P.
Carlos Cardó, SJ
Belisario
pidiendo limosna, óleo sobre lienzo de Jacques-Louis David (1781), Palacio de
Bellas Artes de Lille, Francia
En aquel tiempo dijo Jesús: «No temas, pequeño rebaño, porque al Padre de ustedes le ha parecido bien darles el Reino. Vendan lo que tienen y repártanlo en limosna. Acumulen aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo, donde ni el ladrón ronda ni la polilla destruye. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón».
No
teman, repite Jesús con frecuencia en el evangelio. El miedo se opone a la fe, cuya raíz esencial es la confianza. Al contrario, el amor perfecto destierra el
temor, porque el temor supone castigo, y el que teme no ha logrado la
perfección en el amor. (1Jn 4, 18).
El llamado “temor de Dios”, que según la Biblia es inicio de la
sabiduría (Prov 1,7), no se debe
confundir con el miedo que es una reacción instintiva ante una amenaza; temor
de Dios es sinónimo de respeto y reverencia, es aceptación de su paternidad y de
su señorío en todo, y va unido a la confianza filial, por eso: ¡Dichoso el que teme al Señor y sigue sus
caminos! (Sal 128, 1). A ése, el Señor lo bendice con toda abundancia de
bienes y su existencia transcurre segura.
Con verdadero afecto, Jesús llama a sus discípulos pequeño rebaño. Es el Buen Pastor que
ama a sus ovejas, las conoce y ellas le siguen; más aún, nadie se las
arrebatará (cf. Jn 10, 27-28). Ese
pequeño grupo constituye el germen del que brotará la Iglesia de Cristo que, a
su vez, será también pequeño rebaño, sin pretensiones de grandeza. Sólo así, si
no se deja contagiar de la grandeza de los grandes de este mundo, confiará
siempre en su Señor, que la ama y la cuida con cariño como un esposo a su
esposa (Ef, 5, 29).
En otra ocasión Jesús se alegró porque su Padre había revelado los
misterios de su reino a sus discípulos y a la gente sencilla (Cf. Lc 10, 21). Ahora expresa una mayor
satisfacción porque siente que la paternidad solícita de Dios, que conoce a
cada uno de los que Él le ha dado, ha
querido darles el reino.
El Padre tiene un plan que debe cumplirse: otorgar el don de su
reino a la comunidad de los discípulos de Jesús (de todos los tiempos), aunque
sea pequeña, amenazada e indefensa como un pequeño rebaño. Pero este don tienen
que hacerlo ver los discípulos mediante su disposición pronta a compartir lo
que tienen con los necesitados. Así se implanta el reino del Padre.
Por eso Jesús añade: Vendan
lo que tienen y den limosna. Acumulen
aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo, donde ni el
ladrón ronda ni la polilla destruye. Porque donde está tu tesoro, allí estará
tu corazón.
No es una exhortación a despreciar los bienes como si fueran malos
o a descuidar el dinero. Lo que Jesús propone es un estilo de vida,
caracterizado por la superación del ansia de posesión y por la esperanza en los
bienes del reino, que significan la realización plena del ser humano y promueve
en la tierra el fomento de la justicia. Para tener el corazón puesto en Dios,
que es el tesoro verdadero, la persona deja de pensar sólo en sí misma, se abre
al compartir fraterno y se muestra capaz de hacer uso de los bienes con la
libertad de poder usarlos o dejarlos cuando convenga.
Es no vivir para el dinero ni poner toda la seguridad en él. La
verdadera riqueza no es lo que uno tiene, sino lo que comparte. Eso significa
acumular bienes en el cielo, es
decir, ponerlo todo en Dios y su reino, que es el verdadero tesoro.
La palabra limosna no aparece
en el Antiguo Testamento, pero el atender al extranjero, al huérfano y a la
viuda (Dt 24,19) era una ley sagrada ordenada
por Dios a Israel: no endurecerás tu corazón ni cerrarás la mano a tu hermano
pobre, sino que le abrirás tu mano y le darás lo que necesite (Dt 15, 7;
cf., 8, 11; 26, 12; Lv 25, 35).
Cristo exhortó a la práctica de la limosna, pero advirtió que no
se debía realizar con ostentación buscando la alabanza de la gente (Cf. Mt 6, 2-4).
En la Biblia, la limosna es expresión de justicia. Equivale a darle
al otro lo que necesita para poder vivir. Porque todos somos hermanos, no es
justo que uno posea y el otro desfallezca en la miseria. Es justicia
distributiva.
Para hacerla eficaz y para que se cumpla el plan del Creador, que
hizo todos los bienes para sirvieran para el sustento de todos, la limosna
adquiere el carácter de la cooperación nacional e internacional, del subsidio a
las obras de beneficencia, de solidaridad con los damnificados por calamidades,
de inversiones para el fomento de la educación y la salud
de los menos favorecidos en la sociedad.
Hay múltiples maneras de practicar la limosna. Hay muchas maneras de ser justo según el
evangelio, con la justicia mayor (el camino más excelente, de 1Cor 12, 31), que encuentra su
perfección en la misericordia y promueve la fraternidad.
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