domingo, 5 de abril de 2020

Domingo de Ramos – (Mt 26, 14 - 27. 66)

P. Carlos Cardó SJ
Jesús entra en Jerusalén, fresco de Fillipo di Memmo di Fillipuccio (1338- 1345), Colegiata de San Gimignano, Toscana, Italia
Entonces uno de los Doce, que se llamaba Judas Iscariote, se presentó a los jefes de los sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?».Ellos prometieron darle treinta monedas de plata. Y a partir de ese momento, Judas andaba buscando una oportunidad para entregárselo.
El primer día de la Fiesta en que se comía el pan sin levadura, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que preparemos la comida de la Pascua?».
Jesús contestó: «Vayan a la ciudad, a casa de tal hombre, y díganle: El Maestro te manda decir: Mi hora se acerca y quiero celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa».Los discípulos hicieron tal como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Llegada la tarde, Jesús se sentó a la mesa con los Doce. Y mientras comían, les dijo: «En verdad les digo: uno de ustedes me va a traicionar».
Se sintieron profundamente afligidos, y uno a uno comenzaron a preguntarle: «¿Seré yo, Señor?».El contestó: «El que me va a entregar es uno de los que mojan su pan conmigo en el plato. El Hijo del Hombre se va, como dicen las Escrituras, pero ¡pobre de aquel que entrega al Hijo del Hombre! ¡Sería mejor para él no haber nacido!».Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó también: «¿Seré yo acaso, Maestro?».Jesús respondió: «Tú lo has dicho».Mientras comían, Jesús tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman; esto es mi cuerpo».Después tomó una copa, dio gracias y se la pasó diciendo: «Beban todos de ella: esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de sus pecados. Y les digo que desde ahora no volveré a beber del zumo de cepas, hasta el día en que lo beba nuevo con ustedes en el Reino de mi Padre».Después de cantar los salmos, partieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo: «Todos ustedes caerán esta noche: ya no sabrán qué pensar de mí. Pues dice la Escritura: Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después de mi resurrección iré delante de ustedes a Galilea».Pedro empezó a decirle: «Aunque todos tropiecen, yo nunca dudaré de ti».Jesús le replicó: «Yo te aseguro que esta misma noche, antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces».Pedro insistió: «Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré». Y los demás discípulos le aseguraban lo mismo.
Llegó Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: «Siéntense aquí, mientras yo voy más allá a orar».Tomó consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo y comenzó a sentir tristeza y angustia. Y les dijo: «Siento una tristeza de muerte. Quédense aquí conmigo y permanezcan despiertos». Fue un poco más adelante y, postrándose hasta tocar la tierra con su cara, oró así: «Padre, si es posible, que esta copa se aleje de mí. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú». Volvió donde sus discípulos, y los halló dormidos; y dijo a Pedro: «¿De modo que no pudieron permanecer despiertos ni una hora conmigo? Estén despiertos y recen para que no caigan en la tentación. El espíritu es animoso, pero la carne es débil».De nuevo se apartó por segunda vez a orar: «Padre, si esta copa no puede ser apartada de mí sin que yo la beba, que se haga tu voluntad».Volvió otra vez donde los discípulos y los encontró dormidos, pues se les cerraban los ojos de sueño. Los dejó, pues, y fue de nuevo a orar por tercera vez repitiendo las mismas palabras. Entonces volvió donde los discípulos y les dijo: «¡Ahora pueden dormir y descansar! Ha llegado la hora y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levántense, vamos! El traidor ya está por llegar.»
Estaba todavía hablando, cuando llegó Judas, uno de los Doce. Iba acompañado de una chusma armada con espadas y garrotes, enviada por los jefes de los sacerdotes y por las autoridades judías. El traidor les había dado esta señal: «Al que yo dé un beso, ése es; arréstenlo».Se fue directamente donde Jesús y le dijo: «Buenas noches, Maestro.» Y le dio un beso.
Jesús le dijo: «Amigo, haz lo que vienes a hacer». Entonces se acercaron a Jesús y lo arrestaron.Uno de los que estaban con Jesús sacó la espada e hirió al sirviente del sumo sacerdote, cortándole una oreja.
Entonces Jesús le dijo: «Vuelve la espada a su sitio, pues quien usa la espada, perecerá por la espada. ¿No sabes que podría invocar a mi Padre y él, al momento, me mandaría más de doce ejércitos de ángeles? Pero así había de suceder, y tienen que cumplirse las Escrituras».En ese momento, Jesús dijo a la gente: «A lo mejor buscan un ladrón y por eso salieron a detenerme con espadas y palos. Yo sin embargo me sentaba diariamente entre ustedes en el Templo para enseñar, y no me detuvieron. Pero todo ha pasado para que así se cumpliera lo escrito en los Profetas».
Entonces todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron. Los que tomaron preso a Jesús lo llevaron a casa del sumo sacerdote Caifás, donde se habían reunido los maestros de la Ley y las autoridades judías.
Pedro lo iba siguiendo de lejos, hasta llegar al palacio del sumo sacerdote. Entró en el patio y se sentó con los policías del Templo, para ver en qué terminaba todo. Los jefes de los sacerdotes y el Consejo Supremo andaban buscando alguna declaración falsa contra Jesús, para poderlo condenar a muerte. Pero pasaban los falsos testigos y no se encontraba nada. Al fin llegaron dos que declararon: «Este hombre dijo: Yo soy capaz de destruir el Templo de Dios y de reconstruirlo en tres días».Entonces el sumo sacerdote se puso de pie y preguntó a Jesús: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué es esto que declaran en contra tuya?». Pero Jesús se quedó callado.
Entonces el sumo sacerdote le dijo: «En el nombre del Dios vivo te ordeno que nos contestes: ¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios?».Jesús le respondió: «Así es, tal como tú lo has dicho. Y yo les digo más: a partir de ahora ustedes contemplarán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Todopoderoso, y lo verán venir sobre las nubes del cielo».Entonces el sumo sacerdote se rasgó las ropas, diciendo: «¡Ha blasfemado! ¿Para qué necesitamos más testigos? Ustedes mismos acaban de oír estas palabras blasfemas. ¿Qué deciden ustedes?».Ellos contestaron: «¡Merece la muerte!» Luego comenzaron a escupirle en la cara y a darle bofetadas, mientras otros lo golpeaban diciéndole: «Mesías, ¡adivina quién te pegó!». Mientras Pedro estaba sentado fuera, en el patio, se le acercó una sirvienta de la casa y le dijo: «Tú también estabas con Jesús de Galilea».
Pero él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé de qué estás hablando».Y como Pedro se dirigiera hacia la salida, lo vio otra sirvienta, que dijo a los presentes: «Este hombre andaba con Jesús de Nazaret».Pedro lo negó por segunda vez, jurando: «Yo no conozco a ese hombre».Un poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Sin duda que eres uno de los galileos: se nota por tu modo de hablar».Entonces Pedro empezó a proferir maldiciones y a afirmar con juramento que no conocía a aquel hombre. Y en aquel mismo momento cantó un gallo. Entonces Pedro se acordó de las palabras que Jesús le había dicho: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo fuera, lloró amargamente.
En la entrada de Jesús en Jerusalén aparecen juntos su triunfo y su pasión. Con los niños judíos que salieron a su encuentro portando ramos de olivo, lo aclamamos como nuestro rey: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”. Impacta la humildad y mansedumbre con que vive su condición de rey: entra en la ciudad montado sobre un pollino. Su reino no es de este mundo. Su grandeza no se manifiesta en el dominio y el poder, sino en el servir y dar su vida.
A continuación, el relato de la Pasión según San Mateo hace ver cómo el largo camino recorrido por Dios en su búsqueda del ser humano alcanza su fin. En la cruz, Jesús nos da alcance, situándose para ello en el espacio que nos aleja de Dios: el espacio de nuestro pecado, nuestro dolor y nuestra muerte. Dios es misericordia, amor apasionado que se identifica con los que ama. La pasión hace ver lo que Dios se hizo para salvarnos: el juez es juzgado, el inocente condenado, el rey entronizado en un patíbulo de esclavos, el autor de la vida asesinado. Los brazos del Crucificado alcanzan el universo y anulan toda distancia y oposición entre el cielo y la tierra.
La Pasión según San Mateo muestra la forma como la Iglesia primitiva contempló los sufrimientos y la muerte de Jesús y descubrió su sentido con la ayuda de la Escritura. Cayó en la cuenta de la correspondencia exacta que hay entre el plan de Dios, profetizado en el Antiguo Testamento, y los desconcertantes acontecimientos de la “semana santa”.
Se subraya la contraposición entre el viejo Israel y la Iglesia de Cristo. A eso responde el interés del evangelista Mateo de señalar y denunciar a los responsables de la muerte de Jesús: Judas, los sacerdotes, los ancianos del pueblo. El proceso ha sido inicuo. Judas confiesa: Pequé entregando sangre inocente (27, 4) y arroja las monedas de plata. Los sacerdotes reconocen que son precio de sangre. El plan de Dios predicho por los profetas se ha cumplido (Zac 11, 12-13; Mt 27, 9).
En el juicio ante Pilato se ve también la intención eclesial de Mateo de mostrar las relaciones entre Cristo y el antiguo Israel. Cuando la mujer del pagano Pilato intercede por “el justo”, la muchedumbre exige a gritos la muerte del Mesías. En adelante, la condición para entrar en el Reino será aceptar el ofrecimiento de salvación que Dios hace y agregarse a la Nueva Alianza, que sellará con la sangre de su Hijo.
Ante el Crucificado, que entrega su espíritu (27,50), el cristiano se siente movido a confesar lo mismo que el centurión romano: Realmente éste era el Hijo de Dios (27,54). Hacia el Hijo de Dios, muerto por nuestros pecados y resucitado por nuestra salvación (Rom 4,25), se orienta toda la vida y actuación de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, que testimonia su fe a quienes quieran escuchar. La cruz de Jesús pone fin a la era antigua y hace nacer la era de la Iglesia.
El relato de Mateo acaba describiendo las repercusiones cósmicas de la muerte de Jesús: el velo del templo se rasga en dos, señal del final de los tiempos antiguos; la tierra se estremece y resucitan muertos, señales de que la muerte de Cristo transforma el mundo y lo abre a la irrupción del Reino y de la gloria de Dios.
La Pasión de San Mateo es apta para ser cantada, como hace J. S. Bach, y representada en teatro, como muestran las famosas “Pasiones” de la Semana Santa, pero sobre todo está escrita para ser rezada, meditada, agradecida y alabada, porque en la Pascua de Jesús, que con acentos tan sinceros se nos narra en ella, se funda nuestra salvación.

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