P. Carlos Cardó, SJ
La parábola del sembrador, óleo sobre lienzo de Jacopo Bassano (1560), Museo Thyssen-Bornemisza,
Madrid, España
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En aquel tiempo, mucha gente se había reunido alrededor de Jesús, y al ir pasando por los pueblos, otros más se le unían. Entonces les dijo esta parábola: "Salió un sembrador a sembrar su semilla. Al ir sembrando, unos granos cayeron en el camino, la gente los pisó y los pájaros se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, y al brotar, se secaron por falta de humedad. Otros cayeron entre espinos, y al crecer éstos, los ahogaron. Los demás cayeron en tierra buena, crecieron y produjeron el ciento por uno". Dicho esto, exclamó: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".Entonces le preguntaron los discípulos: "¿Qué significa esta parábola?". Y Él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer claramente los secretos del Reino de Dios; en cambio, a los demás, sólo en parábolas para que viendo no vean y oyendo no entiendan. La parábola significa esto: la semilla es la palabra de Dios. Lo que cayó en el camino representa a los que escuchan la palabra, pero luego viene el diablo y se la lleva de sus corazones, para que no crean ni se salven. Lo que cayó en terreno pedregoso representa a los que, al escuchar la palabra, la reciben con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba, fallan. Lo que cayó entre espinos representa a los que escuchan la palabra, pero con los afanes, riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no dan fruto. Lo que cayó en tierra buena representa a los que escuchan la palabra, la conservan en un corazón bueno y bien dispuesto, y dan fruto por su constancia".
Lucas presenta la parábola de la
semilla en forma más concisa y fluida, pero subrayando algunos elementos que
combinan mejor con el conjunto de su obra y responden a las necesidades de la
comunidad a la que escribe su evangelio.
Jesús anuncia su mensaje a todos,
la gente que le escucha viene de todas partes. De igual manera, el sembrador
esparce en todas partes su semilla, sin escoger los terrenos donde pueda caer. Esto
significa que buena parte de la semilla puede caer inútilmente en tierras que
no son aptas, están llenas de obstáculos o no están preparadas, y se secará sin
dar fruto. Pero el sembrador trabaja con esperanza porque sabe que habrá un
tierra buena en la que el fruto podrá llegar a ser hasta de cien por uno.
En este sentido, la parábola
transmite una visión positiva que debe alentar a los cristianos en su labor de
anuncio de la palabra del evangelio, frente al aparente fracaso que pueden ver
en su obra. Y al mismo tiempo contiene una exhortación a todos los creyentes
para que se conviertan y lleguen a ser terreno bueno, acogiendo el mensaje cristiano
con corazón noble y generoso, y manteniéndose firmes y perseverantes.
Jesús hace ver a sus discípulos que
el anuncio de la palabra, es decir, la revelación de los misterios del reino,
supone una actitud de escucha, acogida y adhesión interior para que sea eficaz.
En eso consiste el conocimiento que
Dios les concede, no por su capacidad o cualidades personales, sino por pura
iniciativa suya: A ustedes se les concede conocer los misterios de su
reino; a los demás, en cambio, todo les resulta enigmático. Más adelante
Jesús los llamará dichosos porque ven lo que ni los profetas ni los reyes
pudieron ver (Cf. Lc 10, 23-24; 12, 32).
Este don recibido de lo alto no es
para guardárselo simplemente como un bien particular y privado; trae consigo la
responsabilidad de conformar la propia vida con el mensaje que han escuchado y
difundirlo por todas partes. A nadie niega el Señor el don de su mensaje de
salvación –a todas partes llega su pregón y hasta los confines del orbe sus
palabras (Sal 19,5) –, pero el
resultado dependerá de que quienes lo escuchen, tanto los discípulos como “los
demás”, respondan de la mejor manera. Estos últimos, que representan al pueblo
de Israel, y a “los otros” en general tienen siempre abierta la posibilidad de
convertirse, es decir, de dejar de mirar
sin ver y oír sin entender.
¿Por qué unos ven y entienden y
otros no? Es la cuestión de fondo, que probablemente preocupaba a la comunidad
cristiana a la que Lucas dirige su obra. ¿A qué se debe que la misión
evangelizadora no tenga éxito o se produzcan deserciones o haya cristianos que
no llegan a madurar? La parábola responde por medio de la alegoría de los
diversos tipos de tierras, que aluden a los diversos riesgos, obstáculos y
dificultades que encuentra el anuncio del evangelio.
El primer tipo de tierra
corresponde a los que no responden con fe al anuncio. Ocurre en ellos lo que a
la semilla que cae al borde de camino. El mensaje no cala en ellos, no porque
no les haya llegado, sino porque se ven afectados por influjos diametralmente
opuestos que les llegan de fuera. Así, la semilla no puede arraigar en ellos,
apenas los roza y es arrancada de sus corazones.
Los que desertan en el momento de la
prueba se equiparan a la semilla que cayó en terreno pedregoso. Tienen fe pero
por poco tiempo. Falla la perseverancia, sobre todo en la adversidad.
Pusilánimes o superficiales, abrazan el mensaje cristiano pero mientras les
conviene para sus propios intereses y su comodidad personal.
Los que escuchan la palabra, pero
no llegan a madurar, son los que abren el corazón al mensaje, pero las
preocupaciones de la vida diaria, las riquezas y los placeres ahogan su actitud
de escucha, impidiéndoles alcanzar la madurez cristiana.
Finalmente viene la tierra buena, el
tipo de oyentes de la palabra en quienes el anuncio del evangelio produce las
más valiosas reacciones del ser humano: nobleza de espíritu, generosidad y coherencia
plena. Son los que conservan la palabra en su corazón y no interrumpen su
crecimiento, son perseverantes hasta producir un fruto abundante. En este
grupo, la palabra de Dios logra su cometido: el ciento por uno. El secreto es la
perseverancia y la constancia, distintivo de las personas justas.
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