P.
Carlos Cardó, SJ
Milagrosa
multiplicación de los panes, óleo sobre lienzo de Gebhard Fugel (1926), Iglesia
de San Esteban en Moggast, Ebermannstadt, Baviera, Alemania
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En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo, la gente lo siguió por tierra desde los pueblos. Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos.Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer". Pero Jesús les replicó: "No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer". Ellos le contestaron: "No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados". Él les dijo: "Tráiganmelos".Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
Jesús quiso representar lo más característico de su persona y de
su obra con el símbolo del pan: ha venido para darnos vida, nos da su cuerpo
como pan de vida eterna. Al mismo tiempo, el símbolo del pan significa el
alimento de nuestra vida temporal y remite al banquete eterno, que Dios nuestro
Padre celebrará con nosotros cuando su reino se haya realizado plenamente.
Por la densidad de contenido del signo del pan, los primeros
cristianos consideraron especialmente importante este pasaje del evangelio;
prueba de ello es que los cuatro evangelios lo consignan con particular atención.
Además, el pasaje de la multiplicación de los panes, por la forma
como está redactado, remite directamente a la importancia que tenía la eucaristía
en la vida cristiana desde los primeros tiempos de la Iglesia. Entender el simbolismo
del pan equivalía, por tanto, a entender a Jesús en lo más nuclear de su
misterio y a entender el significado del «memorial» que Él nos mandó celebrar
para hacerlo presente entre nosotros, para alimentarnos de Él y hacer nuestra
su entrega a los demás.
El texto parece calcado sobre el esquema de la institución de la eucaristía
y emplea las mismas palabras que Jesús pronunció en su última cena y que
repetimos en la misa. Es claro que en su redacción, los evangelistas tuvieron
presente la última cena de Jesús y la fracción
del pan que celebraban los primeros cristianos, como signo distintivo de su
unión con Cristo y de la unión que existía entre ellos.
El relato tiene tres escenas:
La primera escena es la presentación de Jesús misericordioso: al ver al gentío, se le conmovieron las
entrañas. Dos términos designaban en hebreo la misericordia: el primero era
ra'hamim, que alude al apego instintivo
de un ser a otro –como la madre a su hijo–, y tenía su sede en el raham, el seno materno (1Re 3,26) o en las entrañas (rahamim); nosotros diríamos: en el
corazón.
El segundo término era hesed,
que designaba el acto o sentimiento de amor, piedad, compasión,
y que en muchos lugares aparece junto con rahamim, por ejemplo en el Salmo 103,4: Te rodea con su misericordia y su cariño.
En este sentido, hesed es una bondad
consciente, voluntaria, que implica fidelidad. Es lo que siente Dios por su pueblo: amor de un padre maternal. Jesús
manifiesta ese mismo amor. Por eso, se le conmueven las entrañas y toma la
iniciativa para resolver el problema de la gente, el problema de la vida,
representado en el hambre.
En la segunda escena, los discípulos piden a Jesús que despida a
la gente para que se busquen qué comer. Ellos tienen otra manera de pensar
distinta a la del Maestro. Siguen dependiendo de la lógica del comprar y del
poder. Jesús les ordena pasar a la lógica del compartir: les pide que traigan
lo que tienen. Y aunque la comunidad siempre va a alegar que es incapaz de
resolver el problema porque los medios con que cuenta son insuficientes (no tenemos más que cinco panes y dos peces),
Jesús se valdrá de ellos para que a nadie le falte.
La tercera escena presenta la acción de Jesús: tomó los cinco panes y los dos peces (de
la comunidad), levantó los ojos al cielo,
pronunció la bendición, partió los panes, se los dio a los discípulos y éstos a
la gente. Sabemos bien que los panes y los peces son los símbolos
eucarísticos más antiguos, como puede verse en las representaciones artísticas de
la primitiva Iglesia, en las catacumbas.
Con
lo que sobró llenaron doce canastas. Ya entre los
primeros cristianos (según testimonian escritos muy antiguos como la Didaché, de la segunda mitad del siglo
I, y el Pastor de Hermas, de
comienzos del siglo II) se guardaba con cuidado lo que sobraba del pan
consagrado en la eucaristía.
Algunos comentaristas se fijan en el número doce, que podría aludir a las doce tribus de Israel y a la
totalidad del nuevo pueblo que se ha de alimentar con el pan de vida. Asimismo,
ven en el número de los comensales, 5,000
hombres, a los miembros de la primera
comunidad de Jerusalén, según el libro de los Hechos de los Apóstoles: muchos de los que había oído el discurso (de
Pedro y Juan) creyeron; y el número de
los creyentes llegó a cinco mil (Hech 4,4). Recordemos, en fin, que los
primeros cristianos partían el pan en las casas y repartían sus bienes para que
a nadie le faltara nada y no hubiera pobres entre ellos (Hech 2, 46; 4, 34
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