P.
Carlos Cardó SJ
Pobres
recogiendo carbones en la cantera, óleo sobre lienzo de Nikolaj Kasatkin (1894),
Museo Estatal Ruso
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En aquel tiempo, mirando Jesús a sus discípulos, les dijo: "Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas.Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!"
Se podría decir que las Bienaventuranzas, como parte del sermón
del monte, o del llano según Lucas, son la carta magna del Reino de Dios, la buena noticia que Jesús anuncia a los
pobres, la síntesis de las promesas de Dios a Israel y a la humanidad y, por
eso, la clave de nuestra auténtica felicidad. Son asimismo los criterios según
los cuales Dios juzga y actúa; criterios opuestos a los del mundo, pues llaman
“dichosos” a los que generalmente son considerados “desgraciados”. Pero hay que
tener cuidado para no leer las bienaventuranzas en clave moralista, pues
expresan más bien lo que hace Dios, que a nosotros nos puede parecer imposible.
Dice Lucas que Jesús, mirando
a los discípulos les decía: Dichosos... Esto quiere decir que los que
siguen a Jesús y se identifican con su manera de ser y proceder, tienen allí
expresado en forma de promesas lo que Dios les va a otorgar. Las
bienaventuranzas señalan cómo actúa Dios. Y ese obrar de Dios en Jesús pasa,
por el Espíritu, a ser el fundamento de la Iglesia y el obrar del seguidor de
Jesús. Por eso, en Lucas, van dirigidas a los discípulos: Ellos pueden
comprender porque el Espíritu se lo revela. También nosotros si nos dejamos
transformar en ese mismo Espíritu.
Lo
que afirma Jesús en las bienaventuranzas es lo que Él vive. Él las vivió primero
y luego las proclamó. Pobre, se desprendió de apoyos del mundo y vivió haciendo
el bien a los enfermos, niños, pecadores. Conocen
la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, por ustedes se
hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8). No tuvo donde
reclinar la cabeza: su patria y hogar eran el Padre y los hermanos. Permitió
que la necesidad ajena, el dolor, la culpa ajena le afectaran como algo propio.
Compasivo,
supo llorar con los que lloraban y, finalmente, se sometió a la muerte para que,
libres de dolor y culpa, tengamos vida. Nos enseñó que hay más felicidad en dar que en recibir (Hech 20).
La primera bienaventuranza y la primera lamentación están en
presente, las demás en futuro. La historia presente es definitiva, pero está
abierta. En esta historia nos toca actuar para que las maldiciones de muerte
que pesan sobre los que sufren pobreza, hambre, o exclusión, se conviertan en
bienaventuranzas de vida.
Ellas hacen ver cómo mira Dios: cuáles sus preferencias, dónde manifiesta
más su amor y qué justicia aplica en favor de sus hijos que claman ante Él día
y noche. Su justicia no es como la humana: Él quita a quien tiene y da al que
no tiene para que haya fraternidad, como proclama María en su cántico (Lc 1, 47-55). La justicia humana
consiste en “dar a cada uno lo suyo”, pero no siempre genera amor y sirve a veces
para defender el egoísmo. El amor, en cambio, supera a la justicia. El amor es
“el camino más excelente” (1Cor 12,31).
Las
bienaventuranzas son reto y promesa. Reto: porque de ninguna manera son felices los que padecen
hambre y miseria; lo serán, cuando por la actitud que tengamos para con ellos
sientan que el evangelio es una buena noticia. Promesa porque si orientamos nuestra vida de
acuerdo a ellas, seremos felices.
En definitiva, las bienaventuranzas describen los rasgos de la
humanidad nueva que anhelamos y que ya podemos ver realizada en personas y
comunidades que se esfuerzan por ser misericordiosas. Estos hombres y mujeres
son los que contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y feliz.
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