P. Carlos Cardó SJ
Llamamiento de San Mateo, óleo sobre lienzo de
Hendrik Terbrugghen (1621), Centraal Museum, Utrecht, Países Bajos
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Jesús salió y vio a un publicano llamado Leví, que estaba sentado junto a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció a Jesús un gran banquete en su casa. Había numerosos publicanos y otras personas que estaban a la mesa con ellos. Los fariseos y los escribas murmuraban y decían a los discípulos de Jesús: "¿Por qué ustedes comen y beben con publicanos y pecadores?". Pero Jesús tomó la palabra y les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan".
Jesús realiza un gesto provocador. Llama
a un publicano a formar parte de su comunidad. Un judío decente evitaba el
trato con los publicanos, porque eran considerados pecadores públicos y
descreídos por dedicarse al vil oficio de recaudar impuestos para los romanos y
ejercerlo de manera fraudulenta.
La sorpresiva distinción de que ha sido
objeto, provoca en el publicano Leví el deseo de
celebrarlo y organiza un banquete. Quiere agradecer a ese Maestro galileo que
haya tenido para con él esa deferencia tan inesperada, y tan contraria a las
costumbres y creencias de los judíos, de contarlo entre sus discípulos. Naturalmente
invita a muchos otros publicanos. Y
Jesús acepta la invitación a sentarse a la mesa con esa gente. Sorprendente.
La expectativa del Reino de Dios como un
banquete que reunirá a los justos y elegidos había cargado de simbolismo el
acto natural del comer: no sólo se celebraba el memorial del éxodo con el
banquete del cordero pascual, sino que el comer juntos solía ser expresión de
valores compartidos, alianzas, amistades.
Pero como en la mesa del reino Dios
comía sólo con sus elegidos y los otros quedaban excluidos, el judío sólo podía
sentarse a la mesa con gente considerada honesta, justa, fieles a su religión. Por
eso en la regla de la comunidad esenia, grupo especialmente excluyente y
rigorista, estaba establecido: Que ningún
pecador o gentil, ni cojo o manco o herido por Dios en su carne tenga parte en
la mesa de los elegidos (regla de Qumram).
Jesús cambia esta mentalidad. Los
pecadores no se han de evitar como apestados. El médico cura a los enfermos. En
Jesús, Dios se acerca a los excluidos, despreciados, no practicantes, traidores
–como los publicanos que trabajaban en favor de los romanos– y pecadores
públicos.
La comunidad cristiana toma conciencia.
El Dios de Jesús no es el dios de la sociedad judía puritana, excluyente y
discriminador. Es Dios de misericordia, que ofrece a todos la posibilidad de
rehabilitarse. La comunidad cristiana toma conciencia de lo que es: pecadores
que han sido tocados por la gracia en Jesucristo. Cada uno puede verse en Leví,
o entre los invitados al banquete. Por consiguiente no caben las discriminaciones.
No necesitan médico los sanos sino los enfermos. No
he venido a llamar a justos sino a pecadores. Pablo dirá: Miren,
hermanos, a quienes eligió Dios: no hay entre ustedes sabios, ni poderosos…, lo
débil del mundo escogió Dios… (1 Cor 1, 26).
En la mesa del Señor nos sentamos los
pecadores. Es él quien nos congrega de toda raza, lengua y cultura. Reúne a
todos los hijos e hijas de Dios dispersos. Y le damos gracias porque nos hace
dignos de servirlo en su presencia. Indignos todos; la gracia es la que nos
dignifica.
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