miércoles, 14 de junio de 2023

Una justicia superior (Mt 5,17-19)

 P. Carlos Cardó SJ

Aprendiendo el talmud, óleo sobre lienzo de Samuel Hirszenberg (1887), Museo de Arte Mishkan, kibutz Ein Harod Meuhad, Israel

Jesús dijo a sus discípulos: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: Yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no quedarán ni una i ni una coma de la Ley, sin cumplirse, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el reino de los Cielos".

Jesús no pretende abolir la ley mosaica, con cuyo cumplimiento los judíos demostraban su fidelidad al amor preferencial con que Dios había hecho de Israel su pueblo escogido. Lo que pretendía era perfeccionarla. Con el ejemplo de su vida y con su enseñanza, Jesús orienta a sus oyentes hacía una observancia más sincera de las normas morales, liberándolos de la actitud farisaica, que se fija en lo secundario y exterior y deja de lado lo importante y lo que nace del corazón de las personas.

En este sentido, hace más radical la ley con las exigencias propias del amor, que no oprimen sino liberan a la persona para que dé lo mejor de sí. Las palabras dar cumplimiento del versículo 17 significan darle su forma nueva y definitiva en la perspectiva del espíritu del evangelio.

Las comunidades cristianas primitivas recordaron claramente que Jesús subordinó los numerosos preceptos de la Torá al precepto del amor. Vieron, asimismo, sobre todo Pablo, que la ley de Moisés no posee autoridad por sí misma, sino por Jesús. La ley es guía –preceptor o pedagogo– hacia Cristo (Gal 3,24), quien, por medio de su Espíritu infundido en nuestros corazones, nos impulsa a la justicia mayor del amor.

Los rabinos fariseos y los doctores de la ley habían inculcado en la gente la idea de que el cumplimiento de la ley mediante la práctica de las buenas obras hacía justa a la persona humana, le aseguraba la salvación. Sobre esta interpretación habían construido una moral rigorista, hecha de casuística sobre lo lícito y lo ilícito, lo puro y lo impuro, determinado por el cumplimiento o incumplimiento de los 350 preceptos en que habían desmenuzado la ley de Moisés.

Todo se volvía imprescindible para poder tener la seguridad de salvarse, hasta las tareas domésticas más ordinarias como lavar jarros y platos. Jesús echa por tierra esta moral y propone otra que brota de convicciones profundas y se basa en una relación amorosa y confiada con el Padre.

Esta nueva moral orienta a la persona y le ayuda a discernir en todo la voluntad de Dios, que se expresa en sus preceptos –que se deben respetar–, pero que abre a la persona a la generosidad propia del amor, materia del único y principal mandamiento que Él nos dejó. Obrando así, la práctica de la fe, que se vive como seguimiento de Cristo, no lleva a sentirse agobiado y cansado por el peso de la ley, sino libre –como dice Pablo– para discernir en todo momento cuál es lo bueno, lo agradable a Dios y lo perfecto que se ha de buscar (Rom 12, 2).

El ejemplo de Jesús ilumina. Él cumple la ley, como judío fiel que es y por su adhesión a la voluntad de su Padre, pero no duda en mostrarse libre frente a la materialidad de la ley para dar paso a las exigencias del amor: como en el caso de los enfermos que cura en día sábado, infringiendo a los ojos de los fariseos y escribas el precepto del descanso sabático, o cuando libera a sus discípulos de las exigencias tradicionales de las purificaciones y de los ayunos.

En los versículos siguientes de este capítulo 5 de Mateo se verá a Jesús atribuyéndose una autoridad que sólo de Dios le podía venir: la de modificar el núcleo mismo de la ley, los diez mandamientos, para superar el literalismo legal y enseñar a sus discípulos una moral más elevada, que brota del interior de la persona y se manifiesta más en una actitud y un estilo de vida, que en un cumplimiento mecánico de normas.

Cuando Jesús dice: No piensen que yo he venido a echar abajo la ley y los profetas! No he venido a echar abajo sino a dar cumplimiento, no propone un incremento cuantitativo de los preceptos de la Torá, sino una intensificación cualitativa –en términos de mayor amor– que configura un estilo de vida ante Dios y el prójimo.

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