P. Carlos Cardó, SJ
Jesús y el joven rico, óleo sobre lienzo de Heinrich Hofmann
(1889), iglesia baptista de Riverside,
Nueva York, Estados Unidos
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En aquel tiempo, se acercó a Jesús un joven y le preguntó: "Maestro, ¿qué cosas buenas tengo que hacer para conseguir la vida eterna?". Le respondió Jesús: "¿Por qué me preguntas a mí acerca de lo bueno? Uno solo es el bueno: Dios. Pero, si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos". Él replicó: "¿Cuáles?" Jesús le dijo: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, ama a tu prójimo como a ti mismo".Le dijo entonces el joven: "Todo eso lo he cumplido desde mi niñez, ¿qué más me falta?". Jesús le dijo: "Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme". Al oír estas palabras, el joven se fue entristecido, porque era muy rico.
¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Mateo
dice que quien hizo esta pregunta a Jesús fue un joven, pero Marcos dice
simplemente que uno se le acercó, y
Lucas añade que fue un hombre importante.
De modo que se trata de la pregunta que, en el fondo, se plantea todo aquel
que piensa en lo que va a hacer con su vida.
El joven del
relato quiere que se le diga cuál debe ser la dirección hacia la cual debe orientar
su futuro y la actitud práctica y concreta que debe asumir para lograrlo. Y
como es un judío piadoso lo piensa en términos religiosos: cómo puede estar
bien con Dios para participar en su reino futuro y salvarse.
Las formas de
expresar esta cuestión capital pueden variar, pero tarde o temprano toda
persona se la plantea: ¿Qué debo hacer para alcanzar la felicidad y realizarme
plenamente? Además, si es sincero, reconoce por experiencia que no todas sus
acciones han estado bien dirigidas, que no puede guiarse sólo por los impulsos
de sus instintos, y que algunas veces se ha equivocado porque su mente no puede
abarcar todos los aspectos de la realidad. Advierte, en fin, que en su corazón
se anidan afectos y pasiones que le impiden tomar decisiones acertadas y con
verdadera libertad.
La respuesta de
Jesús tiene dos partes, conforme a la reacción del joven. Le dice primero que
la condición indispensable es el cumplimiento de los mandamientos de la ley de
Dios, y le enumera cinco que tienen que ver con los deberes para con el
prójimo, (cf. Gén 20, 12-16; Dt 16,20),
añadiendo: ama a tu prójimo como a ti
mismo (Lv 19, 18) como para reforzar la idea de que la salvación depende
del amor a los demás (cf. Rom 13,9; Gal
5, 14). A continuación, al oír que el joven afirma
haber cumplido todo eso y que quiere saber concretamente qué le falta, Jesús le
dice: Si quieres ser perfecto, vende lo
que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y
luego ven y sígueme.
El término perfecto llevó a pensar durante mucho tiempo que estaba allí el
fundamento de la vocación a la vida religiosa, considerada como “estado de
perfección”, por la práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia.
Pero Jesús no designa con ser perfecto ninguna actitud moral, ni
virtud reservada solamente a unos cuantos llamados, sino a la integridad de las
condiciones que ha de cumplir todo aquel que quiere alcanzar la vida eterna.
Perfecto significa completo,
acabado, pleno. Y en este sentido, hay allí una alusión a lo imperfecto de la
ley judía que debe perfeccionarse con el seguimiento de Jesús y la adhesión a
su persona. La ley antigua, los mandamientos, son necesarios pero no bastan. Al
cristiano se le pide seguir e imitar a Jesús en su libertad frente a todas las
cosas, para poder mantenerse disponible a la voluntad del Padre, usar los
bienes tanto cuanto convenga para no estar atado a nada, solidarizarse con los
necesitados, compartir con ellos sus bienes y tener a Dios como lo más
importante de todo.
Eso significa tendrás un tesoro en el cielo, que ha de entenderse como: Dios será
tu tesoro. Y como donde está tu
tesoro, allí está tu corazón, equivale en definitiva a tener a Dios en el
centro y en lo más vital de la persona.
El camino que Jesús le muestra al
joven rico –que a todos nos representa– no
es, pues, una disciplina ascética de renuncia de los bienes que tenemos o
podemos desear a fin de lograr un equilibrio interior, libre de ansias de
posesión o de disfrute. Lo que él quiere hacer ver es que seguirlo e imitarlo
es vivir en Dios y para Dios; es experimentar ya en la tierra la felicidad –bienaventuranza– de los que, libres frente a todo, pobres hasta de sí mismos¸ se
sienten colmados perfectamente y dan a su propia vida una calidad que Dios
reconoce eternamente. Pablo dirá: Si con
él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él… (2 Tes
2, 11-12).
El joven rico después de oír a
Jesús, se entristeció porque tenía muchos bienes y se fue. Le pareció imposible
lo que Jesús le proponía y ni siquiera se detuvo a preguntarle cómo se podía
lograr, ni tampoco reconoció: Creo,
Señor, pero aumenta mi fe. Se fue, simplemente, y nunca más se supo de él.
Y da pena en verdad porque dice Marcos (10, 21) que Jesús lo había mirado con
especial afecto…
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