P. Carlos Cardó SJ
Jesús se puso a hablarles en parábolas: "Un hombre plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. A su debido tiempo, envió a un servidor para percibir de los viñadores la parte de los frutos que le correspondía. Pero ellos lo tomaron, lo golpearon y lo echaron con las manos vacías. De nuevo les envió a otro servidor, y a este también lo maltrataron y lo llenaron de ultrajes. Envió a un tercero, y a este lo mataron. Y también golpearon o mataron a muchos otros. Todavía le quedaba alguien, su hijo, a quien quería mucho, y lo mandó en último término, pensando: “Respetarán a mi hijo”.
Pero los viñadores se dijeron: “Este es el heredero: vamos a matarlo y la herencia será nuestra”'.
Y apoderándose de él, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña.
¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá, acabará con los viñadores y entregará la viña a otros. ¿No han leído este pasaje de la Escritura: “La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos?".
Entonces buscaban la manera de detener a Jesús, porque comprendían que esta parábola la había dicho por ellos, pero tenían miedo de la multitud. Y dejándolo, se fueron.
La expulsión de los mercaderes del templo hecha por Jesús ha sido
interpretada por los sumos sacerdotes y los doctores de la ley como una acción
provocadora. Se han decidido entonces a buscar el modo de acabar con Él. Jesús advierte
una vez más que serán capaces de levantar contra Él al pueblo para darle
muerte, consumando así la ruptura de Israel con el Dios que lo escogió para ser
luz de las naciones.
En ese contexto, Marcos relata la parábola de los viñadores
homicidas. A diferencia de la versión que dan de ella Mateo (21,33-46) y Lucas (20, 9-19), no concentra su atención en el plan de Dios rechazado
por Israel, sino en la figura del heredero, el hijo amado, el predilecto –tal
como apareció en el bautismo (Mc 1,1)
y la transfiguración (Mc 9,7)– y cuya
muerte cruenta cambiará el destino histórico de Israel y será fuente de vida
eterna para cuantos creen en Él. La agresividad de los viñadores contra los
enviados por el señor de la viña aparece in
crescendo: golpean, ultrajan, asesinan. El hijo amado será ultrajado,
golpeado y asesinado por los que han pretendido adueñarse de la viña.
Todo el relato confluye en la pregunta: ¿Qué hará el dueño de la viña
con esos viñadores? La Biblia da una respuesta en el canto de Isaías 5,
citado por Marcos: Dios juzga y castiga la infidelidad de su pueblo. Pero el
relato evangélico va más allá: por rechazar al Hijo de Dios, anunciador y
portador del Reino, el pueblo de la antigua alianza perderá su rol histórico,
quedarán superados los privilegios raciales y culturales del judaísmo y la
salvación será ofrecida a los extranjeros.
La cita del Salmo 118, aplicado a Cristo, ilumina este
planteamiento y lo amplía mucho más. Hace ver que Jesús es la piedra rechazada
por los arquitectos que ha venido a convertirse en la piedra angular de la que todo depende. Debe, por tanto, ser reconocida y
aceptada. Cristo resucitado será la piedra angular del nuevo templo que Dios
construirá, la humanidad nueva. El plan de Dios, lejos de ser anulado por la
maldad de los hombres, se realizará.
Los sumos sacerdotes y doctores que escuchan la parábola entienden
muy bien sus imágenes, pues tienen resonancias bíblicas que ellos conocen: la
viña es el pueblo de Dios; su dueño es el mismo Dios; los viñadores son ellos,
los jefes del pueblo; los siervos enviados son los profetas; los frutos que se
esperan son la fidelidad a la alianza; el hijo resulta ser Jesús, pues así se
ha presentado ante ellos; y los otros a quienes se les dará la viña son los
gentiles. Vieron, pues, que la parábola iba dirigida a ellos. Quisieron
capturarlo, pero lo dejaron y se fueron
porque temieron a la gente.
Según la mentalidad judía de la época, respaldada por diversos
pasajes de la Escritura, y que el mismo Jesús expresa (pero que Mateo pone en
labios de los judíos y no de Jesús. Cr. Mt 21,41), no se podía esperar sino el
castigo divino contra esos malvados que darían muerte al Hijo inocente.
Sin embargo, los pensamientos de Dios se revelarán más tarde, en
la pasión de Jesús. Allí quedará de manifiesto que el Dios de Jesús no piensa
en penas contra culpas ni en castigos contra delitos, no se queda en la lógica
de la justicia humana vindicativa de dar a cada cual lo que se merece, no sabe
lo que es vengarse ni puede dejar de amar, pues no sería Dios, sino un simple
hombre.
Su justicia es de otro orden: hace triunfar el amor sobre la
maldad. Eso significa que la piedra descartada por los hombres se convierta en
piedra angular. En su Hijo muerto, Dios hará triunfar su amor salvador como
oferta última, extremada, para la salvación de los perdidos, de los rechazados
y aun de sus propios verdugos. Si fuese sólo un hombre se quedaría en la
sentencia de condenación. Por ser Dios, hace que del mismo mal cometido por
ellos surja triunfante la vida. Esto lo entenderán los discípulos en la mañana
de la resurrección.
La parábola debe hacer pensar también a la comunidad cristiana,
pues en el comportamiento de sus miembros y de sus instituciones puede
reproducir la misma pretensión de los judíos del tiempo de Jesús de poseer el
reino de Dios o de hacerlo depender de los méritos propios. La Iglesia no puede
olvidar que está más bien a su servicio. Por eso, peregrina hacia Él. Ella se
ha de esforzar por anunciar a todos la salvación y ofrecer en medio del mundo
un espacio de misericordia en el que todos pueden ser acogidos.
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