P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, al ver Jesús a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abandonados, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que mande trabajadores a recogerla”. Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: “No vayan a tierra de paganos, ni entren en las ciudades de Samaria, sino vayan a las ovejas descarriadas de Israel. Vayan y proclamen que el Reino de los Cielos está cerca. Curen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios. Lo que han recibido gratis denlo gratis”.
Con
un tono polémico, aludiendo implícitamente a los jefes judíos, que van a ser
sustituidos por nuevos guías, Jesús manda a sus discípulos para que atiendan a
las ovejas de Israel.
Las palabras que emplea para este
envío mencionan a la cosecha, que en los escritos de los profetas servía para
indicar el juicio final. Con ello, Jesús da a la misión de los evangelizadores
una trascendencia muy especial: el mensaje del que serán portadores ofrecerá a
la gente el don del amor de Dios, que salvará sus vidas si lo acogen en actitud
de conversión.
Queda claro que el don de la
salvación, y su mismo anuncio, no parten de la iniciativa humana sino de la
voluntad del dueño de la cosecha: La cosecha es abundante pero los obreros son
pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a recogerla.
A todos nos llega la invitación
que hace el Señor. Todos somos llamados. La misión nos atañe, es de todos y
para todos. Así mismo, orar para que el dueño de la cosecha mande operarios y
mostrarse al mismo tiempo disponible para ir a trabajar en ella, son la
expresión de la adhesión a Jesús, el buen pastor. Como Él, la inquietud constante
del discípulo será manifestar con su vida y con su palabra el amor que Dios
tiene a todos, sin distinción, pero mostrando al mismo tiempo una especial
solicitud por las ovejas débiles,
perdidas o descarriadas, para que no se pierda ninguna. Este Dios expresa una
gran alegría en el cielo cuando los descarriados y excluidos son integrados
realmente y pueden vivir en la comunidad el amor que Él les tiene.
Jesús
llama
a sus doce discípulos. Quiere
prolongarse en el mundo por medio de ellos. Serán sus enviados (apóstoles),
representantes suyos; por eso les da los mismos poderes que tenía: expulsar espíritus impuros y curar toda
clase de enfermedades y dolencias. Hay, pues, una clara intención de señalar la continuidad entre
la misión de Jesús y la de los Doce. La autoridad que les transmite y el envío a
realizar la obra que Él hacía, determinan lo que va a ser la actividad de su
Iglesia, allí representada como en su núcleo original.
Jesús elige a doce. El número corresponde a las
doce tribus de Israel. Corresponde al nuevo pueblo de Dios, de los últimos
tiempos, el Israel fiel que Jesús quiere congregar a partir de este germen
inicial de doce galileos desconocidos y pobres. Pero así es el estilo de Dios,
que actúa siempre en la debilidad y pequeñez, para sacar fuerza de lo débil, de
modo que nadie se atribuya el éxito de la obra que Él realiza.
Es además un grupo heterogéneo. Se menciona primero a Simón Pedro
y a los otros tres –Andrés, hermano de Pedro y los hijos de Zebedeo, Juan y
Santiago– cuyo llamamiento ha narrado ya Mateo en 4, 18-22, y que trabajaban en
el lago de Galilea porque eran pescadores.
De cinco de ellos no se dice nada: Felipe, Bartolomé, Tomás, Santiago
hijo de Alfeo, y Tadeo. En el caso de Mateo, se menciona su oficio,
probablemente por la extrañeza que causó que hubiese un publicano en el grupo.
Hay un Simón apodado Cananeo, que no significa natural de Caná sino fanático,
probablemente por pertenecer al grupo de los celotas. Y finalmente se menciona
a Judas el traidor, con el apelativo gentilicio de Iscariote, que significa
hombre de Ischaria o de Ischaris.
Todos son simples pescadores y artesanos de una de las regiones más
deprimidas y olvidadas de Palestina. Ningún funcionario notable, ni escriba
docto, ni acomodado terrateniente o comerciante de la zona. Viendo cómo la obra
del Señor se continúa por medio de los creyentes, San Pablo dirá a los
cristianos de Corinto: Fíjense, hermanos,
a quiénes los llamó Dios: no a muchos intelectuales, ni a muchos poderosos, ni
a muchos de buena familia…; lo débil del mundo se lo escogió Dios para humillar
a lo fuerte… de modo que ningún mortal pueda gloriarse ante Dios (1 Cor
1,26-29).
Así, a ese grupo de gente insignificante Jesús los reviste de poder
para expulsar espíritus impuros y curar toda enfermedad y dolencia. Los reviste con su poder y autoridad
para que realicen en la historia los signos concretos de la venida del reino.
Al Mesías le sucederá la comunidad mesiánica, pero Él seguirá presente,
comunicándole su poder para enfrentar y vencer al mal que actúa en el mundo. La
eficacia de su acción liberadora se verá en la lucha contra los “espíritus
inmundos” que tienen que ver con todo aquello que perturba, oprime y empobrece
la vida humana.
La misión de Jesús, confiada a los apóstoles, es universal, pero
Jesús reconoce el rol que le corresponde a Israel dentro del plan de salvación
de Dios. Por eso los envía primero a los judíos. No transiten por regiones de
paganos ni entren en los pueblos de Samaria. Vayan más bien en busca de las
ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Los hijos de Abraham, herederos de la promesa, son el pueblo que Dios se
escogió para anunciar a todas las naciones su ofrecimiento de salvación. Pero
se ha mostrado infiel a su vocación y no ha querido escuchar la voz de los
profetas que insistentemente lo han llamado a restablecer su alianza con Dios.
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