P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, como ya se acercaba Jesús a Jerusalén y la gente pensaba que el Reino de Dios iba a manifestarse de un momento a otro, él les dijo esta parábola:
"Había un hombre de la nobleza que se fue a un país lejano para ser nombrado rey y volver como tal. Antes de irse, mandó llamar a diez empleados suyos, les entregó una moneda de mucho valor a cada uno y les dijo: 'Inviertan este dinero mientras regreso'.
Pero sus compatriotas lo aborrecían y enviaron detrás de él a unos delegados que dijeran: 'No queremos que éste sea nuestro rey'.
Pero fue nombrado rey, y cuando regresó a su país, mandó llamar a los empleados a quienes había entregado el dinero, para saber cuánto había ganado cada uno. Se presentó el primero y le dijo: 'Señor, tu moneda ha producido otras diez monedas'. Él le contestó: 'Muy bien. Eres
un buen empleado. Puesto que has sido fiel en una cosa pequeña, serás gobernador de diez ciudades'.
Se presentó el segundo y le dijo: 'Señor, tu moneda ha producido otras cinco monedas'. Y el señor le respondió:
'Tú serás gobernador de cinco ciudades'.
Se presentó el tercero y le dijo: 'Señor, aquí está tu moneda. La he tenido guardada en un pañuelo, pues te tuve miedo, porque eres un hombre exigente, que reclama lo que no ha invertido y cosecha lo que no ha sembrado'. El señor le contestó: 'Eres un mal empleado. Por tu propia boca te condeno. Tú sabías que yo soy un hombre exigente, que reclamo lo que no he invertido y que cosecho lo que no he sembrado, ¿por qué, pues, no pusiste mi dinero en el banco para que yo, al volver, lo hubiera recobrado con intereses?'.
Después les dijo a los presentes: 'Quítenle a éste la moneda y dénsela al que tiene diez'. Le respondieron: 'Señor, ya tiene diez monedas'. Él les dijo: 'Les aseguro que a todo el que tenga se le dará con abundancia, y al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará. En cuanto a mis enemigos, que no querían tenerme como rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia"'.
Puesta
después del pasaje de Zaqueo, esta parábola es como un comentario al tema de la
recta administración de los bienes dados por Dios. Asimismo, la alusión al rey
que ha de venir a pedir cuentas mantiene el tema de la vigilancia y responsabilidad
que se requiere para producir fruto según los dones recibidos de Dios. El señor
que reparte las onzas de oro
y se va a un país lejano no es sólo un
hombre noble sino el heredero del trono real, y lo va a conseguir a pesar de
que haya quienes no lo quieren por rey.
Jesucristo,
antes de alcanzar toda su gloria de Mesías, dejará de estar visiblemente en el
mundo, pero volverá con poder y majestad (Lc
21, 27), no sabemos cuándo. Mientras tanto se abre para nosotros una época
de espera, fidelidad y vigilancia.
La
parábola tiene mucho parecido con la de los talentos de Mt 25, 14-30. Aquí, lo
que el señor reparte a cada empleado es una onza de oro, que se traduce también como mina, y
es una suma pequeña equivalente a 1/60 de talento. Lo importante es que el
señor tiene con ellos este gesto de confianza, al que ellos deben responder con
lealtad y laboriosidad en su
administración, de modo que la cantidad recibida se incremente.
Todos
hemos recibido tal misión. En la lógica del evangelio, todo es don recibido y todo
ha de ser puesto al servicio de Dios y de los prójimos. Obrando así, uno actúa
como Jesús, lo tendrá de su parte cuando vuelva y obtendrá de Él vida eterna. En
esto consiste lo central de la parábola.
¿Quién
es ese empleado que recibió la onza de oro y la tuvo guardada en un pañuelo
sin hacerla producir? Representa a todo aquel que sabe el bien que hay que hacer, pero no lo hace. Su culpa
consiste en no haber negociado con el dinero que se le confió y haberse limitado
únicamente a procurar no perderlo.
Es evidente que este empleado podía haber obrado con
obediencia y responsabilidad como los dos primeros, pero obró con desobediencia
e indolencia, por el juicio erróneo que se había formado sobre el carácter de
su señor. El tono grosero con que le habla y le devuelve la onza de oro es
una prueba de su mala conciencia. Por esto recibe del señor el calificativo de “malo”, no sólo de “negligente” (cf.
Mt 25,26), porque se ha comportado
como rebelde y desobediente.
La falsa idea que tenía del señor le impidió dar
de sí con generosidad y gratitud. Se mueve como Adán, que se esconde de un dios
malo y se aleja hasta acabar en la muerte.
En cambio, quien responde con generosidad a tanto bien recibido, se hace
capaz de recibir más y de dar más. Experimenta lo que Jesús enseñó: Den, y se les dará; una buena medida,
apretada, remecida y rebosante, vaciarán en su regazo. Porque con la medida con
que midan, se los medirá (Lc 6. 38).
El final de la parábola sorprende. El señor entrega
como recompensa al primer empleado la onza que el tercero no había sido capaz
de negociar. Los allí presentes juzgan arbitraria esta decisión y argumentan
diciendo que ese empleado ya tiene diez onzas, pero la respuesta que reciben del
señor señala que él actúa con absoluta soberanía y la benevolencia con que juzga
y recompensa supera totalmente el modo humano de pensar.
El señor ha sido extraordinariamente generoso con
sus empleados, y a la hora de ajustar cuentas con ellos no sólo los
recompensará por su trabajo, sino que lo hará de un modo que supera todas las
expectativas y todos los cánones de merecimiento.
La parábola es una invitación a examinar la idea que
tenemos de Dios, pues de ella depende en gran medida la actitud con que
servimos y el uso que damos a los bienes recibidos. Una relación
con Dios contable, mercantil, no libre, no de hijo, sino de rival, lleva a la
persona a actuar por pura obligación o por interés, de mala gana o procurando únicamente
acumular méritos.
No
fue así la actitud de los dos primeros empleados, que modestamente se limitaron
a mostrar al señor lo que habían conseguido con la administración responsable de
lo que se les había confiado y fueron por ello recompensados magníficamente. Cada
uno en el servicio a Dios y a los demás ha de hacer entrega de lo que ha
recibido y ha de hacerlo por amor, gratuita y desinteresadamente. Según el evangelio
no se realiza quien tiene, sino quien da de sí. Y lo que cuenta no es la
cantidad sino la actitud con que uno pone en el servicio lo que tiene,
consciente de que todo lo ha recibido.
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