P.
Carlos Cardó SJ
La
noche estrellada, óleo sobre lienzo de Vincent van Gogh (1889), Museo de Arte
Moderno (MoMA), Nueva York, Estados Unidos
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Jesús dijo a sus discípulos: «No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca: cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena: cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande».
A sus oyentes, que escuchan sus enseñanzas pero no las ponen en
práctica, Jesús les propone la parábola de dos hombres que construyen su casa de
diferente manera. El primero, considerado “prudente”, edifica firmemente sobre
roca, de modo que cuando vienen las tormentas, las crecidas de los ríos y los
fuertes vientos, la casa resiste por sus buenos cimientos. El segundo en cambio,
es un “necio” que construye en un terreno arenoso, sin las debidas
precauciones, y el resultado es lamentable porque la casa no soporta el embate
de los fenómenos atmosféricos y se viene abajo. Los valores y enseñanzas de
Jesús son el fundamento firme para una vida bien construida; no tenerlos en
cuenta es echarla a perder, “desgracia grande”.
En la predicación y, sobre todo, en el ejemplo de vida de Jesús se
delinea una ética bien concreta, un modo recto de proceder, que vale tanto para
los cristianos como para toda persona que aspire a forjarse una vida verdaderamente
valiosa para sí y para los demás (Mt 28,19s).
Jesús hace ver que para lograr este proyecto de vida es importante
interiorizar los valores, asumirlos con el corazón, de lo contrario la persona no
podrá actuar con convicción cuando esté sometida a la presión de los propios
impulsos, sufra frustraciones o se vea envuelta por la multitud de “voces” que
desde el exterior impactan en su conciencia y pugnan por dirigir su conducta.
Jesús no busca únicamente que la persona sepa cuál debe ser la
recta ordenación moral de sus actos, sino que aprecie la validez de sus
enseñanzas, ponga en ellas el afecto de su corazón (es decir, procure que
movilicen su afectividad y sus sentimientos) de modo que la muevan desde su
interior, y no como imposiciones externas. Esta persona sabrá discernir en cada
circunstancia cuál ha de ser su modo de proceder y sabrá mantener un estilo de
vida coherente y ejemplar.
En la actualidad ya no se cree
–sobre todo entre los jóvenes– en doctrinas y discursos, y se ha perdido confianza en las
instituciones. Lo que convence es la coherencia y autenticidad de las personas,
más que las declaraciones de principios. Y eso fue lo que Jesús demostró. No
enseñó nada que primero Él no lo cumpliera. Nadie halló engaño en su boca (1 Pe 2,22), buscó servir y no ser
servido (Mt 20,28), y su integridad
de vida fue tan patente, que hasta sus adversarios reconocieron ante él: Maestro, sabemos que eres sincero, que
enseñas con verdad el camino de Dios y no te dejas influenciar por nadie, pues
no te fijas en las apariencias de las personas (Mt 22,16).
Con razón pudo decir a sus
discípulos, después de lavarles los pies –gesto que sintetiza lo más
característico de su persona–: Ejemplo
les he dado para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn
13,15).
La parábola de los dos constructores interpela al lector, le
induce a confrontarse con uno y otro para tomar conciencia de su realidad
actual. Además, el ejemplo de la casa construida a prueba de adversidades
naturales le mueve a pasar de la simple escucha de la palabra del evangelio a
ponerla decididamente en práctica. A fin de cuentas, las fuerzas que se
desencadenan contra la casa no son sólo las dificultades que uno puede
encontrar en la vida, sino la prueba de la autenticidad o inautenticidad que se
revelará al final de la existencia.
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