P.
Carlos Cardó SJ
La
Virgen, el Niño Jesús y su abuela anta Ana, óleo sobre madera de álamo de
Leonardo da Vinci (1500-1513), Museo del Louvre, París, Francia
|
Estaba también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría y la gracia de Dios estaba en él.
La presentación de Jesús en el templo es relatada por Lucas como
la manifestación de Jesús Mesías a Israel, representado en las figuras del
anciano Simeón y de la profetisa Ana.
Movido por el Espíritu, el anciano Simeón se alegra de haber
encontrado a Jesús, luz de las naciones, que colma todas sus esperanzas y le
hace capaz de vencer el miedo a la muerte. A continuación aparece en escena una
anciana, llamada Ana, hija de Fanuel, que daba culto al Señor día y noche con
ayunos y oraciones. También ella se puso a alabar a Dios y hablar del Niño
Jesús a todos los judíos fieles que aguardaban la liberación de su pueblo.
Vienen luego dos frases sintéticas de la vida de Jesús en Nazaret: Cuando
(sus padres) cumplieron las cosas prescritas en la ley del Señor, volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de
sabiduría y la gracia de Dios estaba en él.
Más adelante, Lucas dirá algo muy semejante y conciso: Bajó con ellos a Nazaret y vivía sujeto a sus padres. Su madre
conservaba cuidadosamente todos estos recuerdos en su corazón. Y Jesús crecía
en edad, estatura y gracia ante Dios y los hombres (Lc 2,
50-53)
En esas frases está todo lo que el evangelio nos dice de esos treinta
largos años de Jesús en Nazaret que, por ello los designamos como la “vida
oculta”. Jesús mismo no hablará para
nada de ella. Nada hay en los relatos bíblicos que satisfaga nuestra curiosidad.
Se podría pensar, por ello, que en este mismo silencio, en este
“no saber nada o casi nada” podríamos descubrir la primera lección de Nazaret:
la lección del silencio cargado de palabra, pues no cabe duda de que la vida
oculta de Jesús tiene una fuerza profética que contradice la lógica del mundo,
que es la del triunfo, tanto más grande cuanto más sensacional.
Pero esa forma de revelarse el Salvador corresponde a la “sabiduría
de Dios”. La palabra eterna, la comunicación
viva y directa de Dios asume voluntariamente la impotencia del silencio
y ocultamiento de treinta años transcurridos en una aldea de la región más
pobre y deprimida de la Palestina de entonces, Nazaret.
La obra de Dios no hace ruido, el amor no hace ruido, no se exhibe
con publicidad, no necesita ni dinero ni poder para hacer el bien. Quedan
cuestionadas muchas de nuestras eficacias.
La vida oculta se entiende desde
la Pascua. Cuando las primeras comunidades entienden la Pascua como centro y
proyecto de todo, se asoman a los primeros momentos de la
historia de Jesús, subrayando estas dimensiones pascuales.
Dios asume la dimensión humana del
anonimato, ocultamiento de treinta años transcurridos en una aldea de la región
más pobre y deprimida, del pasar como “uno de tantos”—¡o como todos!— enseñándonos que
“lo cotidiano”, cualquier circunstancia humana, es valiosísima si se la llena
de amor. Clave para ello es estar en lo
del Padre (Lc 2, 49).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.