P.
Carlos Cardó SJ
El
profeta Elías, óleo sobre lienzo de Daniele da Volterra (1550-1560 aprox.),
Palacio d’Elci, Siena, Italia
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Al bajar del monte, los discípulos preguntaron a Jesús: "¿Por qué dicen los escribas que primero debe venir Elías?". El respondió: "Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas; pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre". Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.
Juan Bautista, junto con el profeta Isaías y la Virgen María, es
una de las figuras protagónicas del tiempo de Adviento, tiempo de preparación
para la venida del Señor en Navidad. Fue el precursor, el hombre fiel y leal, que
supo ceder el paso al que era más que Él, y preparó a la gente para que lo
siguieran como el Mesías esperado.
Muchos fueron a oírlo y a hacerse bautizar por él en el río
Jordán, pero con excepción de un pequeño grupo de pescadores de Galilea, la
mayoría no quiso escuchar su llamada al cambio de actitudes, ni reconocieron en
Jesús al Mesías. Siguieron esperando que Elías, el profeta arrebatado al cielo,
volviera para preparar la inminente llegada del día de Yahvé, grande y terrible en que aparecería el Mesías
verdadero. Este regreso anunciado por Malaquías (4, 5) era un componente
importante de la esperanza judía.
Jesús confirma esta esperanza: Sí,
Elías tenía que venir a restablecerlo todo. Pero la interpreta de otra
manera. Afirma que ha venido ya, y que le ha ocurrido lo mismo que a todos los
profetas: tampoco le creyeron e hicieron con él lo que quisieron. Y añade que
lo que hicieron con el profeta, lo harán también con Él. El Hijo del Hombre corre
la misma suerte, va a padecer mucho de mano de los hombres.
Los
discípulos comprendieron que se refería a Juan Bautista.
Comprendieron que la misión que los profetas habían
asignado a Elías la había cumplido cabalmente Juan Bautista con su llamada última
a la conversión antes de la venida del Señor, y con su muerte sangrienta que
había anticipado la de Jesús.
Con frecuencia Jesús reprocha a los fariseos, y a la gente
influenciada por ellos, que han cerrado la mente para no entender y
convertirse: tienen ojos para ver pero no ven. Asimismo, en otras
circunstancias y por otros propósitos, también hoy podemos ver lo que nos
conviene y ahorrarnos el esfuerzo de tener que cambiar. Conocemos partes de la
realidad, no su totalidad, y podemos aferrarnos a lo conocido como lo único
existente y válido.
Además, estamos condicionados por innumerables influjos exteriores
que inducen en nosotros pensamientos y criterios, patrones de conducta, hábitos
de consumo y estilos de vida, que deberíamos tener el coraje de revisar.
La honestidad con nosotros mismos y las exigencias prácticas de la
fe nos llevan a vigilar qué tipo de pensamientos y acciones hemos adquirido de nuestro
medio ambiente, qué visión distorsionada o “conciencia falsa” de la realidad y de
los valores hemos asimilado, y qué consecuencias tiene todo eso en nuestra vida.
Ocurre que hay muchas señales que Dios ha ido poniendo en nuestro
camino, pero no las comprendemos o no las queremos comprender. Es lo que les
pasaba a los oyentes de Jesús: esperaban a Elías, pero Elías ya había venido. Oían
al Bautista y hasta se dejaban bautizar por él, pero no ponían en práctica su
llamada al cambio.
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