P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los cielos se parece también a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.
¿Han entendido todo esto?".
Ellos le contestaron: "Sí".
Entonces él les dijo: "Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas". Y cuando acabó de decir estas parábolas, Jesús se marchó de allí.
Lo que subraya la parábola es que la red recoge toda clase de peces. En este sentido, tiene semejanza con la
de la cizaña y el trigo. En ambas se destaca la idea de la mezcla inevitable de
trigo y mala hierba en una, y de peces de toda clase en otra. En ambas, la
elección queda para el final. Una vez llena… seleccionan los buenos y
tiran los malos.
La red estará llena cuando la historia alcance la meta de la
instauración del reino de Dios. Entonces y sólo entonces se hará la selección y
Cristo presentará a todos a su Padre. Hoy es el tiempo de la pesca y de la
indulgencia. El futuro es el tiempo del juicio, en el que seremos medidos según
la misericordia con que hayamos actuado. Por su parte, el Señor espera pacientemente
que nos convirtamos y no niega a nadie su tiempo oportuno.
¿Han entendido todas estas cosas? “Entender”
es fundamental en la vida del discípulo. Continuamente Jesús llama la atención
de los suyos para que entiendan y denuncia la falta de entendimiento que
muestran los fariseos y escribas por la dureza de su corazón. Además, sabemos
que el “entender” propio de la fe no es sólo una operación racional sino que
abraza y compromete a toda la persona transformándola desde el corazón. Por eso
el entender es condición para dar frutos.
De manera concreta la pregunta que hace Jesús a los discípulos se
refiere a su entendimiento de las parábolas del reino y de su relación con la
vida. Los valores del reino y el modo como han de configurar un estilo de vida
propio, es el entendimiento al que está llamado todo discípulo.
Jesús mismo enseñó a entender así a sus discípulos y ellos, a
diferencia de la multitud, fueron aprendiendo a distinguir la novedad de la
realidad secreta del reino de Dios. Ahora están llamados a transmitir lo
aprendido y hacer discípulos en todos los pueblos (cf. Mt 28, 19s). Son como los nuevos maestros de la nueva y definitiva
revelación del plan de salvación de Dios que se cumple en Jesús.
El evangelista Mateo los compara a un padre de familia que
administra bien sus arcas y sabe sacar de ellas lo antiguo y lo nuevo según sea
necesario. Lo “antiguo” es la revelación contenida en el Antiguo Testamento, lo
“nuevo” es el evangelio de Jesús sobre el reino de Dios. Los antiguos maestros
se quedaban en la enseñanza de la ley y de los profetas, pero los nuevos han
recibido los secretos del Reino, “escondidos desde el comienzo”, que enlazan
con lo antiguo pero lo superan, llevándolo a plenitud, como el mismo Jesús
había dicho: No piensen que he venido a
abolir las enseñanzas de ley los profetas, no he venido a abolirlas sino a llevarlas
a cumplimiento (Mt 5, 17). Lo “nuevo” es prioritario; pero la tarea
específica de los discípulos de Jesús es la de combinar lo “nuevo” con lo “viejo”.
Todos nos podemos ver en esos maestros de la ley que se han hecho
discípulos del reino de los cielos. A todos nos toca transmitir con
inteligencia y honestidad el contenido del tesoro que hemos recibido. La
parábola de la red hace comprender que el Señor a todos llama y capacita para
que alcancen la felicidad que andan buscando, y que apunta a la perfección de la
alegría en su reino.
Las alusiones a los nuevos maestros de la ley convertidos en
discípulos del reino de los cielos y al padre de familia que administra bien su
tesoro, señalan nuestra responsabilidad de conocer cada vez más el tesoro de nuestra fe, que es Cristo,
para amarlo más y darlo a conocer. En él
están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col 2,3). Por
eso la fe es a la vez conocimiento y práctica, don y responsabilidad,
inspiración y descubrimiento junto con búsqueda y discernimiento.
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