P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, enseñaba Jesús a la multitud y le decía: "¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplios ropajes y recibir reverencias en las calles; buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; devoran los bienes
de las viudas haciendo ostentación de largos rezos. Éstos recibirán un castigo muy riguroso".
Luego Jesús se sentó frente a la sala del Tesoro del templo, mirando cómo la gente echaba allí sus monedas. Muchos ricos daban en abundancia. De pronto se acercó una viuda de condición muy humilde y echó dos moneditas de muy poco valor.
Jesús, llamó a sus discípulos y les dijo: "Yo les aseguro que esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos. Porque los demás han echado de lo que les sobraba; pero ella, en su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir".
Este
texto tiene dos partes: la primera es una crítica de Jesús contra los maestros
de la ley; la segunda, el episodio de la viuda
pobre que deja su limosna en el arca del templo.
Dijo
Jesús a sus discípulos: Tengan cuidado con los maestros de la ley,
a quienes les gusta pasearse lujosamente vestidos y ser saludados por la calle;
buscan los puestos de honor en la sinagoga y los primeros lugares en los
banquetes.
Toda persona que se valore desea que se la respete y se la tenga
en cuenta. Pero este deseo lícito y natural puede deformarse hasta convertirse
en la motivación más determinante de lo que uno quiere hacer en la vida. Cuando
se busca por encima de todo el propio éxito, se puede llegar a desconocer los
propios límites y deficiencias, o incluso a atropellar el derecho de los demás
por creerse superior.
Por eso, lo que Jesús critica en los maestros de la ley es que
ellos, los expertos en las cosas de Dios, enseñan los preceptos de la religión,
pero movidos por la ambición y la búsqueda de honores y privilegios. Se sirven
de la religión como instrumento de lucro, y, lo que es insoportable a los ojos
de Dios, valiéndose de su fama de justos y religiosos, llegan a aprovecharse de
los bienes de huérfanos y viudas: Ellos devoran los bienes de las viudas y se
disfrazan tras largas oraciones, denuncia Jesús, y les advierte que
terminarán muy mal.
Esta
mentalidad y este comportamiento no fueron algo pasajero que acabó cuando, en
el año 70 d.C., destruido el templo de Jerusalén, desaparecieron los escribas y
sumos sacerdotes. Lo que Jesús criticó fue una tendencia que seguiría
influyendo en la comunidad cristiana hasta hoy. Los simples fieles y los
miembros de la jerarquía pueden actuar hoy como actuaban los escribas y
fariseos en tiempos de Jesús, poniéndose por encima de los demás, ejerciendo
sus funciones con ostentación, fatuidad y presunción. Cuando estas cosas
suceden, Jesús nos pone en guardia: “¡Tengan cuidado!”, nos dice.
Viene después un episodio que podía pasar
desapercibido, pero que a los ojos de Jesús encerraba una lección fundamental. Sentado frente a las arcas del
templo, observaba cómo la gente iba echando dinero en ellas
para el culto; muchos ricos depositaban en cantidad. Pero llegó una viuda pobre que
echó dos moneditas de muy poco valor.
Ya
en las primeras escenas del evangelio de Marcos (1, 29-31) se centró la atención en otra pobre mujer, la suegra de
Pedro. Estaba en cama con fiebre, y el Señor realizó en favor de ella –según Marcos–
su primer milagro; un milagro aparentemente sin mayor relevancia, pero que
convirtió a esa mujer en un ejemplo: Se
acercó, la tomó de la mano y la levantó. Se le quitó la fiebre y se puso servir
al Señor y a sus discípulos, dando ejemplo del verdadero seguimiento de Jesús
que consiste en servir a los demás.
Así
también la escena de la limosna de la viuda, en apariencia tan poco
significativa, hace ver que una pobre viuda se convierte en el evangelio vivo,
en la figura perfecta de Cristo. Les aseguro que esa pobre viuda ha echado en
las arcas más que todos los demás
–declara solemnemente Jesús. Pues todos han echado de lo que les
sobraba, mientras que ella ha dado desde su pobreza todo lo que tenía para
vivir.
Una
pobre viuda que nadie tiene en cuenta resulta ser la verdadera maestra de la
ley del Nuevo Testamento, en oposición a los escribas hipócritas. Ella se
constituye, junto con la suegra de Pedro, en la discípula verdadera del
Maestro, que enseña a los discípulos la lección más importante del evangelio.
Ella, a diferencia del joven rico, que no se animó a seguir a Jesús porque
tenía muchas riquezas, dejó en la alcancía del templo –con las dos moneditas
que depositó– todo lo que tenía para
vivir. La enseñanza de Cristo no nos viene de los libros, sino de
personas de este tipo. Los pobres nos evangelizan.
Ante Dios no importa la cantidad de
lo que uno da, sino la calidad.
La viuda pobre deposita dos moneditas, pero es todo lo que ella tiene para
vivir, mientras que los ricos echan lo que les sobra y con ostentación. En la
escala de valores de Jesús, una limosna insignificante puede tener mayor valor
que una gran suma. Privarse únicamente de lo superfluo no representa la solidaridad
aceptable al Señor, aunque lo aportado sea una buena suma de dinero.
Dios,
que ve lo oculto de los corazones, quiere sinceridad y transparencia en lo
exterior y en lo interior. Lo que vale es la actitud de la pobre viuda que, al
darlo todo, con corazón humilde y generoso, reproduce en su persona aquella
característica de Jesucristo, que según San Pablo sintetiza su solidaridad con
nosotros: Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo que, siendo
rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9).
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