viernes, 2 de junio de 2023

La higuera estéril y la purificación del templo (Mc 11, 11-26)

 P. Carlos Cardó SJ

La higuera maldecida por Jesús, óleo sobre lienzo de Giulio Cesare Procaccini (siglo XVII), Palacio Real Riofrío, Segovia, España

Jesús llegó a Jerusalén y fue al Templo; y después de observarlo todo, como ya era tarde, salió con los Doce hacia Betania.
Al día siguiente, cuando salieron de Betania, Jesús sintió hambre. Al divisar de lejos una higuera cubierta de hojas, se acercó para ver si encontraba algún fruto, pero no había más que hojas; porque no era la época de los higos. Dirigiéndose a la higuera, le dijo: "Que nadie más coma de tus frutos". Y sus discípulos lo oyeron.
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el Templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en él. Derribó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y prohibió que transportaran cargas por el Templo. Y les enseñaba: "¿Acaso no está escrito: Mi Casa será llamada Casa de oración para todas las naciones? Pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones".
Cuando se enteraron los sumos sacerdotes y los escribas, buscaban la forma de matarlo, porque le tenían miedo, ya que todo el pueblo estaba maravillado de su enseñanza.
Al caer la tarde, Jesús y sus discípulos salieron de la ciudad.
A la mañana siguiente, al pasar otra vez, vieron que la higuera se había secado de raíz.
Pedro, acordándose, dijo a Jesús: "Maestro, la higuera que has maldecido se ha secado".
Jesús le respondió: "Tengan fe en Dios. Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: 'Retírate de ahí y arrójate al mar', sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán. Y cuando ustedes se pongan de pie para orar, si tienen algo en contra de alguien, perdónenlo, y el Padre que está en el cielo les perdonará también sus faltas. Pero si no perdonan, tampoco el Padre que está en el cielo los perdonará a ustedes.

El episodio de la higuera estéril y el de la purificación del templo aparecen unidos en el evangelio de Marcos. La razón es que el templo material daba al judío la falsa seguridad de su salvación. Se llenaban de orgullo exclamando: ¡Ah, el templo del Señor! ¡Ah, el templo del Señor! Les gustaba celebrar en él ceremonias solemnes y sacrificios costosos, pero al mismo tiempo se lo profanaba con toda clase de injusticias y se llevaba una vida de espaldas a los valores que en el templo se proclamaban. Por esta razón, esa religiosidad centrada en el templo no ha dado frutos, es la hojarasca engañosa de la higuera que esconde su esterilidad.

Jesús recurre a una acción simbólica que lo presenta como el Mesías-Rey que juzga. La higuera que es Israel y el judaísmo oficial no ofrecen los frutos deseados y engañan a la gente, por eso merecen la condena de Jesús.

Al día siguiente, los discípulos vieron que la higuera se había secado. Jesús aprovecha la ocasión para instruirlos sobre la fe verdadera, que se expresa en la oración auténtica y el perdón, frutos que estaban ausentes en la religiosidad de Israel. Es la razón por la que Jesús, haciendo uso de su autoridad mesiánica realiza a continuación, según Marcos, el gesto simbólico de purificar el templo y el culto: Mi casa es casa de oración para todos los pueblos. Ustedes sin embargo la han convertido en cueva de ladrones.

Juan (2, 13-22) sitúa el episodio al comienzo, en una fiesta de pascua. Es más prolijo en detalles descriptivos. Habla del látigo que hace Jesús y del trato que da a unos vendedores y a otros. Y, sobre todo, incluye la profecía: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré de nuevo.

Sea como fuere, no es un simple arrebato de ira. Jesús adopta la actitud valiente de los profetas (Amós, Miqueas, Isaías, Jeremías) que habían denunciado la injusticia y dado su vida por la verdadera religión. Su conciencia crítica lo lleva a denunciar aquella perversión insoportable que consiste en usar a Dios para lucrar y oprimir. Por eso, el templo es vez de reflejar la gloria de Dios, se ha convertido en una cueva en la que se rinde culto a Mammon, el dios del dinero, que sustituye a Dios. Por eso Jesús tiene que purificarlo y llenarlo de la gloria que resplandece en su persona y en su palabra. Así aparece Jesús como el verdadero templo del Dios-con-nosotros, que hace entrar en comunión con Dios.

Sólo después de la resurrección los discípulos llegarán a entender que el templo de piedra podía caer (como de hecho cayó el año 70), pero que el cuerpo de Cristo, destruido en la cruz, pero resucitado y levantado por Dios, es el templo nuevo en el que habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2,9). Cristo resucitado es el lugar definitivo de la presencia de Dios en su pueblo, santuario de la auténtica adoración en espíritu y en verdad (Jn 4,23), la perfecta “casa del Padre”.

La actuación de Jesús en el templo será la causa de su muerte. Su palabra acerca de la destrucción del templo será el motivo de su condena. Jesús es perseguido por los poderosos. Pero a diferencia de los poderosos, el pueblo sencillo le escucha. Quien escucha la Palabra y la pone en práctica, se convierte en piedra vida del nuevo templo.

San Pedro dirá: Ustedes como piedras vivas, van construyendo un templo espiritual dedicado a un sacerdocio santo, para ofrecer, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales agradables a Dios (1 Pe 2,4-5). La comunidad eclesial es “el nuevo templo”. Y la ofrenda de nuestras vidas entregadas a la causa de Jesús y su Reino es el sacrificio espiritual agradable a Dios (Rom 12,1-3). El simbolismo de la higuera vale, pues, también para nosotros: el mundo es la viña del Señor y cada uno de nosotros una higuera, destinada a dar fruto.  

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