P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un oficial romano y le dijo: "Señor, tengo en mi casa un criado que está en cama, paralítico, y sufre mucho".
Él le contestó: "Voy a curarlo".
Pero el oficial le replicó: "Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa; con que digas una sola palabra, mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; cuando le digo a uno: '¡Ve!', él va; al otro: '¡Ven!', y viene; a mi criado: '¡Haz esto!', y lo hace".
Al oír aquellas palabras, se admiró Jesús y dijo a los que lo seguían: "Yo les aseguro que en ningún israelita he hallado una fe tan grande. Les aseguro que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos".
El protagonista del relato es un centurión romano de la guarnición
de Cafarnaúm. En la versión de Lucas (7 1-10) y de Juan (4,43-54) es un
funcionario del rey Herodes Antipas. En todo caso se trata de una persona
importante que goza de buena posición social y económica, pero un criado suyo,
al que aprecia mucho, ha contraído una extraña enfermedad que le ha dejado
paralítico y le hace sufrir mucho.
Ha hecho lo posible por curarlo pero ha sido inútil. Recuerda
entonces lo que se dice de Jesús en Cafarnaúm: que obra signos y prodigios en favor
de los enfermos y de los que sufren. Piensa que Dios actúa en él y decide
buscarlo. Pero advierte naturalmente que no es judío, más aún es un
representante de las tropas romanas de ocupación. ¿Le querrá atender Jesús? El
centurión depone toda actitud de superioridad, no puede exhibir nada a su
favor, se siente desesperado. Tiene que expresar su ruego con humildad y poner
toda su confianza en Jesús.
La fe ha actuado en él, en un extranjero, soldado del enemigo más
odiado por la gente, y ha despertado en él tal confianza que antes de que Jesús
se ponga en marcha para hacer lo que le pide, proclama sin vacilación: Señor, no soy digno de que entres en mi
casa, pero basta que digas una sola palabra y mi criado quedará sano.
Jesús queda admirado de la actitud del centurión y lo propone a
los judíos como modelo de fe: “Les aseguro que jamás he encontrado en Israel
tanta fe”. Afirma así que todos, judíos y extranjeros, están llamados a
experimentar el amor salvador de Dios. Como Abraham, que era un extranjero y,
sin ver, creyó en la palabra de Dios y fue constituido padre de todos los
creyentes, así también el centurión pagano, sin ver, cree en el poder divino de
Jesús, y viene a ser modelo de la fe que hace extensiva a todas las familias de
la tierra la bendición de Abraham.
Sea cual sea nuestra condición o el estado en que estemos, cabe
siempre la certeza de que el Señor oirá nuestra petición. “Pidan y se les
dará”. Y hay que dejar a Dios enteramente el curso de los acontecimientos. El
verdadero creyente no necesita signos y prodigios para tener la certeza del
amor del Señor; cree en su amor por la Palabra que refiere lo que Él ha hecho
por nosotros, y eso le basta. La confianza es base de la fe y del amor. No
exige demostraciones para verificar la credibilidad del otro. Cuando se exigen
pruebas para poder creer en Él y serle fiel, simplemente se le ha dejado ya de
amar.
Dios nos ha mostrado su amor en la entrega de su Hijo y Jesucristo
atestigua su credibilidad con la
absoluta coherencia de su mensaje y de su conducta, y sobre todo con la entrega
de su persona. “No hay mayor amor que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
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