P.
Carlos Cardó SJ
El
Salvador, detalle del óleo sobre tabla de Juan de Juanes (1562 ), Museo de la
Catedral de Valencia, España
Cuando Jesús se dispuso a subir a Jerusalén, llevó consigo sólo a los Doce, y en el camino les dijo: «Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará».
Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. “¿Qué quieres?”, le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda"."No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?".
"Podemos", le respondieron.
"Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre".
Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".
El texto presenta dos lógicas en conflicto: la del Hijo del hombre
que desarrolla su existencia en la donación y el servicio hasta dar la vida; y
la existencia según el mundo que busca como valor supremo el
poseer y dominar, y lleva hasta dar muerte.
Los discípulos de Jesús aparecen influenciados por la lógica del
mundo y no ven que seguir a Jesús implica un cambio radical en su sistema de
valores. Siendo el primero, ha venido a hacerse el último y el servidor de los
demás, mostrando así que la persona encuentra su verdadero valor no en el tener
y en el poder, sino en el amor y el servicio.
El deseo de reconocimiento y la necesidad de contar con una buena reputación
son connaturales al ser humano; pero, convertidos en absolutos, se vuelven
idolatría del yo, culto a la propia imagen, esclavitud y dependencia del qué
dirán.
La madre de Santiago y Juan pide a Jesús: Manda que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu
izquierda en tu Reino. Queremos que la voluntad de Dios se adapte a la
nuestra, que quiera lo que queremos. No obstante, Jesús escucha la petición de
la mujer y responde a sus dos hijos: No
saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber?
Ellos responden que sí, pero se ve claramente que no saben qué es
el Reino ni qué es el cáliz. Jesús alude al cáliz de su pasión y anuncia que ellos
lo beberán pues darán con su martirio el supremo testimonio de su fe; pero el
participar de su gloria al final de los tiempos, eso es don del Padre y a Él le
toca disponerlo. Es el Padre quien nos hace hijos en el Hijo.
Los otros discípulos que pretendían también los puestos más
importantes se indignaron contra los dos hermanos y Jesús dijo: Los jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente
y los dirigentes las oprimen. No debe ser así entre ustedes. El que quiera ser
importante entre ustedes, sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que
sea su esclavo. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido
sino a servir y dar su vida en rescate por todos.
Estas advertencias de Jesús contra el mal uso del poder en las
naciones no pretenden únicamente denunciar a los malos jefes que las cometen,
sino anunciar el modo como se ha de ejercer la autoridad en la Iglesia, para
que ésta signifique realmente un llamativo contraste con el mundo.
En primer lugar, no basta que en la Iglesia y en las comunidades
de los cristianos no se cometan los abusos que pueden verse en el ejercicio del
poder civil. Para Jesús el sólo hecho de pretender “ser grande” corrompe el
auténtico servicio. Los cargos y funciones en la Iglesia son servicios
(diaconías), que en griego significan concreta y crudamente el oficio de los que
atienden en las mesas, es decir, los mozos, o las empleadas del hogar.
A eso alude su frase: El que
quiera ser importante… sea su servidor (v. 26). Y refuerza aún más su
consejo con la idea siguiente: Y el que
quiera ser el primero, que sea su esclavo. El esclavo o siervo, en
oposición a Kyrios, señor, designa
una situación de dependencia y de pertenencia a otro.
Hablando de las persecuciones que los suyos podrán sufrir, Jesús
había ya advertido: No es el siervo mayor
que su señor (Mt 10,24). Había
definido a su seguidor como siervo suyo, siervo o esclavo de Cristo. Pero ahora
dice que deben también prestarse este servicio de siervos o esclavos unos a
otros. Si a esto añadimos su exhortación a hacerse niños, es claro que Jesús
quiere en su Iglesia una forma de relacionarse unos con otros radicalmente
diferente a la forma como se suele ejercer en la sociedad la autoridad y el
poder.
Queda excluida en la Iglesia toda pretensión de ser grande que
lleve al sujeto a considerarse superior a los demás. Y, obviamente, no se puede
entender la frase de Jesús: El que quiera
ser grande, o el que quiera ser el primero, como una nueva forma de buscar
grandeza y honor.
A todos nos toca de alguna manera ejercer alguna autoridad y tener
algún poder, por cuanto hay personas a nuestro cargo. La Iglesia, institución
humana, necesita una organización. Negarlo sería necio. Pero lo que está claro
en el evangelio es que las estructuras eclesiales sólo pueden ser instrumentos
al servicio de los fieles, ejercidas por hombres que deben alejar de sí toda
mentalidad de dominio.
Se dirá que hay servicios
especiales que deben confiarse a personas competentes, idóneas por su formación
y conocimientos y por sus cualidades personales; pero por dotadas que sean
estas personas, lo único que las salvará de caer en la tentación del poder
abusivo es recordar que nadie ejerció un servicio tan especial como Jesús,
nadie ha sido más competente, más sabio, más carismático que Él y, sin embargo, se puso a los pies de sus discípulos.
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