P. Carlos Cardó SJ
En aquellos días, Jesús dijo a sus discípulos: "Lo que sucedió en el tiempo de Noé también sucederá en el tiempo del Hijo del hombre: comían y bebían, se casaban hombres y mujeres, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces vino el diluvio y los hizo perecer a todos.
Lo mismo sucedió en el tiempo de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, sembraban y construían, pero el día en que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Pues lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se manifieste. Aquel día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, que no baje a recogerlas; y el que esté en el campo, que no mire hacia atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. Quien intente conservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo les digo: aquella noche habrá dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro abandonado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra abandonada".
Entonces, los discípulos le dijeron: "¿Dónde sucederá eso, Señor?".
Y él les respondió: "Donde hay un cadáver, se juntan los buitres".
Jesús ha dado ya una respuesta a los fariseos sobre el cómo y
cuándo será la venida del reinado de Dios (17, 20-21). Ahora, dirigiéndose a
sus discípulos, los instruye sobre lo que sucederá el día en que se manifieste
el Hijo de hombre. Con una comparación y una pequeña parábola, les hace ver que
el destino final de la vida se determina en el presente, en el modo como se
viven las cosas simples de la vida y se realizan las tareas más ordinarias. Por
consiguiente, ahora es cuando se debe proceder con libertad responsable y estar
disponibles para darlo todo a fin de lograr lo más importante, que es la
realización del plan de Dios sobre nosotros.
Compara en primer lugar el tiempo anterior al fin del mundo con el
tiempo anterior al diluvio y a la destrucción de Gomorra para que “esta
generación” advierta que se debe proceder con atención y prontitud, no con
dejadez e indolencia. El diluvio acabó con los que siguieron viviendo mal sin
voluntad de cambio, despreocupados e indolentes, pero no con Noé y su familia
que dieron muestra de fidelidad y previsión; Sodoma, la ciudad corrupta y
contumaz, fue arrasada por el fuego y el
azufre, pero se salvaron Lot y su familia.
En un mismo tiempo, haciendo las mismas cosas, se puede, como Noé,
construir el arca que salva o ahogarse en las aguas del diluvio. Lo que se ha
construido sobre la palabra de Dios resiste como el arca; lo que se ha
construido sobre la insensatez, se derrumba, es arrasado por las aguas. Lo
mismo ocurrió antes del desastre de Gomorra: comían, bebían, compraban,
vendían, plantaban y edificaban. Todo eso lo podemos realizar como entrega de
nosotros mismos con amor, o lo podemos vivir como violencia, injusticia, daño
de nosotros mismos o del prójimo, como vida o como muerte.
Con la pequeña parábola, elaborada con imágenes propias de la
cultura de su tiempo, Jesús nos advierte también que en lo cotidiano nos
jugamos nuestra realización definitiva o nuestro fracaso. Dos personas están
juntas en una misma cama y dos mujeres muelen granos. Lo primero alude al
descanso reparador de las fuerzas y lo segundo al trabajo doméstico, que en la
cultura judía, era tarea de las mujeres, y sirve para sostenerse y obtener
fuerzas.
Pero no siempre el descanso se logra ni siempre el trabajo rinde.
A una de las personas que duermen se la llevarán y se salvará, a la otra la
dejarán y se perderá; a una de las mujeres se la llevarán, a otra la dejarán.
Todo depende del comportamiento que se tiene en lo rutinario de la existencia.
Lo determinante no es lo que se hace, sino el cómo se hace.
No en acontecimientos extraordinarios, sino en los de cada día
construimos o echamos a perder nuestra morada eterna. Por tanto, hay que estar preparados
y vigilar en atenta espera. Se puede descansar o trabajar con resultados
distintos.
Finalmente repite Jesús que la manifestación del Hijo de hombre
será tan clara e inconfundible como la carroña para el ave de presa. No habrá
necesidad de conocer de antemano su ubicación precisa, pues todos la verán.
Nada de lo que nos dice Jesús en estos discursos es para
asustarnos. Con ellos nos invita a la responsabilidad con nosotros mismos. Fijos
los ojos en Él, sabremos en todo momento cómo debemos ser, cómo podemos vivir
una vida plena con valor de eternidad que Dios reconocerá y llevará consigo
para siempre. De hecho, lo que llamamos juicio de Dios sobre nosotros no es
otra cosa que el juicio práctico que hacemos ahora de Jesús: lo aceptamos como
nuestra norma de vida o lo negamos, lo servimos en los hermanos o pasamos de
largo encerrados en nuestro egoísmo.
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