P. Carlos Cardó SJ
Anunciación, óleo sobre lienzo de Andrea del Sarto
(1528), Palacio Pitti, Florencia, Italia
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El Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María.
El Ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo".Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el Ángel le dijo: "No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin".
María dijo al Ángel: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre?". El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios".María dijo entonces: "Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho". Y el Ángel se alejó.
Adviento nos presenta la figura de María como la Virgen fiel, atenta
a la Palabra de Dios que se encarna en su seno. Ella es modelo de oración,
vigilancia y espera, actitudes que se nos piden en adviento. Hay, pues, motivos
muy válidos para la admiración, gratitud y amor que profesamos a la Madre de
Dios. Ella nos ayuda con su ejemplo y su intercesión a acoger a su Hijo que
viene a nosotros. Ella nos pone con Él.
Para toda mujer, el nacimiento de su hijo supone una fiesta
extraordinaria, que cambia su vida para siempre; pero la espera del hijo es un
tiempo excepcional, en el que se genera entre la madre y su hijo una intimidad verdaderamente
indisociable. Por eso, si la navidad es la fiesta que
exalta la maternidad de María, el adviento exalta la fe con que María acepta su
vocación de madre del Redentor.
Este
texto de Lucas sobre la anunciación a María refleja la alegría de Dios en su encuentro,
por medio del ángel, con María, la
llena de gracia…, bendita entre todas las mujeres. Y esta alegría
que Dios le transmite abre la espera de la virgen madre. En María, la humanidad acoge el
ofrecimiento de salvación hecho por Dios. Dios ha hallado una madre que le haga
nacer entre nosotros.
Todo
en María ha sido predestinado por Dios con vistas al cumplimiento de su
voluntad de revelarse a la humanidad y salvarla enviando a su Hijo al mundo. Dios
ha querido encontrarse con ella desde su eternidad. El sueño de Dios en favor
de sus hijos puede al fin realizarse. Y Dios viene, se incorpora en nuestra
historia, sella su alianza con nosotros para siempre.
María
acoge el plan de Dios con la actitud de obediencia propia de la fe. Pero esta
obediencia lleva primero a remontar las dificultades del creer. María, como los
grandes creyentes de la historia, no teme expresar ante su Dios su propio
sentimiento de incapacidad frente al designio divino que trasciende toda humana
razón: ¿cómo podrá ser esto si no tengo
relación con ningún varón?
Y
en virtud de esa misma fe confiada que le hace al mismo tiempo referir toda su
existencia al Dios que todo lo puede,
no duda en responder al anuncio: Hágase en mí lo que has dicho. En su respuesta halla eco el Hágase divino, por el que fueron creadas
todas las cosas. Su acogida de la gracia anuncia la nueva creación. María pone
a disposición del Padre su cuerpo virginal, para que su Hijo pueda tener un
cuerpo humano por obra del Espíritu Santo, y se convierta en hermano nuestro.
Lo imposible se hace posible. Y el Verbo
se hizo carne y habitó entre nosotros.
En la Encarnación, María inicia un
camino de fe y ya toda su vida será un caminar en la “obediencia de la fe”, un
continuo adviento de esperanza en el silencio de la oración, en la oscuridad de
la fe, en la sorpresa del misterio de Dios. María conservaba todas estas cosas en su corazón.
El espíritu propio del adviento nos lleva,
pues, a considerar la fe, esperanza y amor con que la Virgen Madre esperó a su Hijo.
Como ella nos sentimos movidos a prepararnos, “vigilantes en la oración y… alegres
en la alabanza”, para salir al encuentro del Salvador que viene, a no hacer
resistencia a su venida aunque venga a cambiarnos, aunque cambie nuestros
planes. Con María nos fiamos de Dios y decimos: Hágase en mí según tu palabra.
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