P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, cuando los discípulos iban con Jesús en la barca, se dieron cuenta de que se les había olvidado llevar pan; sólo tenían uno.
Jesús les hizo esta advertencia: "Fíjense bien y cuídense de la levadura de los fariseos y de la de Herodes".
Entonces ellos comentaban entre sí: "Es que no tenemos panes".
Dándose cuenta de ello, Jesús les dijo: "¿Por qué están comentando que no trajeron panes? ¿Todavía no entienden ni acaban de comprender? ¿Tan embotada está su mente? ¿Para qué tienen ustedes ojos, si no ven, y oídos, si no oyen? ¿No recuerdan cuántos canastos de sobras recogieron, cuando repartí cinco panes entre cinco mil hombres?".
Ellos le contestaron: "Doce".
Y añadió: "¿Y cuántos canastos de sobras recogieron cuando repartí siete panes entre cuatro mil?".
Le respondieron: "Siete".
Entonces él dijo: "¿Y todavía no acaban de comprender?".
La ceguera de los discípulos respecto al significado del pan se
mantiene. Cinco veces se menciona el pan, y siete veces señala Jesús con
desilusión y amargura la incomprensión de que es objeto por parte de sus
discípulos: discutían, no entienden, no captan, ¿Tienen endurecido el corazón?, ¿Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no
oyen?, ¿No recuerdan cuando repartí
los cinco panes entre cinco mil?, ¿y
cuando repartí los siete panes entre cuatro mil? y ¿todavía no entienden?
El recuerdo de tantas preguntas hechas por Jesús indica la
importancia que tiene el tema del pan para la comunidad cristiana. El
evangelista lo asume así, y lo consigna para que la comunidad de todos los
tiempos examine hasta qué punto Jesús y su mensaje, simbolizados en el pan, es
comprendido, amado y aceptado por los cristianos, o todavía siguen apegados a
otras costumbres, actitudes y maneras de pensar (“levaduras” que fermentan y
corrompen), que son incompatibles con lo que Jesús es y con lo que enseña.
En la barca, que es la iglesia, los discípulos llevan un solo pan,
el pan que les debería bastar y que es Cristo presente en el amor y el
servicio fraterno. Eso y nada más les debería bastar para vivir la vida
verdadera que Jesús ha querido comunicarles al darles a comer su pan. Pero no
entienden, no creen y por eso dicen: no
tenemos pan.
Jesús les señala concretamente dos maneras de pensar que fermentan
dentro de la comunidad y la corrompen: Abran
los ojos, les dice, y tengan cuidado
con la levadura de los fariseos y con la levadura de Herodes. Jesús y su evangelio,
pan ácimo de la verdad y autenticidad (1
Cor 5,8), no puede corromperse con la levadura ideológica de la religión
farisaica de la ley, ni con la levadura económico-política del poder.
La primera introduce en la comunidad el fermento de muerte de una
religión que hace daño porque promueve el cumplimiento de normas, ritos y
costumbres que tranquilizan las conciencias, pero hacen olvidar las exigencias
del amor universal y de la justicia. Junto a ella, la levadura de Herodes
introduce en la comunidad el fermento de muerte de la ambición de poder
individual o grupal, que lleva a aliarse con los gobiernos injustos y opresores.
Los discípulos saben ya que hay maneras de pensar, como la de los fariseos,
y formas de actuar como la de Herodes, que se deben expulsar de la comunidad
eclesial como fermentos de corrupción porque impiden ver a Cristo en los
hermanos, impiden cumplir el mandamiento del amor, impiden vivir una vida en la
que se manifieste el significado del pan.
La ley (deshumanizada por los fariseos) y el poder (usado por Herodes hasta el
asesinato), se aliaron para dar muerte a Jesús y volverán a aliarse en la pasión.
La iglesia debe vivir del pan único y compartido que expresa y
realiza el amor al prójimo, y que encuentra su máxima expresión en la presencia
eucarística. Pero el amor fraterno y la eucaristía –que se unen como una sola
cosa en un único pan– siguen amenazados hoy como lo estuvieron en el grupo de
íntimos de Jesús que se dejaban corromper por esas dos «levaduras». Como los
cristianos a los que escribe Marcos, también nosotros debemos ser conscientes
del peligro de privar de significado la eucaristía y reducirla a una mera repetición
de fórmulas sin contenido vital.
La pregunta final de Jesús: ¿aún
siguen sin comprender?, aplicada a nosotros, podría hacernos responder que sí,
en efecto, seguimos sin comprender una vida que, como el pan, es para que se
entregue y sirva, se comparta y dé vida. La sola razón no alcanza a comprender
una vida así y por todas partes impactan en nuestra mente otras maneras de
pensar el éxito, la realización personal y la felicidad. Sólo si contemplamos la
persona de Jesús y pedimos su gracia, seremos capaces de comprender y asimilar
su pan, reconociendo en Él su presencia real y la vida verdadera que Él nos da.
En resumen: Jesús es el pan, que se entrega y comparte para dar
vida. Ese pan es el único que debe haber en la barca que es la Iglesia. Pero
hay otras manera de pensar, concretamente la de los fariseos y la de Herodes,
que impiden a los discípulos creer que sólo el pan de Jesús basta. Estas dos
maneras de pensar y de vivir no pueden tener cabida en la Iglesia, son
fermentos que matan la presencia de Jesús en ella y corrompen el evangelio.
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