P.
Carlos Cardó, SJ
El
sueño de San José, óleo sobre lienzo de Francisco de Goya y Lucientes
(1771-72), Museo de Zaragoza, España
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Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: "José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados".Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Mateo explica la encarnación virginal del Hijo de Dios en el seno
de María. Dios no puede ser hecho por el hombre, sólo puede ser esperado y
acogido. De esto da ejemplo José, figura de hombre justo, que se mantiene
abierto a su propio misterio personal y en él descubre y acoge el misterio de Dios.
Su
madre –la madre de Jesús– estaba
prometida a José; es decir, vivían el período del compromiso matrimonial,
que duraba de seis meses a un año. La novia seguía viviendo con sus padres.
Pero aquel compromiso exigía fidelidad; la infidelidad era adulterio y podía
ser castigada. Y resultó que (María) esperaba un hijo por acción del Espíritu
Santo. Se subraya que José no interviene. No es José quien hace germinar en
el seno de María al Hijo del Altísimo, eso sólo lo puede hacer Dios. Y así aquello
que nadie podía pretender ni programar, de manera simple y asombrosa se hizo
realidad: María concibe al autor de la vida. Ella no es una estéril como las
matriarcas de Israel (Sara, Ana, Isabel…).
Su virginidad es total apertura y dependencia de Dios, de tal modo
que lo que en ella se produce sólo puede tener a Dios por causa. José, por su
parte, atraviesa la prueba de la fe, como los grandes creyentes. No sabe cómo
aceptar el plan de Dios que supera lo imaginable. Opta entonces por recurrir a
la ley y darle el acta de divorcio que le permite ser aceptada socialmente. Por
respeto, no porque sospeche de ella. Pero cavila en su interior, insatisfecho
del recurso legal que ha pensado para salir del paso. Duerme intranquilo.
Entonces, un ángel del Señor se le apareció en un sueño. Cuando el
hombre dice: “ya no puedo más”, comienza el trabajo de Dios. Como los limpios
de corazón, José lleva a Dios en su interior y su palabra le habla en el sueño,
en la hondura de su ser profundo, le dice: No
temas.
Es la primera palabra del Señor al hombre. El miedo propicia la
huida que es contraria a la fe. Le
pondrás por nombre Jesús. Y José obedece. Aquel que nos conoce y llama por
nuestro propio nombre, permite que lo llamemos por su nombre. Jesús, es Dios-que-salva porque es el Dios-con-nosotros, según la profecía de
Isaías.
La historia de Jesús abraza
nuestra historia. Dios nació entre nosotros, se hizo visible en este mundo y
nunca lo abandonó. A nosotros nos toca procurar hacer que se sienta su
presencia. La encarnación de Dios no se limita al pasado. Dios sigue entrando
en el mundo y en mí. Hay que acogerlo. Hoy puede nacer Dios para nosotros.
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