P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.
El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?
No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero".
Al oír todas estas cosas, los fariseos, que son amantes del dinero, se burlaban de Jesús.
Pero él les dijo: "Ustedes pretenden pasar por justos delante de los hombres; pero Dios conoce sus corazones, y lo que es muy estimable para los hombres es detestable para Dios".
San Lucas consigna tres aplicaciones
prácticas de la parábola de Jesús sobre el administrador sagaz, que giran en
torno al tema de la actitud cristiana frente a los bienes de este mundo. La
primera: Gánense amigos con los bienes de este mundo, recomienda actuar con la misma
sagacidad de los hijos de este mundo frente a las exigencias del Reino; la
segunda: el que es de fiar en lo
poco, lo es también en lo mucho,
señala la necesidad de una administración responsable de los bienes materiales; y la tercera, ningún criado puede servir a dos señores,
sintetiza la actitud general que debe tener el cristiano frente al dinero y los
bienes materiales: tiene que optar por Dios por encima de todo, pues vivir en una
búsqueda febril del dinero, que obsesiona y esclaviza, es una contradicción.
Jesús
insta a los discípulos a administrar los bienes que poseen mirando siempre la
finalidad para la que están en este mundo, pues de lo que hagan o dejen de
hacer con lo que tienen en la tierra puede depender su destino eterno; el
proceder humano tiene una proyección trascendente. Apreciando la habilidad de
los «hijos de este mundo» en sus negocios, el cristiano no puede ser menos
creativo y sagaz en lo referente al servicio de Jesús y del reino.
Tiene
que aprender a usar los bienes materiales para ayudar a los pobres, ganar su
amistad compartiendo con ellos los bienes. Así, a la hora de la muerte, cuando los
bienes de este mundo ya no le sirvan para nada, ellos lo acogerán en la casa
del Padre.
En tiempos de Jesús y en la literatura judía se solía darle al
dinero el calificativo de “injusto”, no porque en cada caso lo fuera sino
porque en general, y según la experiencia, connotaba la idea de injusticia. Ejemplo
de ello es este proverbio: Muchos han
pecado por buscar ganancia, el que quiere enriquecerse hace la vista gorda (Eclo
27, 2). Al emplear, pues, la expresión “dinero injusto” lo que hace Jesús es
señalar que el empleo de las riquezas es de por sí peligroso para la salvación,
y ha de hacerse, por tanto, con sumo cuidado.
Quien tiene dinero ha de ser consciente de que se le ha confiado
su administración y debe procurar su recto empleo, no para su propio lujo y
placer egoísta sino para compartirlo e invertirlo para fines buenos y mirando
siempre al bien común. En la lógica de Jesús, lo poco e insignificante es el
dinero, lo mucho y lo sustancial son los valores del reino; los bienes
materiales son relativos, los del reino son absolutos; las riquezas son ajenas
a la persona, pues se quedan en este mundo, los bienes del reino son lo suyo,
lo que perdura y define la calidad de la persona.
Queda claro, por tanto, que cuando el dinero se convierte en un
fin en sí mismo y se vuelve lo más importante en la vida, el corazón de la
persona se llena de ambición y acaba haciéndose esclavo de sus bienes. Por eso es
tan categórico Jesús: no se puede servir a Dios y al dinero.
No hay más alternativa. El dinero tiene una extraordinaria fuerza de atracción,
se deifica y se convierte en ídolo, con todas sus consecuencias.
Por eso, en la administración de sus bienes, el cristiano no puede
olvidar que su “bien propio” es Dios, las “moradas eternas”, el proceder como
“hijos de la luz”. El dinero adquirido “legítimamente” y usado para ayudar al
prójimo atrae de Dios la recompensa. Dios está en quienes se benefician de su
buena administración –amigos, pobres, prójimos, bien común del país– por eso es
Dios quien recompensará toda obra de amor solidario cuando el dinero y los
bienes terrenales dejen de tener valor, esto es, a la hora de la muerte. Acumulen aquello que no pierde valor, tesoros
inagotables en el cielo…, porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón (12,
33s). La interpelación al discípulo queda planteada con toda su radicalidad.
¿Qué escoges? ¿A quién quieres servir?
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