P.
Carlos Cardó SJ
Rostro
de Cristo, pintura de autor anónimo en la Catacumba de Comodila, Roma (finales
del siglo IV)
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A los judíos que habían creído en él, Jesús les dijo: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, entenderán la verdad y la verdad los hará libres”.Le contestaron: “Somos del linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Por qué dices que seremos libres?”. Jesús les contestó: “Les aseguro que quien peca es esclavo; y el esclavo no permanece siempre en la casa, mientras que el hijo permanece siempre. Por tanto, si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres. Me consta que son del linaje de Abrahán; pero intentan matarme porque no les cabe mi palabra. Yo digo lo que he visto junto a mi Padre; ustedes hacen lo que han oído a su padre”.
Le contestaron: “Nuestro padre es Abrahán”.Replicó Jesús: “Si fueran hijos de Abrahán, harían las obras de Abrahán. Ahora bien, intentan matarme, a mí que les he dicho la verdad que le escuché a Dios. Eso no lo hacía Abrahán. Ustedes hacen las obras de su padre”.Entonces le responden: “Nosotros no somos hijos bastardos; tenemos un solo padre, que es Dios”.Jesús les replicó: “Si Dios fuera el Padre de ustedes, me amarían, porque yo vine de parte de Dios y aquí estoy. No vine por mi cuenta, sino que Él me envió”.
La
verdad los hará libres. Es una de las frases más certeras
de Jesús en el evangelio. Hay que leerla junto con su afirmación: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn
14,6).
La verdad de la que habla no es la que en lenguaje común empleamos
para decir que un pensamiento o una palabra es conforme con la realidad.
Tampoco se refiere a la verdad tal como era entendida en el Antiguo Testamento,
que hace referencia a aquello que es sólido, estable, seguro, probado y digno
de confianza, en lo que uno se puede apoyar, y cuya máxima expresión es la realidad
divina, la fidelidad de Dios, y la solidez de roca de su Palabra. Dice David al
Señor: Dios y Señor mío, tú eres mi Dios,
tus palabras son verdad (2 Sam 7,8), idea que repiten mucho los salmos (cf.
Sal 91; 111; 119).
En el evangelio de Juan, la verdad es lo que se nos revela en
Jesús, en su historia personal, en su palabra y modo de vida. En él, Palabra
del Padre, ha aparecido la revelación total y definitiva de Dios y la
revelación de nuestro yo más auténtico. Él es la verdad que nos hace libres
porque nos hace vivir como hijos e hijas de Dios.
Ocurre algo semejante con la libertad. No es sólo la capacidad
personal de escoger esto o aquello, ni la libertad de autodominio, así en
abstracto. En la Biblia, se es libre para orientar la propia vida hacia el bien
(expresado en la ley); es sabiduría. Y en el evangelio de Juan, la verdad que
libera es Jesús; nos libera del pecado y nos pone en comunión con Dios, en quien
hallamos nuestro ser más auténtico.
El hombre es libre porque puede desarrollarse como hijo o hija a
imagen y semejanza del Dios amor que lo creó. Por lo cual, el principio de la
verdadera libertad es el amor que hace al ser humano semejante a Dios. Dicho en
forma de lema: libres para amar como somos amados, libres para servir a Dios y
a los demás.
Se crece en libertad en la medida en que se crece en el
conocimiento interno de la verdad de Dios revelada en su Hijo, que motiva la
adhesión personal a Él y su seguimiento. Esto equivale en el evangelio a ser de
veras discípulos del Señor. Por eso dice Jesús: Si permanecen fieles a mi palabra, ustedes
serán verdaderamente mis discípulos; así conocerán la verdad y la verdad los
hará libres.
Ser verdaderos discípulos. Jesús sabe que se le puede seguir por
diversos motivos, no todos válidos. Sus propios discípulos pueden haberlo hecho
por la admiración que les causa, pero eso no basta. Lo que Jesús quiere es una
auténtica disponibilidad para dejarse enseñar, de modo que su palabra cale en el
interior del discípulo y se traduzca en la práctica. Lo que Jesús enseña al
discípulo es una vida, un modo nuevo de pensar y de obrar. Quien lo asume se manifiesta
como una persona auténtica, que se guía por el amor y la justicia, siente a
Dios como Padre y ve a sus prójimos como hermanos. Adquiere la libertad propia
de los hijos.
En contraste, los judíos que rodean a Jesús se reclaman hijos de
Abraham, pero no actúan como tales. Abraham es modelo de fe en Dios, pero ellos
no son de Dios, pactan con la mentira y, para afirmarse, son capaces de matar: Por eso quieren matarme, les dice Jesús.
El árbol se conoce por sus frutos.
En el fondo está la dificultad que tenía la primera comunidad
cristiana con la sinagoga, cada vez más orgullosa de su saber y de sus
tradiciones, cada vez más intolerante y violenta. El Señor nos libra de toda
tendencia al aislamiento que proviene de encerrarse en ideologías y tradiciones
inflexibles.
Obrar con intolerancia y
agresividad contra quienes son diferentes, rechazar la verdad por aferrarse al
propio juicio es ser esclavo, dice Jesús. Más aún, a quienes se dicen hijos de
Abraham y de Dios, pero obran con mentira y falsedad, causan división y atentan
contra la vida, Jesús los declara con extrema severidad esclavos del pecado e hijos
del diablo. Eso es el tentador en la Biblia: mentiroso desde el principio,
causante de división y enemigo de la vida.
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