miércoles, 20 de septiembre de 2017

Los niños de la plaza (Lc 7, 31-35)

P. Carlos Cardó, SJ
 
Niños jugando a los toros, óleo sobre lienzo de Francisco de Goya y Lucientes (1777-1785), Fundación Goya, Aragón, España
En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos niños que se sientan a jugar en la plaza y se gritan los unos a los otros: ‘Tocamos la flauta y no han bailado, cantamos canciones tristes y no han llorado’.Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y ustedes dijeron: ‘Ese está endemoniado’. Y viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: ‘Este hombre es un glotón y un bebedor, amigo de publicanos y pecadores’. Pero sólo aquellos que tienen la sabiduría de Dios, son quienes lo reconocen".
Jesús critica duramente a sus oyentes porque no han aceptado el mensaje de salvación ofrecido por Dios a través de Él y de Juan Bautista. En otros pasajes, los llama generación adúltera porque rechazan la alianza que Dios ha establecido con su pueblo Israel; y generación pecadora (Lc 11,29-30; Mt 12, 39), porque siguen otros caminos, no los del mandamiento del amor.
El lenguaje de Juan Bautista les ha parecido duro, intransigente, y lo han considerado un loco, un endemoniado, y se han mofado de él considerando su predicción como un mero espectáculo. Asimismo, el lenguaje de Jesús, que les ofrece la alegría del reino de Dios y la buena noticia de la misericordia, lo han considerado blando y relajado. Por esta actitud, Jesús los compara, no a los niños de quienes es el reino de Dios, sino a los niños caprichosos que intentan afirmar su independencia yendo en contra del parecer de los demás.
La parábola que emplea hace alusión probablemente a un juego infantil, que consistía en representar con música de flauta las bodas y el duelo; si la música era alegre, de bodas, había que danzar; si era triste, de duelo, había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús se empeñan en jugar su propio juego, cuando había que llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan. Hacen lo contrario de lo que Dios les propone. Y la razón es que han endurecido el corazón.
Vino Juan, con su porte austero y su mensaje de justicia y penitencia, pero lo consideraron un espectáculo de diversión. Oyen ahora el mensaje de amor que Dios les transmite por medio de Jesús y exigen un Dios severo y exigente. El corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de discernir, obstaculiza la acción de Dios y frustra sus planes. Y lo peor de todo es que lo hacen seguros de ser lo únicos intérpretes válidos de los planes de Dios.
Se negaron a convertirse cuando Juan les habló de la inminencia del juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús los invita a alegrarse y hacer fiesta por el amor misericordioso de Dios. Al Bautista lo tuvieron por loco, endemoniado; a Jesús lo llaman comilón y borrachín, amigo de publicanos y pecadores (Lc 7,34).
Pero la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios, afirma Jesús. En el texto paralelo de Mt 11, 16-18, la sabiduría designa al mismo Jesús, portador de la alegría del reino, iniciador de las nupcias de Dios con su pueblo. En Lucas, la sabiduría parece aludir más bien al plan de salvación de Dios, prometido por Juan Bautista y realizado por Jesús. Los sabios son los que acogen y viven el mensaje de salvación. Ellos acogieron la invitación a la penitencia hecha por el Bautista y se alegran con el mensaje que Jesús les trae de parte de Dios. Reconocen así la sabiduría divina, es decir, su justicia, y la escucha.
La situación descrita se repite constantemente. Basta que una persona adopte un comportamiento coherente con su fe cristiana, y mucho más si se compromete activamente en el trabajo por la Iglesia o por el cambio de la sociedad, para que quienes no quieren un mensaje así lo critiquen, le den la espalda o se rían de Él. No aceptan una fe religiosa que los va a llevar a dar lo que no quieren dar.
Pero los pequeños, los pobres y los excluidos que no tienen intereses económicos ni poderes sociales o políticos que defender, ven allí una prueba de la validez del evangelio y dan razón a quienes obran así. Esas personas coherentes con su fe, son los discípulos fieles y generosos, los “hijos de la sabiduría”, que siguen reconociendo en Jesús la revelación y actuación del plan de Dios que es capaz de cambiar la historia, la eficacia del amor que transforma la realidad, es decir, la “sabiduría de Dios”. 
Muchas otras aplicaciones puede tener la pequeña parábola de Jesús. Ella nos hace ver de qué manera más o menos definidas o ambiguas, sutiles o groseras, intentamos traer a Dios a nuestro propio querer e interés y no nos determinamos a seguir lo que el Señor nos pide.
Asimismo, bodas y duelo, alegría y tristeza, son parte de la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para llorar y un tiempo para reír (Eclesiástes 3,4). No todo puede ser llanto y melancolía, ni todo fiesta y diversión. Se exige discernimiento para percibir lo que conviene a cada tiempo y coraje para cambiar o dominarse.
Puede decirse, en fin, que no siempre el hacer lo que a uno le parece es signo de una personalidad definida; la terquedad y obstinación pueden rechazar la verdad que los otros me muestran.

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