P.
Carlos Cardó SJ
Virgen
del Parto, fresco de Piero della Francesca (1460 aprox.), Museo della Madonna
del Parto, Monterchi, provincia de Arezzo, Italia
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El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no temas aceptar a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados." Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor; y sin que hubieran tenido relaciones, dio a luz un hijo, al que puso por nombre Jesús.
Mateo explica la generación del Hijo de Dios, en la historia
humana. Dios no puede ser hecho por el hombre, sólo puede ser esperado y acogido.
De esto da ejemplo José, figura de todo hombre justo que se mantiene atento a
su propio misterio personal y en él descubre y acoge el misterio de Dios; es ejemplo
también de creyente que busca y acoge la voluntad de Dios en su vida aunque ésta
contradiga sus puntos de vista.
Dice el evangelio que María estaba
prometida a José, es decir, vivían el período del compromiso matrimonial,
que duraba de seis meses a un año. La novia seguía viviendo con sus padres.
Pero aquel compromiso exigía fidelidad; la infidelidad era adulterio y podía
ser castigada.
Pues bien, resultó que (María)
esperaba un hijo por acción del Espíritu Santo. Se subraya que José no
interviene. No es José quien hace germinar en el seno de María al Hijo del
Altísimo, eso sólo lo puede hacer Dios. Y la mayor obra que desde la creación del
universo hizo Dios, la obra que ningún ser humano podía programar, ni pretender,
la incorporación de Dios en la esfera humana, se realizó de la manera más
simple y natural: una joven resultó encinta, esperando un hijo. María concibe así
al autor de la vida, engendra a quien la creó.
José, por su parte, atraviesa la prueba de la fe, como los grandes
creyentes. No sabe cómo aceptar el plan de Dios que supera lo imaginable y
siente la tentación de retirarse, decide sustraerse. Opta entonces por recurrir
a la ley, que permite dar a la mujer un documento por el cual el marido alejaba
y daba libertad a la mujer con la que no quería convivir, a fin de que pudiese casarse
con otro y reincorporarse en la vida civil. Por respeto, no porque sospeche de
ella, decide dejarla en secreto. No quiere para María un repudio público, como
si fuese una adúltera. Y cavila en su interior, sin saber qué hacer,
insatisfecho del recurso legal que ha pensado para salir del paso. Duerme
intranquilo.
Entonces, un ángel del Señor se le apareció en un sueño. José es
un hombre de puro corazón, de aquellos de quienes Jesús dirá: Bienaventurados los limpios de corazón
porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). El hombre de corazón puro tiene a Dios
dentro de sí y su palabra le habla en la profundidad de su ser. José lleva a
Dios en su interior y su palabra le habla en el sueño, en la hondura de su ser
profundo.
No
temas aceptar a María, le dice su ángel de parte de
Dios. “No temas” es la primera
palabra de Dios al hombre. El miedo es contrario a la fe. No temas aceptar a la
madre y al fruto bendito de su vientre. Quien
rechaza a la madre, rechaza también al hijo. Y no se puede rechazar el
plan de Dios que incluye la mediación histórica de la mujer bendita entre las
mujeres, para realizar su plan de salvación de la humanidad.
Le
pondrás por nombre Jesús, ordena el ángel al pobre
carpintero José. Va a tener que ponerle nombre al Innombrable. ¡El hombre le
pone nombre a Dios! Adán afirmaba su soberanía sobre lo creado poniéndoles
nombre a todas las cosas. Dios ha querido hacérsenos cercano y accesible, hasta
dejar que le nombremos con su nombre: Jesús,
Yahvé salva.
Así se cumplió lo que había
anunciado el Señor por el profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo,
garantía de la fidelidad de Dios, que
será llamado Dios-con-nosotros. Se insiste en la cercanía del Dios
encarnado. Jesús es Dios que salva porque es
Dios con nosotros: siempre con nosotros en relación de unión que hace
posible el tú a tú, Él conmigo y yo con él; Dios junto a nosotros para darnos
su fuerza, en su compañía siempre. Yo
estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28), nos dirá.
José aceptó el mandato del ángel y recibió a su esposa. Esta es la gloria de San José. Padre adoptivo es ser padre por decisión libre
y amorosa. El padre adoptivo sostiene y protege al niño, lo educa con ternura y
firmeza, le proporciona los medios de que requiere para crecer en todas sus
facultades. Y eso son años y años de dedicación, de donación generosa y olvido
propio para que el hijo se valga por sí mismo.
Eso es José para Jesús, eso hizo por Jesús, y por eso lo alabamos
junto a María. En un país como el nuestro, en el que la paternidad, por tanto
descuido, irresponsabilidad y traición, está a veces tan venida a menos, la figura
de José puede mover a los jóvenes a desear vivirla y ejercerla como una de las
más sublimes realizaciones del ser humano y a aceptar el don de la vida, como
un misterio que los trasciende y sobrepasa, pero que no deben temer si lo
aceptan con amor, porque el amor desecha el temor. Un hijo es un misterio que
se acoge como un regalo y se cuida con plena
responsabilidad.
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