lunes, 18 de diciembre de 2017

Jesús nace de una madre virgen (Mt 1,18-24)

P. Carlos Cardó SJ
Virgen del Parto, fresco de Piero della Francesca (1460 aprox.), Museo della Madonna del Parto, Monterchi, provincia de Arezzo, Italia
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: "José, hijo de David, no temas aceptar a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados." Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor; y sin que hubieran tenido relaciones, dio a luz un hijo, al que puso por nombre Jesús.                      
Mateo explica la generación del Hijo de Dios, en la historia humana. Dios no puede ser hecho por el hombre, sólo puede ser esperado y acogido. De esto da ejemplo José, figura de todo hombre justo que se mantiene atento a su propio misterio personal y en él descubre y acoge el misterio de Dios; es ejemplo también de creyente que busca y acoge la voluntad de Dios en su vida aunque ésta contradiga sus puntos de vista.
Dice el evangelio que María estaba prometida a José, es decir, vivían el período del compromiso matrimonial, que duraba de seis meses a un año. La novia seguía viviendo con sus padres. Pero aquel compromiso exigía fidelidad; la infidelidad era adulterio y podía ser castigada.
Pues bien, resultó que (María) esperaba un hijo por acción del Espíritu Santo. Se subraya que José no interviene. No es José quien hace germinar en el seno de María al Hijo del Altísimo, eso sólo lo puede hacer Dios. Y la mayor obra que desde la creación del universo hizo Dios, la obra que ningún ser humano podía programar, ni pretender, la incorporación de Dios en la esfera humana, se realizó de la manera más simple y natural: una joven resultó encinta, esperando un hijo. María concibe así al autor de la vida, engendra a quien la creó.
José, por su parte, atraviesa la prueba de la fe, como los grandes creyentes. No sabe cómo aceptar el plan de Dios que supera lo imaginable y siente la tentación de retirarse, decide sustraerse. Opta entonces por recurrir a la ley, que permite dar a la mujer un documento por el cual el marido alejaba y daba libertad a la mujer con la que no quería convivir, a fin de que pudiese casarse con otro y reincorporarse en la vida civil. Por respeto, no porque sospeche de ella, decide dejarla en secreto. No quiere para María un repudio público, como si fuese una adúltera. Y cavila en su interior, sin saber qué hacer, insatisfecho del recurso legal que ha pensado para salir del paso. Duerme intranquilo.
Entonces, un ángel del Señor se le apareció en un sueño. José es un hombre de puro corazón, de aquellos de quienes Jesús dirá: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). El hombre de corazón puro tiene a Dios dentro de sí y su palabra le habla en la profundidad de su ser. José lleva a Dios en su interior y su palabra le habla en el sueño, en la hondura de su ser profundo.
No temas aceptar a María, le dice su ángel de parte de Dios. No temas” es la primera palabra de Dios al hombre. El miedo es contrario a la fe. No temas aceptar a la madre y al fruto bendito de su vientre. Quien  rechaza a la madre, rechaza también al hijo. Y no se puede rechazar el plan de Dios que incluye la mediación histórica de la mujer bendita entre las mujeres, para realizar su plan de salvación de la humanidad.
Le pondrás por nombre Jesús, ordena el ángel al pobre carpintero José. Va a tener que ponerle nombre al Innombrable. ¡El hombre le pone nombre a Dios! Adán afirmaba su soberanía sobre lo creado poniéndoles nombre a todas las cosas. Dios ha querido hacérsenos cercano y accesible, hasta dejar que le nombremos con su nombre: Jesús, Yahvé salva.
Así se cumplió lo que había anunciado el Señor por el profeta: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, garantía de la fidelidad de Dios, que será llamado Dios-con-nosotros. Se insiste en la cercanía del Dios encarnado. Jesús es Dios que salva porque es  Dios con nosotros: siempre con nosotros en relación de unión que hace posible el tú a tú, Él conmigo y yo con él; Dios junto a nosotros para darnos su fuerza, en su compañía siempre. Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28), nos dirá.
José aceptó el mandato del ángel y recibió a su esposa. Esta es la gloria de San José. Padre adoptivo es ser padre por decisión libre y amorosa. El padre adoptivo sostiene y protege al niño, lo educa con ternura y firmeza, le proporciona los medios de que requiere para crecer en todas sus facultades. Y eso son años y años de dedicación, de donación generosa y olvido propio para que el hijo se valga por sí mismo.
Eso es José para Jesús, eso hizo por Jesús, y por eso lo alabamos junto a María. En un país como el nuestro, en el que la paternidad, por tanto descuido, irresponsabilidad y traición, está a veces tan venida a menos, la figura de José puede mover a los jóvenes a desear vivirla y ejercerla como una de las más sublimes realizaciones del ser humano y a aceptar el don de la vida, como un misterio que los trasciende y sobrepasa, pero que no deben temer si lo aceptan con amor, porque el amor desecha el temor. Un hijo es un misterio que se acoge como un regalo y se cuida con plena responsabilidad.


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