P. Carlos Cardó SJ
Jesús dijo a sus discípulos: "No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre las consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde este tu tesoro, estará también tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará iluminado. Pero si tu ojo está enfermo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Si la luz que hay en ti se oscurece, ¡cuánta oscuridad habrá!".
No amontonen tesoros en esta tierra… Amontonar
se opone a compartir. Amontonar en la tierra es caduco. Amontonen tesoros en el cielo significa actúen con los valores que no
perecen, mirando siempre a Dios. No
significa despreciar los bienes como si fueran malos ni descuidar el dinero.
Significa usar los bienes materiales con la libertad de poder dejarlos cuando
convenga. Es no depender del dinero ni poner toda la seguridad en él. Los
bienes son medios, no absolutos. Pero hay una tendencia idolátrica en el
hombre, que le lleva a sobrevalorar tanto las cosas, que acaba sometiéndose a ellas
como a ídolos. Jesús inculca la buena disposición para compartir. Sin ella, los
bienes dividen a los hermanos y se ofende al plan del Creador.
Con el dinero, medio necesario para sostener la vida, podemos
hacer el bien o hacer el mal. El dinero es malo cuando se adquiere injusta o
inicuamente, cuando se emplea para fines malos o se acumula para el disfrute
egoísta, sin tener en cuenta la suerte de aquellos que podrían beneficiarse
también con él. La acumulación egoísta, abusiva e improductiva es contraria a
la voluntad de Dios. Hay que administrar el dinero conforme a la voluntad de
Dios. Así, mientras el rico egoísta se llena de enemigos, quien administra bien
sus bienes para que sirvan al desarrollo de su pueblo, para que den trabajo a
la gente y para resolver las necesidades de los pobres, esa persona es justa,
se gana multitud de amigos y se le recordará por el bien que ha hecho.
Tesoro en el cielo. Los judíos evitaban nombrar a Dios;
preferían decir “cielo” para referirse a Él; “amontonar tesoros en el cielo”
quiere decir: procurar que Dios sea tu tesoro. El verdadero tesoro no es lo que
tienes, sino lo que das y compartes. Quien
da al pobre le hace un préstamo a Dios (Prov 19, 17). Los bienes y, más
concretamente, el dinero, son medios que han de ser utilizados para fines
buenos. Y la Iglesia, basada en la Escritura, siempre ha afirmado y defendido
la finalidad social de los bienes creados.
La persona justa y sabia se preocupa por adquirir los tesoros del
cielo. Consciente de que aquello que se valora como el tesoro cautiva al corazón
y se convierte en la motivación más profunda y dominante, se preocupará por
poner a Dios por encima de todo y por guiarse en todos sus actos por la obediencia
a la voluntad del Padre del cielo.
Lámpara de tu cuerpo es el ojo. Del interior de la persona, de su
corazón, salen las buenas intenciones, afectos y motivaciones que orientan la
conducta. Si el ojo es puro, la
persona mira, aprecia y busca lo bueno; sus juicios son justos. Si tu
ojo está enfermo por la envidia, el doblez o la mala intención, tus
decisiones serán malas o erróneas. El ojo sano refleja la luz de Dios, es
iluminado por el Espíritu, cuyos efectos son: amor, alegría, paz, tolerancia,
amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí (Gal 5, 22).
Cuando las intenciones del corazón son malas, y la luz interior de
la persona se apaga, se oscurece su modo de ver las cosas, de pensar, valorar y
obrar. ¡Qué grande será su oscuridad!,
dice Jesús. Las malas intenciones le llevan a decisiones y
comportamientos erróneos, que no reflejan amor a los demás ni búsqueda del bien
común.
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