P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
entregando las llaves a San Pedro, óleo sobre tabla de Vincenzo Catena (1520),
Museo del Prado, Madrid
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Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".
Es un texto que hemos meditado
muchas veces. Corresponde al diálogo que Jesús tiene con sus apóstoles cuando están
subiendo a Jerusalén donde va a ser entregado. En este contexto, les pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos
responden refiriendo las opiniones que circulan sobre el Maestro.
Unos, impresionados por la vida
austera y la muerte de Juan Bautista, piensan que ha vuelto a la vida. Otros,
que se trata de Elías, enviado a consagrar al Mesías (Mal 3, 23-24; Eclo 48,
10) y preparar el reino de Dios (Mt
11, 14; Mc 9,11-12; cf. Mt 17, 10-11). Otros identifican a Jesús con Jeremías, el profeta que quiso
purificar la religión y fue martirizado por los dirigentes del pueblo. Otros,
en fin, ven en Jesús un profeta más.
¿Quién
dicen ustedes que soy yo?, les dice. Quiere saber qué piensan
de Él y qué esperan. De lo que sientan en su corazón dependerá su fortaleza o
debilidad para soportar el escándalo que va a significar su muerte en cruz.
Entonces Pedro toma la palabra y le
contesta: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Estas palabras no han
podido nacer de su genial perspicacia. Como el resto de discípulos, Pedro no es
un hombre instruido, es un pobre pescador de Galilea. Sus palabras han tenido
que ser fruto de una gracia especial.
Por eso le dice Jesús: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque
esto no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el
cielo. Ahora ya todo cambia, Jesús puede manifestarles claramente el
misterio del destino redentor que le aguarda. Él es el enviado definitivo, el
Mesías que entregará su vida por la humanidad, será crucificado y resucitará por
la fuerza de Dios, su Padre.
¿Quién
dice la gente que es Jesús? A esta pregunta la gente de hoy seguramente puede dar
muchas respuestas y todas positivas. Recordarán, por ejemplo, que con su
personalidad atraía a multitudes de toda condición y que a nadie le hacía
sentirse distante de Él. Reconocerán que sus palabras tocan el interior de las
personas y tienen una actualidad que difícilmente se encuentra en otros
maestros de la humanidad.
Apreciarán
su autenticidad y transparencia, la coherencia con que cumplía lo que enseñaba
y decía siempre la verdad, hasta el punto de que sus mismos enemigos llegaron a
reconocer: Eres honesto, no te dejas influenciar por nadie, no haces
acepción de personas (Mt 22,16). Se asombrarán de su sensibilidad humana,
que le hacía conmoverse ante las necesidades de los demás, y lo movía a actuar
de inmediato para resolverlas. Admitirán, en fin, como síntesis de todo, que pasó haciendo el bien (Hech 10, 38) y
nos enseñó que es más feliz el dar que el
recibir (Hech 20, 35).
De
la respuesta que se dé a la pregunta: ¿quién
dicen que soy yo?, se seguirán las diversas formas de concebir y vivir la
fe. Un ideal ético de valores y actitudes que ayuda a vivir bien consigo mismo
y con los demás; una conciencia social que compromete en la lucha por la
justicia; un referente sobrenatural más o menos mítico o mágico, al que se remiten
las propias incógnitas e inseguridades; una cosmovisión filosófica –enunciados
y argumentos– que dan razón de la causa y del sentido de la realidad; un conjunto
de prácticas religiosas, oraciones, invocaciones de alabanza y súplica que
ordenan los días del año con descansos y festividades fijadas por la costumbre
del grupo cultural al que se pertenece…
Todo
eso puede ser más o menos bueno, más o menos humanizador, pero allí no hay una
relación con alguien, no hay un cara a
cara, en el que se conoce a Jesucristo cada vez más internamente y se le
ama hasta desear ir tras él.
Por esa fe, que no es algo que le brota de su ingenio, Pedro es
hecho el Vicario de Cristo. Tú serás
llamado piedra, le dice Jesús, y
sobre esta piedra edificaré mi iglesia. No es la iglesia de Pedro, es mi iglesia, le dice Jesús, Y tú, Pedro,
la tendrás que conservar en la unidad, por lo cual todo lo que ates en la tierra,
quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en
el cielo.
Pedro tendrá las llaves, que significan el servicio de interpretar
auténticamente lo que es conforme a la fe revelada y lo que la recorta, desvía
o contradice. La Iglesia es la comunidad de los que profesan una misma fe,
cuyos contenidos la misma Iglesia, con Pedro, interpreta y salvaguarda.
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