P.
Carlos Cardó SJ
San
Juan Bautista, óleo sobre lienzo de Vecellio di Gregorio Tiziano (1550-1555),
Museo del Prado, Madrid
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Jesús dijo a la multitud: "Les aseguro que entre los hijos de mujer no ha nacido nadie mayor que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos padece violencia, y los violentos intentan arrebatarlo.
Porque todos los Profetas, lo mismo que la Ley, han profetizado hasta Juan. Pero si ustedes aceptan su mensaje, Juan es Elías, el que debía volver. ¡El que tenga oídos para oír, que escuche!".
El evangelio de Mateo reivindica a Juan Bautista, lo introduce en
cierto modo como inicio del tiempo definitivo de la revelación plena de Dios y
de la realización de su obra salvadora. Lucas, en cambio, lo pone todavía en el
Antiguo Testamento, como la culminación del tiempo de la preparación y de la
espera. Son diversas valoraciones de su figura que, quizá tienen que ver con la
relación existente entre los cristianos y los remanentes que quedaban aún de
los seguidores del Bautista.
Entre
los hijos de mujer, nadie hay mayor que él… Juan
es presentado por encima de Abraham, de Moisés, de Elías, superior a los
patriarcas y los profetas. Más alto no se le puede poner en la historia del
pueblo de Israel. Juan vio y dio testimonio de lo que las grandes figuras del
Antiguo Testamento desearon ver y no vieron. En él concluye el camino hacia el
Mesías, que vendría a dar cumplimiento a las promesas de salvación dadas por
Dios.
Sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más que Juan. La razón
es que el creyente en Jesús, por pequeño que sea, ya está inserto en el tiempo
mesiánico definitivo, ya forma parte de la casa de los hijos, mientras que
Juan, aunque descuelle como un gran profeta, forma parte todavía de la etapa
preparatoria. Él tiene también que dar el paso de la fe, que lo pone en el
seguimiento de Cristo y le da acceso al reino. Juan lo hizo y en ello reside su
mayor gloria.
El
reino padece violencia. Se discute el sentido de esta
frase. Unos la interpretan en el sentido de que el reino de Dios se abre paso
con violencia, rompiendo esquemas, contradiciendo modos de pensar, hábitos y
tradiciones que contradicen los valores que trae consigo; otros, leen la frase
en pasiva: hay que hacerse violencia para poder ser merecedor del reino.
Así entendidas, quizá ambas cosas
son verdaderas porque el reino es una realidad que entra en conflicto frontal
con todas las fuerzas del mal, que lo contradicen y combaten, y porque sólo se
entra en él empeñándolo todo pues es el valor supremo, por encima de todas
cosas.
El mundo desata toda su violencia
contra quienes buscan el reino de Dios porque su palabra y su conducta contradicen
las injusticias e inmoralidades sobre las que basa su progreso. Es lo que le ocurrió
a Juan Bautista y a Jesús y a todos los justos, desde el inocente Abel hasta el
último, Zacarías, que fue asesinado entre el altar de los sacrificios y el
santuario (Lc 11, 51; Mt 23, 35).
El reino de Dios es de los pobres,
humildes y de los que lloran, pero a la vez es de los pacíficos que, con su
fortaleza y capacidad de resistencia, llegan a soportar toda suerte de
violencia, sin devolverla, llegan a poner la otra mejilla o ir al martirio
cantando las alabanzas de Dios. No te
dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien (Rom 12).
Desde el anuncio
de la venida del reino de Dios, éste no ha dejado de desplegar y manifestar sus
fuerzas de transformación de la realidad personal y social, y hay hombres y
mujeres que acogen ese anuncio y ponen todo su esfuerzo en llegar a él y
contribuir para su establecimiento en el mundo.
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