P. Carlos Cardó SJ
Jesús les propuso otra parábola: «Aquí tienen una figura del Reino de los Cielos: el grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. Es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece, se hace más grande que las plantas de huerto. Es como un árbol, de modo que las aves vienen a posarse en sus ramas».
Jesús les contó otra parábola: «Aquí tienen otra figura del Reino de los Cielos: la levadura que toma una mujer y la introduce en tres medidas de harina. Al final, toda la masa fermenta».
Todo esto lo contó Jesús al pueblo en parábolas. No les decía nada sin usar parábolas, de manera que se cumplía lo dicho por el Profeta: Hablaré en parábolas, daré a conocer cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo.
La acción divina
actúa por la mediación de lo pequeño y escondido. Los valores del evangelio no necesitan los medios
de propaganda y de impacto masivo del mercado y de la política. En lo escondido
y en silencio actuó Jesús, el pequeño carpintero de Nazaret, en quien residía
toda la fuerza salvadora de Dios. Así, en aparente insignificancia,
transcurrieron sus misteriosos treinta años en Nazaret y luego su corta vida
pública.
Nosotros, quizá, para describir la
relevancia de una obra humana, no emplearíamos la metáfora del granito de
mostaza o de la pequeña medida de levadura; escogeríamos la de un árbol
frondoso. Pero las grandes realizaciones suelen tener un desarrollo progresivo
y secreto. En la pequeñez de la semilla se esconde el árbol y en la reducida
porción de levadura, la energía que hace fermentar la masa.
Hoy, en la fiesta de nuestra patrona Santa
Rosa de Lima, se nos invita a descubrir la grandeza de Dios en lo pequeño, lo oculto,
lo silencioso. Es ocasión para apreciar el poder transformador que personas
como ella ejercen en los corazones y en la sociedad.
Fue época de santos,
época excepcional. Toribio de Mogrovejo, Martín de Porres, Francisco Solano,
Juan Macías, Rosa…, todos juntos, a pocas cuadras unos de otros en “el centro”
de Lima.
Rosa, «la primera
flor de santidad en el Nuevo Mundo», recién evangelizado, nace el
30 de abril de 1586, hija de Gaspar Flores y María de Oliva; le ponen por
nombre Isabel. En Quives recibe la Confirmación de manos de Santo Toribio, quien
impresionado por la belleza de su rostro, la llama Rosa. Más tarde, al
consagrarse a Cristo, ella cambiará este nombre por Rosa de Santa María.
Pasó varios años de su infancia y adolescencia en Quives, donde su
padre administraba un obraje de minerales de plata. Esta estancia la marcó por
su contacto con la pobreza y sufrimiento de los indios que trabajaban en la
mina. Al volver a Lima con su familia, Rosa llevó una vida como la de cualquier
jovencita, hasta que sintió la llamada del Señor.
Ingresó a la Tercera Orden Seglar de Santo Domingo el 10 de agosto
de 1606 y tuvo como modelo a Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia. Con
gran fama de santidad, Rosa murió el 24 de agosto de 1617. Después ocurre algo
excepcional: todavía no había sido canonizada, y ya era proclamada patrona del Perú, del Nuevo Mundo y de
Filipinas en 1669. El papa Clemente X la canonizó en 1671.
La santidad en la vida
ordinaria es la primera lección que nos da Rosa. Es una santa seglar, que
vestía el hábito de las terciarias. Mujer responsable, trabajaba de día en su
huerto y de noche como costurera para ayudar a los gastos de su hogar, que pasó
penurias desde que fracasó el obraje de Quives. A pesar de sus escasos medios,
Rosa se prodigaba en la atención a los pobres, recolectando donativos para
ellos, por lo que se ganó fama de santa de los pobres aún en vida. El pueblo
agradecido concurrió en masa a sus funerales.
Se destaca también en ella su oración.
Mujer culta, instruida más que el común de las mujeres de su tiempo fue sobre
todo en la oración y meditación de los libros santos donde adquirió un gran
conocimiento de las cosas de fe. Rosa hablaba, enseñaba, discutía, aconsejaba
incluso a sacerdotes. Y confrontada por la Inquisición, logró que los jueces le
reconocieran que era en su oración donde había recibido el don de sabiduría y conocimiento
de Dios.
Sus penitencias han sido
el rasgo de su vida más resaltado. Sus biógrafos abundan en descripciones minuciosas
al respecto, que debemos considerar cargadas de contenido imaginario, aunque indudablemente
la piedad de su época llevaba a los fieles a expresar el arrepentimiento
mediante penitencias corporales. Sin embargo, mucho más significativa que sus mortificaciones
físicas, fue su empeño en encauzar su natural deseo de ser admirada por sus dotes
artísticas y por sus obras, buscando el olvido de sí misma en su sacrificada
labor solidaria.
El Papa Inocencio IX hizo de ella uno de sus mejores elogios: “Probablemente no ha habido en América un misionero
que con sus predicaciones haya logrado más conversiones que las que Rosa de
Lima obtuvo con su oración y sus mortificaciones”.
Finalmente no se puede dejar de apreciar su personalidad, en
particular, su temple de carácter,
junto con su ternura y delicadeza. Rosa
goza de autoridad moral en la Iglesia de Lima y por ello es capaz de dialogar
con las autoridades religiosas sobre el trabajo pastoral, o aconsejar a
clérigos relajados para que reformen sus vidas.
En 1615, ante la amenaza del corsario holandés Joris van Spilbergen
(que saqueó las costas de Chile y Perú), Rosa congrega en la iglesia de Santo
Domingo a una gran cantidad de gente para orar por la superación del peligro. Junto
a estas características de mujer fuerte y decidida, Rosa demuestra un fino
sentido artístico en el cultivo de la música y de la poesía, y en el amor a la
naturaleza. Desarrolló una admirable capacidad para percibir en todo la presencia
de Dios.
Pidamos, pues, a nuestra santa patrona que siga intercediendo por
el Perú, por todos nuestros hogares, para que reine la paz y la unión, y el
país avance hacia su desarrollo integral con justicia y equidad.
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