P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra".
La gracia de llevar una
vida conforme a los valores del reino de Dios, la compara Jesús al
descubrimiento de un tesoro escondido y de una perla de gran valor. El campesino de
la parábola vende todo lo que tiene para poder adquirir el campo, donde ha
hallado el tesoro, y quedarse con él según las leyes judías. Asimismo, el
mercader de perlas finas que encuentra una de gran valor, vende todo lo que
tiene y la compra.
La decisión de ambos es lo central de la parábola.
Quien encuentra el tesoro o la perla decide venderlo todo y
adquirir esos bienes porque valen más que lo que tiene. El valor de la decisión
está en que permite adquirir el bien mayor. El acento se pone en “venderlo
todo” porque el Reino de Dios –simbolizado en el tesoro y la perla– vale mucho
más. Frente a él todo queda relativizado.
Pero
no se trata de una obligación impuesta desde el exterior que se asume a
regañadientes, sino de una decisión fruto de la alegría: Por la alegría que le da… vende
todo. Decisiones así se producen en el campo del amor humano: quien
encuentra a la persona que andaba buscando y que lo llena de alegría, la
prefiere por encima de las demás.
Ocurre
también con el amor a Dios: quien lo ama de verdad relativiza frente a Él todas
las cosas del mundo. No porque pierdan valor o atractivo, sino porque sólo
tienen sentido en función de lo que se ama. El Evangelio no dice que el
campesino del tesoro y el mercader de la perla echen todo a rodar, sino que
invierten lo que poseen para adquirir lo que vale más. Uno no “pierde” nada;
más bien lo gana todo. Dios no quita nada; más bien Dios lo da todo. Es la
razón por la cual, para seguir a Jesús, los discípulos dejan redes y barca,
esposa, hijos, campos. Pablo dirá que, ante la “sublimidad del conocimiento de
Cristo”, todo lo que antes era para él ganancia, lo considera pérdida (Fil 3, 8).
Tarde o
temprano todos nos enfrentamos con la necesidad de decidir y elegir algo que
puede marcar la vida para siempre y que implica necesariamente dejar de lado
otras posibles opciones que no dejan de atraer. Pero el hecho es que no se
pueden aprehender a la vez ambas cosas, aunque no siempre queramos reconocerlo.
La tentación fundamental consiste en pensar que no necesito realmente renunciar
a nada, que puedo hacerlo todo, mantener lo que antes tenía y lo que ahora me
propongo realizar, aunque se le oponga… Pero sin embargo, esto es falso, irreal.
En
este sentido las parábolas del tesoro encontrado y de la perla preciosa nos
hacen comprender que el amor de Dios, su reino, la persona de Jesús y su
mensaje, una vez descubiertos como el
valor supremo, llenan a la persona de una alegría tan íntima (“alegría inefable
y gloriosa”, dice San Pedro – 1Pe 3,8) que se determina a adoptarlo como el
sentido orientador de su vida, aunque haya otros caminos que le ofrecen otras
formas de ser feliz.
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