P. Carlos Cardó,
SJ
Historia de la vida de san Pedro, detalle
del fresco de Masaccio (1424-27), capilla de Brancacci, Iglesia del Carmine,
Florencia, Italia
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En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano.Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.Yo les aseguro también, que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos".
Somos conscientes
de vivir en una época individualista. Una tendencia extendida lleva a subrayar
más los derechos (del individuo) que los deberes (del ciudadano), y a resolver
la tensión entre libertad y responsabilidad, apostando simplemente por “mi”
libertad.
Asimismo, la
afirmación absoluta del individuo hace olvidar muchas veces a los otros, de tal
modo que se llega a interpretar la tolerancia y el respeto al otro como no
meterse con nadie, o como indiferencia y desinterés por la vida del otro. Pero
ya los primeros diálogos de Dios con el hombre en la Escritura nos plantean la
pregunta: ¿Dónde está tu hermano Abel? – No sé; ¿Soy yo acaso el guardián de mi
hermano? Pero el otro es un “hermano”, de tu sangre, de tu casa. Eres
responsable de él.
Jesús hace
conscientes a sus discípulos de un hecho que será inevitable: dentro de su
comunidad habrá fricciones, ofensas, infidelidades y perjuicios. La Iglesia es
pueblo de Dios en marcha…, comunidad santa y pecadora, necesitada de continua
purificación. A pesar de los pecados de sus miembros, el Espíritu del Señor
está siempre en ella. Y por eso no renuncia al Evangelio como norma de vida y
no puede tolerar que los errores y pecados se conviertan en normas habituales
de conducta; eso sería su muerte.
Además, por el
hecho de pertenecer a la familia humana, a todos nos atañe una
responsabilidad pública frente a las conductas que dañan a la comunidad. Era el
deber que sentía el profeta: Si tú no hablas, poniendo en guardia al que ha
hecho mal para que cambie de conducta, a ti te pediré cuenta de su suerte (Ez
33, 8).
Naturalmente no
se trata de erigirnos en jueces de los demás; en muchas otras ocasiones el
mismo Jesús reprueba esta actitud. Se trata de ganar a tu hermano,
restablecerlo, curar el cuerpo herido, y aspirar a un modelo social y eclesial
de inclusión, no de exclusión de los indeseados.
Por eso, en el
cristianismo, la corrección del hermano que ha pecado o cometido un error, es
signo y expresión del amor. El otro es reconocido siempre como es, con sus
limitaciones; no es juzgado si se equivoca, se le absuelve si es culpable, se
le busca si anda por el mal camino y se le perdona si peca.
Sin aceptación,
no es posible la corrección. Siempre es imprescindible escuchar al otro. Sólo
así podrá aceptar lo que se le diga, y no lo sentirá como una agresión. La
corrección del hermano se hace sin violencia, no por venganza ni por rencor.
Porque amas a tu hermano como a ti mismo, lo corriges para no cargarte de un
pecado de omisión con respecto a él. Es un miembro enfermo, se siente dolor por
él, se busca curarlo porque es parte del mismo cuerpo. Buscar al que está
perdido es la expresión más alta de la misericordia.
Así, desde el
amor responsable se puede entender el procedimiento que el evangelio sugiere
para recuperar al hermano:
- Primero se le
habla en privado, con discreción y respeto, no en público como pedía la ley
judía (Lev 19). Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te
hace caso, has salvado a tu hermano.
- Segundo, si el
diálogo no surte efecto, se busca la ayuda de otro o de otros hermanos, para
que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.
- Y si aun esta
medida fracasa, se apela a la comunidad. La comunidad (ecclesia) es mediación y
sacramento de Dios, a quien finalmente corresponde el juicio. Si no les hace
caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un pagano o un publicano.
Queda claro
entonces que Jesús nos invita no solamente a reconciliarnos con el hermano,
sino a procurar llevarlo a conversión. Y esto exige siempre rectitud en el
hablar para llamar mal a lo que está mal y bien a lo que está bien. La verdad
es un servicio de caridad. Corregir el mal proceder de mi prójimo no significa
excluirlo, no es tratarlo sin consideración ni dejar de comprenderlo. Jesús
vino justamente a llamar y salvar lo que estaba perdido.
El
evangelio propone un modelo de comunidad en el que sus miembros se sienten
corresponsables unos de otros. Sólo cuando existen relaciones personalizadas
adquiere sentido la corrección fraterna. Sólo entonces es posible el acuerdo,
que consolida la unión fraterna. Entonces ocurrirá lo que dijo Jesús: Si dos de
ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la
obtendrán de mi Padre del cielo (Mt 18,
20).
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