P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: "¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: 'Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo', si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano.
No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos.
El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón".
La frase de Jesús: Sean
perfectos como su Padre celestial es perfecto de Mateo 5, 48 aparece
en Lucas 6, 36 con esta variante: Sean
misericordiosos como su Padre es misericordioso. Este mandato encierra la
perfección.
A continuación, Lucas pone una serie de ejemplos de transgresiones
de ese mandato esencial y sus consecuencias. El primer ejemplo es el del falso
guía que enseña cosas contrarias a las que ha recibido de su Maestro: es un guía
ciego, un falso maestro. La luz la da el mandato del Señor: sean misericordiosos.
Quien olvida esto es ciego, como los fariseos que proponían la observancia de
la ley como el medio de la salvación, no la misericordia. También es ciego el
cristiano que, sin misericordia, juzga y descalifica, excluye y condena a los
demás. Sin misericordia no se puede guiar a otros.
De hecho el único Maestro y guía es el Señor. Al discípulo le basta con ser como su maestro, le basta con
transmitir sus enseñanzas. Él es la luz, nosotros la reflejamos. Probablemente
en la comunidad para la que Lucas escribió su evangelio había tendencias que
preferían otras doctrinas basadas en revelaciones personales o en conocimiento
esotéricos (gnosis), por considerarlas medios más seguros de salvación. También
ahora puede ocurrir que la búsqueda de seguridad lleve a la gente a fiarse de
creencias y saberes que se le ofrecen, pero sin discernir críticamente lo que
en realidad pueden darles.
Otra forma de traicionar el evangelio es la de quien conoce sus
valores pero, en vez de aplicárselos a sí mismo, los manipula para juzgar y
condenar la conducta de los otros. La moral, entonces, en vez de salvar causa
daño, porque en vez de dejarme convertir por ella, la uso para atacar al otro,
para vengarme, para derramar mis celos y mis envidias, mis rencores y
resentimientos.
¡Hipócrita!
A la crítica y chismorrería malsana que usa la verdad y los
valores morales para atacar a los demás hasta quitarles su honor, se debe
imponer la autocrítica. Ella me hará descubrir mi falta de misericordia,
librará mi ojo enfermo de la viga que lo ciega y me hará capaz de valorar al
otro, dialogar y ayudarle a sacar la paja que tiene en su ojo.
Hipócrita no significa en primer lugar falsía o mentira; significa
protagonismo. Hace referencia al personaje del teatro griego que respondía al
coro. En el leguaje del evangelio es la pretensión del fariseo que busca su
propia gloria, ambiciona los primeros lugares, ser el centro, ponerse en el
puesto de Dios y desde ahí juzgar y despreciar a los pecadores. Pero resulta
que ante Dios todos somos pecadores y publicanos. Y la única manera de corregir
al prójimo, para que no degenere en conflicto o endurezca más al otro en su
error, es la que comienza por curar el propio ojo con que se ve, para que mi
prójimo sea objeto de misericordia. Sólo si el otro se siente comprendido podrá
cambiar.
Jesús ha señalado las características de los falsos guías y
maestros: su ceguera por falta de misericordia, su hipocresía por pretensión de
protagonismo, el erigirse en jueces de los demás por creerse los puros. Ahora
nos muestra el origen de estas actitudes malas, la planta que produce estos malos frutos: el corazón, cuya bondad o
malicia se conoce por las actitudes que genera. Por la bondad o malicia de los
frutos se conoce la calidad del árbol. Esto ayuda a no juzgar a los demás sino
a revisarse uno mismo y estar dispuestos al cambio.
La peor malicia es la del corazón endurecido, petrificado, que no
siente y no reconoce su propio mal y por eso no se hace objeto de la
misericordia; no siente que la necesita. Naturalmente, tampoco tendrá
misericordia de los demás. El principio de la misericordia y de las buenas
acciones radica en el corazón. El corazón bueno lleva a ver las cosas buenas,
el corazón malo se fija sólo en lo malo. Reconocer la propia necesidad de
cambiar nuestro interior es fundamental: Crea
en mí, oh Dios, un corazón nuevo (Sal 51).
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