo más auténtico. Él es la verdad que nos hace libres porque nos hace vivir como hijos e hijas de Dios.
Ocurre algo semejante con la libertad. No es sólo la capacidad personal de escoger esto o aquello, ni la libertad de autodominio, así en abstracto. En la Biblia, se es libre para orientar la propia vida hacia el bien (expresado en la ley); es sabiduría. Y en el evangelio de Juan, la verdad que libera es Jesús; nos libera del pecado y nos pone en comunión con Dios, en quien hallamos nuestro ser más auténtico.
El hombre es libre porque puede desarrollarse como hijo o hija a imagen y semejanza del Dios amor que lo creó. Por lo cual, el principio de la verdadera libertad es el amor que hace al ser humano semejante a Dios. Dicho en forma de lema: libres para amar como somos amados, libres para servir a Dios y a los demás.
Se crece en libertad en la medida en que se crece en el conocimiento interno de la verdad de Dios revelada en su Hijo, que motiva la adhesión personal a Él y su seguimiento. Esto equivale en el evangelio a ser de veras discípulos del Señor. Por eso dice Jesús: Si permanecen fieles a mi palabra, ustedes serán verdaderamente mis discípulos; así conocerán la verdad y la verdad los hará libres.
Ser verdaderos discípulos. Jesús sabe que se le puede seguir por diversos motivos, no todos válidos. Sus propios discípulos pueden haberlo hecho por la admiración que les causa, pero eso no basta. Lo que Jesús quiere es una auténtica disponibilidad para dejarse enseñar, de modo que su palabra cale en el interior del discípulo y se traduzca en la práctica. Lo que Jesús enseña al discípulo es una vida, un modo nuevo de pensar y de obrar. Quien lo asume se manifiesta como una persona auténtica, que se guía por el amor y la justicia, siente a Dios como Padre y ve a sus prójimos como hermanos. Adquiere la libertad propia de los hijos.
En contraste, los judíos que rodean a Jesús se reclaman hijos de Abraham, pero no actúan como tales. Abraham es modelo de fe en Dios, pero ellos no son de Dios, pactan con la mentira y, para afirmarse, son capaces de matar: Por eso quieren matarme, les dice Jesús. El árbol se conoce por sus frutos.
En el fondo está la dificultad que tenía la primera comunidad cristiana con la sinagoga, cada vez más orgullosa de su saber y de sus tradiciones, cada vez más intolerante y violenta. El Señor nos libra de toda tendencia al aislamiento que proviene de encerrarse en ideologías y tradiciones inflexibles.
Obrar con intolerancia y agresividad contra quienes son diferentes, rechazar la verdad por aferrarse al propio juicio es ser esclavo, dice Jesús. Más aún, a quienes se dicen hijos de Abraham y de Dios, pero obran con mentira y falsedad, causan división y atentan contra la vida, Jesús los declara con extrema severidad esclavos del pecado e hijos del diablo. Eso es el tentador en la Biblia: mentiroso desde el principio, causante de división y enemigo de la vida.  

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