P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo, la gente lo siguió por tierra desde los pueblos.
Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos y como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer".
Pero Jesús les replicó: "No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer".
Ellos le contestaron: "No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados".
Él les dijo: "Tráiganmelos".
Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
El pan es el símbolo con el que Jesús quiso identificarse en lo
más característico de su persona y de su obra por nosotros: hombre para los
demás, entrega su vida por la vida del mundo como pan de vida eterna. Al mismo
tiempo, el pan es el alimento en nuestra vida temporal y la garantía del
banquete eterno, que Dios nuestro Padre celebrará con nosotros cuando su reino
se haya realizado plenamente.
Los primeros cristianos consideraron especialmente importante el
pasaje de la multiplicación de los panes y, por la forma como lo redactaron, hicieron
ver a través de él la importancia que tenía para ellos la Eucaristía, signo realizador
de su unión con Cristo y de la unión que debía existir entre ellos. Por eso el
texto emplea palabras de la Eucaristía. Jesús tomó los panes, levantó los ojos al
cielo, los bendijo, los partió y se los dio a los discípulos para que los
repartieran.
La comunidad tiene su centro en la Eucaristía. Vive del don de su
Señor, ofrecido y recibido como el pan de vida. Vive también el anhelo del
Señor de servir a los demás y ayudar a resolver el problema de la vida,
significado en el hambre de la multitud: hambre de pan y de evangelio. Todo el
ser de Jesús y su mensaje, todo lo que nosotros creemos y esperamos, se
sintetiza en el gesto compartir con los demás lo que uno tiene y lo que uno es.
Eso significa partir juntos el pan.
El pan está hecho para ser compartido. Cuando el pan se acumula en
pocas manos y se queda gente con hambre, ahí la celebración de la Eucaristía
está incompleta. Por eso, cuando los primeros cristianos celebraban la Cena del
Señor, hacían que en su única e indivisible celebración se efectuara la
distribución de los bienes –para que no hubiera pobres entre ellos (Hech 4,32-35) – y el comer juntos el
Cuerpo del Señor, pan de la unidad, que les hacía tener “un solo corazón y una
sola alma” (Hech 4,32). Por eso, “no
se puede separar el sacramento del Cuerpo de Cristo del sacramento del hermano”
(Papa Benedicto XVI).
Mezclados entre la multitud hambrienta, mostrémonos dispuestos a recibir
el pan que Jesús nos manifiesta en el milagro de los panes. Y dejemos que Jesús
nos señale el camino que debemos dar a nuestras vidas. Conmovido por el hambre
de la gente, Jesús nos dirá: Denles
ustedes de comer. No podemos decir como los discípulos: “que vayan y se
compren” lo que necesitan para sobrevivir. En las palabras de Jesús hay un imperativo
a sus discípulos de entonces y de ahora a identificarse con Él, que es cuerpo
entregado, pan, alimento que se recibe y se comparte.
El relato tiene 3 escenas:
·
La primera escena es la presentación de Jesús misericordioso que,
movido a compasión, toma la iniciativa para resolver el problema de la vida,
representado en el hambre de la multitud. Al ver al gentío, se le conmovieron las
entrañas. La misericordia es
cualidad fundamental del ser de Dios, que es amor, amor de padre y de madre.
·
En la segunda escena, los discípulos piden a Jesús que despida a
la gente para que se busquen qué comer. Ellos siguen pensando con la lógica del
comprar y del poder. Jesús les ordena pasar a la lógica del compartir: que
traigan lo que tienen. Y aunque los medios con que cuentan son insuficientes (no
tenemos más que cinco panes y dos peces), Jesús se valdrá de ellos para
que a nadie le falte.
·
En la tercera escena, Jesús toma los panes de la comunidad, hace
que la comunidad participe. Pronuncia sobre ellos la bendición, es decir, hace
que baje sobre el pan de la comunidad la gracia de Dios. Con ella, los bienes
se transforman y readquieren la finalidad para la que el Creador los hizo, que
es la de servir al sostenimiento de todos. Entonces, esos panes, ya dispuestos para
ser compartidos, se los da Jesús a los discípulos para que los repartan. Pongamos
lo nuestro a disposición de quien lo necesite y veremos que alcanza hasta
sobrar: Con lo que sobró llenaron doce canastas.
Los primeros de la primitiva Iglesia partían el pan en las casas y
repartían sus bienes para que a nadie le faltara nada y no hubiera pobres entre
ellos. Ese ideal de la Eucaristía de los primeros cristianos, de comulgar en el
ser mismo del Señor y manifestarlo en el amor fraterno y en el servicio a los demás
es la dirección fundamental hacia la que han de apuntar nuestros trabajos, nuestro
estilo de vida y nuestras decisiones.
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