P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, cuando Jesús bajó del monte y llegó al sitio donde estaban sus discípulos, vio que mucha gente los rodeaba y que algunos escribas discutían con ellos. Cuando la gente vio a Jesús, se impresionó mucho y corrió a saludarlo.
Él les preguntó: "¿De qué están discutiendo?".
De entre la gente, uno le contestó: "Maestro, te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu que no lo deja hablar; cada vez que se apodera de él, lo tira al suelo y el muchacho echa espumarajos, rechina los dientes y se queda tieso. Les he pedido a tus discípulos que lo expulsen, pero no han podido".
Jesús les contestó: "¡Gente incrédula! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes? ¿Hasta cuándo tendré que soportados? Tráiganme al muchacho". Y se lo trajeron. En cuanto el espíritu vio a Jesús se puso a retorcer al muchacho; lo derribó por tierra y lo revolcó, haciéndolo echar espumarajos.
Jesús le preguntó al padre: "¿Cuánto tiempo hace que le pasa esto?".
Contestó el padre: "Desde pequeño. Y muchas veces lo ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él. Por eso, si algo puedes, ten compasión de nosotros y ayúdanos".
Jesús le replicó: "¿Qué quiere decir eso de 'si puedes'? Todo es posible para el que tiene fe".
Entonces el padre del muchacho exclamó entre lágrimas: "Creo, Señor; pero dame tú la fe que me falta".
Jesús, al ver que la gente acudía corriendo, reprendió al espíritu inmundo, diciéndole: "Espíritu mudo y sordo, yo te lo mando: Sal de él y no vuelvas a entrar en él". Entre gritos y convulsiones violentas salió el espíritu.
El muchacho se quedó como muerto, de modo que la mayoría decía que estaba muerto. Pero Jesús lo tomó de la mano, lo levantó y el muchacho se puso de pie.
Al entrar en una casa con sus discípulos, éstos le preguntaron a Jesús en privado: "¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?".
Él les respondió: "Esta clase de demonios no sale sino a fuerza de oración y de ayuno".
El texto tiene probablemente como trasfondo la inquietud de la
primitiva Iglesia por saber cómo va a poder continuar la obra del Señor y,
concretamente, cómo debe enfrentar y vencer el mal del mundo.
El tema central es la contraposición entre el poder de Dios y la
impotencia de los discípulos, la no-fe contrapuesta a la fe que todo lo puede,
porque comunica a los hombres el poder de Dios. La Iglesia, mediante la fe y la
escucha de la Palabra, se hace capaz de vencer el mal como Jesús. Identificada
con el padre del niño enfermo, implora fervientemente al Señor la salud de sus
hijos.
En el relato aparece Jesús luchando contra el mal hasta en su
último reducto y bastión: el de la muerte. Y se pone de manifiesto el triunfo
en la resurrección. El niño epiléptico es presentado como muerto. Su padre ve
en la enfermedad de su hijo la acción de poderes mortíferos, contra los cuales
los hombres no pueden hacer nada.
Los discípulos han recibido de Jesús el poder de expulsar demonios
en su nombre, pero no han podido hacerlo. No han sabido cumplir su labor. El
grupo entra en crisis: la impotencia que sienten proviene de su falta de fe. Algo
semejante les ocurrió en la tempestad: Jesús dormía y ellos se morían de miedo.
Es la situación de la Iglesia después de la resurrección. Es la situación que
se vive de continuo: se atraviesa por un mal momento y Jesús duerme, está como ausente.
La sensación de impotencia que ahí se genera sólo es superable con la fe que se
traduce en oración.
Jesús se queja de la falta de fe. Generación incrédula y perversa… Les reprocha su falta de fe que
conduce a idolatría. Quien no se fía de Dios se pervierte: se vuelve a los
ídolos, pone su confianza en criaturas de las que no puede venirle la
salvación, pervierte su orientación a Dios, fuente de todo bien, e intenta
sustituirlo inútilmente con las cosas.
Si
puedes… Es una oración defectuosa, insegura del poder de Dios para
cambiar la situación. Concretamente, el padre del hijo epiléptico parece no
saber que Jesús no puede quedarse sin hacer nada frente al dolor de la gente,
que todo su ser se conmueve y se decide de inmediato a ayudar, sanar, liberar
aun yendo en contra de tradiciones y reglamentos.
Todo
es posible al que cree, le responde Jesús, animándolo a
dar el paso de una fe condicionada a la fe incondicionada, a la oración perfecta,
a la fe que trae consigo la victoria.
El padre del niño reacciona de inmediato, reconoce su limitación y
suplica: Creo, pero ayuda mi incredulidad,
aumenta mi fe. Es la oración
perfecta. La fe lleva a liberarse del buscar seguridad ni en sí mismo ni en
nada que no sea Dios solo. La fe lleva a asumir la propia debilidad para dejar
actuar al poder de Dios. Pablo integra sus propias debilidades y flaquezas en
una visión de fe en el poder de Cristo, que es capaz de actuar en él, y afirma:
Gustosamente seguiré enorgulleciéndome en
mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo …, porque cuando me
siento débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Cor 12, 9-10).
Esta es la paradoja: la fe, que parte de la debilidad reconocida y
confesada, se hace fuerza de Dios. Es lo que los discípulos no tienen y deben
pedirlo. Para que actúe la fuerza sanante, resucitadora (Jesús tomó de la mano al niño y lo levantó), hay que orar.
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