P. Carlos Cardó SJ
Jesús y la suegra de Pedro, ilustración de la
abadesa Hitda de Meschede (Siglo X) en el “Códex Hitda” que se conserva en la biblioteca
regional de Hessische, Darmstadt, Alemania
En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles.Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías.Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: “También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado”. Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea.
Es un milagro pequeñito,
quizá el más insignificante, que puede pasar inadvertido. Pero en su sencillez
tiene gran riqueza y los sinópticos lo ponen al comienzo porque sirve de guía
para interpretar los que siguen.
Es otra prueba de la
victoria de Jesús sobre el espíritu del mal; por eso Lucas lo presenta como un
exorcismo: Jesús conmina a la fiebre. La suegra de Pedro tenía mucha fiebre.
Jesús inclinándose sobre ella ordenó a la fiebre que saliera y se le
quitó. La mujer se levantó de inmediato y se puso a servirlos. La
liberación es total: cuerpo y alma.
Jesús libera a la persona
para que pueda actuar con el mismo espíritu que le hace decir a Él: Yo no he
venido para ser servido, sino para servir (Mc 10,45). Por eso el signo de
la curación es el ponerse a servir. Es la reacción inmediata de la mujer, que
se levanta y se pone a servirles, demostrando con su gesto que la curación ha
sido completa e instantánea y que la mueve un profundo y sincero
agradecimiento.
De esta forma, la suegra
de Pedro se convierte en un modelo anticipado de los auténticos discípulos y
discípulas de Jesús y de la actitud característica de la comunidad cristiana,
tal como Jesús lo estableció: Ya saben que los que son tenidos por jefes de
las naciones las dominan y que sus dirigentes las oprimen. No debe ser así
entre ustedes. El que quiera ser importante sea su servidor; y el que quiera
ser primero sea el siervo de todos (Mc 10,45; Mt 20, 18).
Como la suegra de Pedro, otras
mujeres de Galilea se dedicaron a seguir y a servir generosamente a Jesús
durante todo el tiempo que duró su actividad pública (cf. Lc 8,1-3; 23,49.55), y fueron las que estuvieron con él junto a la
cruz (Lc 23, 27s.49.55-56), mientras
los demás discípulos huyeron. Ellas serán por eso las primeras testigos de su
resurrección y aunque en la cultura hebrea contaban poco, en ellas se encarna y testimonia el
espíritu del Señor, tal como Pablo lo ve: Dios ha elegido lo que el mundo
considera débil para confundir a los fuertes (1Cor 1,27).
La segunda
parte del evangelio de hoy es un sumario de la actividad de Jesús: curaciones,
exorcismos, anuncio de la buena noticia. Lucas lo hace como una descripción de
una típica jornada de Jesús: Al atardecer
le llevaron enfermos de todo tipo; y él imponiendo las manos sobre a uno, los
curaba. De muchos salían demonios que gritaban: Tú eres el Hijo de Dios. Pero el
los reprendía.
Sea
cual sea la interpretación que se haga de las curaciones de enfermos y de las
expulsiones de demonios, lo decisivo en estas narraciones es la certeza de fe
que tenían las comunidades cristianas que escribieron los evangelios de que con
Jesús se hizo realidad la promesa anunciada por los profetas, que colma el
anhelo de la humanidad de todos los tiempos: la victoria sobre el mal en todas
sus formas, hasta en sus raíces más misteriosas.
La
gente lo intuyó y por eso lo buscaba con impaciencia para traerle a sus
parientes enfermos o aquejados de toda dolencia, aunque incurrieron en la
tentación de no verlo más que como un taumaturgo o un curandero extraordinario.
Por eso Jesús se negó a representar este papel en Cafarnaúm, así como no pudo hacer
ningún milagro en Nazaret porque no encontró fe (Mc 6, 5; Mt 13, 58).
Lo
que quiere es cumplir la voluntad de su Padre y realizar la misión para la que
ha sido ungido por el Espíritu de anunciar la buena noticia del reino de Dios (Lc 4,18.42; Is 61,1; 52,7). Esa misión
se muestra en las curaciones de enfermos y en la liberación de toda opresión
material y espiritual, pero sólo como anticipo de la salvación plena, que
arrancará definitivamente a la humanidad del poder de la muerte. Esta buena noticia
no puede detenerse, sino que debe llegar al mundo entero. También a las demás ciudades debo anunciar la buena noticia de Dios
porque para eso me ha enviado. E iba predicando
por las sinagogas de Judea.
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