P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, los fariseos le preguntaron a Jesús: "¿Cuándo llegará el Reino de Dios?".
Jesús les respondió: "El Reino de Dios no llega aparatosamente. No se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allá', porque el Reino de Dios ya está entre ustedes".
Les dijo entonces a sus discípulos: "Llegará un tiempo en que ustedes desearán disfrutar siquiera un solo día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán.
Entonces les dirán: 'Está aquí' o 'Está allá', pero no vayan corriendo a ver, pues así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación".
Jesús instruye a sus discípulos para la futura misión que habrán
de cumplir de ser sus testigos y continuadores de su obra. Estas instrucciones
asumen algunas veces el carácter de advertencias, como fue el caso de la
respuesta que dio a los fariseos que le preguntaron cuándo iba a llegar el
reino de Dios. Puso en guardia a sus discípulos frente a posibles engaños que
lleven a conclusiones falsas sobre la verdadera naturaleza y la venida del
reino de Dios.
Ante todo, el Reino de Dios no vendrá en forma espectacular. Hay que esperarlo con simplicidad, sin
preocuparse por el tiempo o por el lugar de su manifestación. Es verdad que
traerá consigo la plena y definitiva realización del ser humano y de todas sus
aspiraciones, todo aquello que es inherente al deseo de la salvación; pero es
por eso mismo una realidad trascendente, que incluye y va más allá del ámbito
de la felicidad y éxito que pueden alcanzarse en esta tierra.
Sin embargo, los judíos habían limitado su contenido a una
realidad de liberación y prosperidad temporal, que aparecería con todo el
esplendor de una monarquía restablecida y consolidada sobre los demás pueblos. Por
eso, la respuesta de Jesús tiene un cierto tono polémico. Jesús corrige esa absoluta
falta de comprensión de lo que realmente será el reinado de Dios.
Su llegada no será un acontecimiento predecible por signos o
presagios que permitan decir: ¡Está aquí! o ¡está allá! No hay que
caer en especulaciones o fantasías sobre su llegada. Jesús habla del señorío de
Dios, su Padre, como una realidad que ya está inaugurada y operante en Él. En
la palabra y obra del Hijo, Dios ha comenzado a actuar en las personas y en la
historia humana, estableciendo su reinado. No es necesario, pues, buscar signos
recónditos, sino remitirse al hoy de nuestra realidad, que es donde el amor
salvador de Dios actúa como una semilla que germina y crece.
Por eso dice Jesús: el Reino de Dios ya está dentro de ustedes,
que puede traducirse: entre ustedes está.
Ya está el reino de Dios en la persona de Jesús que proclama la salvación y
la anticipa en los signos que realiza, y está al mismo tiempo en su presencia
resucitada en el corazón del creyente, en los hermanos, y en la Iglesia. También
puede traducirse: el reino de Dios está
al alcance de ustedes, porque es una realidad ofrecida a todo ser humano,
que puede ser objeto del deseo de todos y puede alcanzarse si se aceptan sus
exigencias, es decir, si se adopta un estilo de vida conforme a los valores del
reino: santidad y gracia, verdad y vida, justicia, amor y paz. En este sentido,
el reino es como una fuerza invisible que actúa desde el interior de las
personas y las mueve a vivir y promover la vida de manera cada vez más plena.
Todos, pues, pueden sentirse llamados al reino de Dios y todos han recibido la
capacidad para conseguirlo.
Esto es lo más importante respecto al fin del mundo y a la venida
del reino de Dios, que Jesús hace coincidir con su segunda aparición entre
nosotros como Hijo del hombre. No se trata, por tanto, de dejarse envolver en
fantasías que no son sino formas de evadirse de la realidad actual en esperas
futuras.
Es en lo cotidiano donde se nos anticipa lo que vendrá y donde nos
encontramos con el reino, lo aceptamos o rechazamos con nuestros actos. Dentro
de nosotros está pero todavía no en su forma final plena y definitiva. Ésta
será repentina, no está sujeta a cálculo,
ni vendrá precedida de signos premonitorios. Pero será patente y como
el relámpago que brilla desde un punto a otro del cielo, mostrará la gloria del Resucitado. Sin
embargo –anuncia Jesús a sus discípulos– esa manifestación deberá ir precedida
de algo inevitable como el sufrimiento, el rechazo, la pasión y muerte del
Señor.
Así, pues, es una contradicción repetir en la eucaristía que esperamos la gloriosa venida de nuestro
Salvador Jesucristo, y por otra parte dejarse invadir por el miedo al fin
del mundo y al juicio final. El Señor
vendrá a poner de manifiesto lo que hay en nuestra vida y a ser finalmente
nuestra paz y alegría sin fin. Por tanto, hoy es cuando debemos esforzarnos por
estar con Él para poder estarlo eternamente. Su venida constante por la fe a
nuestros corazones y el deseo de plenitud que nos hace exclamar Ven, Señor, Jesús nos deben llenar de
aliento y esperanza.
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