P. Carlos Cardó SJ
Curación de la suegra de Pedro, fresco bizantino de
autor anónimo (entre 1348 - 1380), Monasterio de Santa María Peribleptos (hoy
San Jorge de Satmaya), ciudad de Mistrá, Grecia
|
Jesús salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato. El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos. Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados, y la ciudad entera se reunió delante de la puerta. Jesús curó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios; pero a estos no los dejaba hablar, porque sabían quién era él.
Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando. Simón salió a buscarlo con sus compañeros, y cuando lo encontraron, le dijeron: "Todos te andan buscando".
El les respondió: "Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido". Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios.
Tenemos aquí un
milagro pequeñito, quizá el más insignificante del evangelio, que hasta puede
pasar inadvertido. Pero en su sencillez tiene una gran riqueza de contenido.
Quizá por esto Marcos lo pone como el primero, ya que sirve de guía para interpretar
los que siguen.
Es la primera
victoria de Jesús sobre el espíritu del mal que daña al ser humano. La suegra
de Pedro estaba en cama con fiebre. Jesús la tomó de la mano, la fiebre se le
pasó y de inmediato se puso a “servir”. El ponerse a servir es el signo de la
curación. Y no se trata aquí simplemente del servicio casero, atribuido al ama
de casa. Se trata de la actitud característica que han de tener los verdaderos discípulos.
Jesús libera a la persona para que pueda moverse en la vida con el mismo espíritu
que le hace decir a Él: “El que quiera ser importante entre ustedes sea su
servidor… Pues tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido sino a servir”
(10,43.45).
Así, esta
mujer es puesta al comienzo del evangelio de Marcos como modelo de discípula
que encarna y testimonia el espíritu del Señor. Por eso conviene vincularla con
la otra mujer que aparece al final de la vida pública de Jesús, la viuda pobre que,
con sus moneditas depositadas en la alcancía del templo, dará no de lo
superfluo sino “todo lo que tenía para vivir” (12,44), convirtiéndose en
modelo de generosidad cristiana.
Dice el texto
que al caer la tarde le llevaron a Jesús todos los enfermos y que la población
se agolpaba a las puertas de la casa. Es una imagen viva de la credibilidad que
la Iglesia ha de procurar demostrar, la credibilidad que brota de su apasionado
amor a los necesitados y que la hace un espacio visible de la misericordia.
La segunda parte del evangelio de hoy
nos habla de la oración de Jesús: De
madrugada, antes del amanecer, se levantó Jesús, fue a un lugar solitario y
allí comenzó a orar. En la oración, Jesús se relaciona con su Padre del
cielo como el centro más íntimo de su vida. Él sentía continuamente la
presencia de su Padre y todo lo que hacía era para darle gloria, pero aun así sabía
reservar momentos especiales para estar a solas con su Abbá, con su Padre querido, y recibir aliento para continuar su
obra (v. 35).
Lo resume bien esta frase de Lucas
(5,15): “Su fama se extendía cada vez más y una gran multitud afluía para oírle
y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares
solitarios”.
Es lo que vemos en el texto de
hoy: Jesús se ha pasado el día anterior haciendo el bien a la gente. Ahora su
corazón necesita el contacto entrañable con el Padre. Los discípulos salen a su
encuentro y le dicen: Todo el mundo te busca. La gente, que ha visto sus
prodigios, quiere que los siga realizando (1,34).
Pero Jesús ha estado en oración y
ha decidido hacer la voluntad de su Padre, que le lleva a una decisión distinta
de la que los discípulos y la gente esperaban de Él: se puso de inmediato a recorrer toda Galilea, predicando en
las sinagogas y expulsando demonios (v. 39).
Como su Maestro, el cristiano ha de anunciar la Palabra de Dios
confirmándola con sus obras en favor de sus hermanos. Pero sabe también que necesita
la fuerza de lo alto para perseverar. Por eso, en su oración, busca la
orientación de la Palabra, y lo deja todo
en las manos de Dios, que es en definitiva quien inspira, sostiene y lleva a
buen término toda obra buena.
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