P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y enseguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara.
Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: "¿Ves algo?".
El ciego, empezando a ver, le dijo: "Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan".
Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole: "Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie".
En el pasaje anterior decía Jesús: ¿Tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen? (v. 18), y concluía:
¿Y aún siguen sin comprender? (v.
21). Se refería a la ceguera de los discípulos para entender su presencia en el
signo del pan y el ideal de una vida que se entrega como el pan.
El milagro del ciego de Betsaida va a señalar el paso a la
iluminación. Es el milagro que Jesús debe realizar en la comunidad de los
cristianos, para hacerlos capaces de reconocer en el signo del pan su
presencia, y puedan así disponerse a acoger la sucesiva revelación (que se
iniciará en 8,31), de un Jesús Siervo sufriente, que salva a su pueblo cargando
sobre sí el pecado, el dolor y la muerte de sus hermanos.
El milagro se hace en dos etapas. Este detalle puede parecer un
toque de ironía del evangelista Marcos: la ceguera de los cristianos de su
comunidad es tan grave, que requiere una doble intervención de Cristo para curarla.
Algunos comentaristas del evangelio de Marcos ven allí una alusión implícita al
aspecto trascendente de la revelación de Cristo, que supera todo entendimiento.
En un primer momento el ciego ve de manera imprecisa: está aún a
medio camino entre las sombras y la luz, confunde a los hombres con árboles (v.
24). Como los discípulos que no comprendieron el significado del pan, y
confundieron a Cristo con un fantasma (6,49), o como «la gente», que identifica
a Jesús con figuras del pasado, ya
muertas (Juan Bautista, Elías, los profetas).
Conviene aplicarnos la pregunta: ¿Ves algo? (v. 23b). Nos servirá de preparación para la gran pregunta
que vendrá después: Y ustedes, ¿quién
dicen que soy yo? (vv. 27b.29a). Marcos, al igual que Pablo (cf. 1 Cor 11, 28), invita a examinarse uno
mismo para ver si sabe discernir a Cristo en el signo del pan. La respuesta que
da el ciego (Veo hombres, pero me parecen
árboles), demuestra lo lejos que se está aún de esto. Va ser necesaria una
nueva intervención para que la comunidad, al igual que el ciego, llegue a ver de lejos perfectamente todas las cosas
(v. 25).
Esa es justamente la finalidad del evangelio: hacer ver claramente
que en Jesús, pan de vida que se entrega libremente por amor a sus hermanos, se
ofrece la realización de la vida humana más perfecta y lograda, la redención de
toda forma de egoísmo que aliena la existencia, la orientación certera hacia la
verdadera felicidad, antes y después de la muerte.
La repetición de la multiplicación de los panes y la doble
curación del sordomudo y del ciego tienen, por tanto, la intención de dejar
bien asentada esta lección fundamental que Marcos quiere dar a su iglesia: aquello
que ocurrió en la vida de Jesús, debe ocurrir en la iglesia. Cristo abre los
ojos de sus fieles para que entre en ellos la luz del evangelio.
Sólo después de esta iluminación, prosigue la segunda parte del
evangelio, en la que Jesús se manifestará como el Hijo de Dios y nos indicará
el camino a seguir para llegar con Él a su gloria.
Brota espontánea en el corazón la oración del ciego de Jericó, que
vendrá después y representa al verdadero seguidor de Jesús: Maestro mío, haz que recupere la vista
(10, 51). Jesús vendrá con su luz y nos marcará el camino. Nos dirá: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no
anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn 8, 12).
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