domingo, 27 de febrero de 2022

Homilía del VIII Domingo del Tiempo Ordinario - Saca primero la viga de tu ojo (Lc 6, 39-42)

 P. Carlos Cardó SJ

La parábola del ciego que guía a otro ciego, óleo sobre lienzo de Domenico Fetti (1621 – 1622), Instituto Barber de Bellas Artes, Birmingham, Inglaterra

En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: "¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: 'Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo', si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano.
No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos.
El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón; y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón".

La frase de Jesús: Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto de Mateo 5, 48 aparece en Lucas 6, 36 con esta variante: Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso. Este mandato encierra la perfección.

A continuación, Lucas pone una serie de ejemplos de transgresiones de ese mandato esencial y sus consecuencias. El primer ejemplo es el del falso guía que enseña cosas contrarias a las que ha recibido de su Maestro: es un guía ciego, un falso maestro. La luz la da el mandato del Señor: sean misericordiosos. Quien olvida esto es ciego, como los fariseos que proponían la observancia de la ley como el medio de la salvación, no la misericordia. También es ciego el cristiano que, sin misericordia, juzga y descalifica, excluye y condena a los demás. Sin misericordia no se puede guiar a otros.

De hecho el único Maestro y guía es el Señor. Al discípulo le basta con ser como su maestro, le basta con transmitir sus enseñanzas. Él es la luz, nosotros la reflejamos. Probablemente en la comunidad para la que Lucas escribió su evangelio había tendencias que preferían otras doctrinas basadas en revelaciones personales o en conocimiento esotéricos (gnosis), por considerarlas medios más seguros de salvación. También ahora puede ocurrir que la búsqueda de seguridad lleve a la gente a fiarse de creencias y saberes que se le ofrecen, pero sin discernir críticamente lo que en realidad pueden darles.

Otra forma de traicionar el evangelio es la de quien conoce sus valores pero, en vez de aplicárselos a sí mismo, los manipula para juzgar y condenar la conducta de los otros. La moral, entonces, en vez de salvar causa daño, porque en vez de dejarme convertir por ella, la uso para atacar al otro, para vengarme, para derramar mis celos y mis envidias, mis rencores y resentimientos.

¡Hipócrita! A la crítica y chismorrería malsana que usa la verdad y los valores morales para atacar a los demás hasta quitarles su honor, se debe imponer la autocrítica. Ella me hará descubrir mi falta de misericordia, librará mi ojo enfermo de la viga que lo ciega y me hará capaz de valorar al otro, dialogar y ayudarle a sacar la paja que tiene en su ojo.

Hipócrita no significa en primer lugar falsía o mentira; significa protagonismo. Hace referencia al personaje del teatro griego que respondía al coro. En el leguaje del evangelio es la pretensión del fariseo que busca su propia gloria, ambiciona los primeros lugares, ser el centro, ponerse en el puesto de Dios y desde ahí juzgar y despreciar a los pecadores. Pero resulta que ante Dios todos somos pecadores y publicanos. Y la única manera de corregir al prójimo, para que no degenere en conflicto o endurezca más al otro en su error, es la que comienza por curar el propio ojo con que se ve, para que mi prójimo sea objeto de misericordia. Sólo si el otro se siente comprendido podrá cambiar.

Jesús ha señalado las características de los falsos guías y maestros: su ceguera por falta de misericordia, su hipocresía por pretensión de protagonismo, el erigirse en jueces de los demás por creerse los puros. Ahora nos muestra el origen de estas actitudes malas, la planta que produce estos malos frutos: el corazón, cuya bondad o malicia se conoce por las actitudes que genera. Por la bondad o malicia de los frutos se conoce la calidad del árbol. Esto ayuda a no juzgar a los demás sino a revisarse uno mismo y estar dispuestos al cambio.

La peor malicia es la del corazón endurecido, petrificado, que no siente y no reconoce su propio mal y por eso no se hace objeto de la misericordia; no siente que la necesita. Naturalmente, tampoco tendrá misericordia de los demás. El principio de la misericordia y de las buenas acciones radica en el corazón. El corazón bueno lleva a ver las cosas buenas, el corazón malo se fija sólo en lo malo. Reconocer la propia necesidad de cambiar nuestro interior es fundamental: Crea en mí, oh Dios, un corazón nuevo (Sal 51).

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