sábado, 5 de noviembre de 2022

Ganen amigos compartiendo sus bienes (Lc 16, 9-15)

 P. Carlos Cardó SJ

Los siete actos de misericordia, óleo sobre lienzo de Frans Francken el Joven (1613), Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.
El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?
No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero".
Al oír todas estas cosas, los fariseos, que son amantes del dinero, se burlaban de Jesús.
Pero él les dijo: "Ustedes pretenden pasar por justos delante de los hombres; pero Dios conoce sus corazones, y lo que es muy estimable para los hombres es detestable para Dios".

San Lucas consigna tres aplicaciones prácticas de la parábola de Jesús sobre el administrador sagaz, que giran en torno al tema de la actitud cristiana frente a los bienes de este mundo. La primera: Gánense amigos con los bienes de este mundo, recomienda actuar con la misma sagacidad de los hijos de este mundo frente a las exigencias del Reino; la segunda: el que es de fiar en lo poco, lo es también en lo mucho, señala la necesidad de una administración responsable de los bienes materiales; y la tercera, ningún criado puede servir a dos señores, sintetiza la actitud general que debe tener el cristiano frente al dinero y los bienes materiales: tiene que optar por Dios por encima de todo, pues vivir en una búsqueda febril del dinero, que obsesiona y esclaviza, es una contradicción.

Jesús insta a los discípulos a administrar los bienes que poseen mirando siempre la finalidad para la que están en este mundo, pues de lo que hagan o dejen de hacer con lo que tienen en la tierra puede depender su destino eterno; el proceder humano tiene una proyección trascendente. Apreciando la habilidad de los «hijos de este mundo» en sus negocios, el cristiano no puede ser menos creativo y sagaz en lo referente al servicio de Jesús y del reino.

Tiene que aprender a usar los bienes materiales para ayudar a los pobres, ganar su amistad compartiendo con ellos los bienes. Así, a la hora de la muerte, cuando los bienes de este mundo ya no le sirvan para nada, ellos lo acogerán en la casa del Padre.

En tiempos de Jesús y en la literatura judía se solía darle al dinero el calificativo de “injusto”, no porque en cada caso lo fuera sino porque en general, y según la experiencia, connotaba la idea de injusticia. Ejemplo de ello es este proverbio: Muchos han pecado por buscar ganancia, el que quiere enriquecerse hace la vista gorda (Eclo 27, 2). Al emplear, pues, la expresión “dinero injusto” lo que hace Jesús es señalar que el empleo de las riquezas es de por sí peligroso para la salvación, y ha de hacerse, por tanto, con sumo cuidado.

Quien tiene dinero ha de ser consciente de que se le ha confiado su administración y debe procurar su recto empleo, no para su propio lujo y placer egoísta sino para compartirlo e invertirlo para fines buenos y mirando siempre al bien común. En la lógica de Jesús, lo poco e insignificante es el dinero, lo mucho y lo sustancial son los valores del reino; los bienes materiales son relativos, los del reino son absolutos; las riquezas son ajenas a la persona, pues se quedan en este mundo, los bienes del reino son lo suyo, lo que perdura y define la calidad de la persona.

Queda claro, por tanto, que cuando el dinero se convierte en un fin en sí mismo y se vuelve lo más importante en la vida, el corazón de la persona se llena de ambición y acaba haciéndose esclavo de sus bienes. Por eso es tan categórico Jesús: no se puede servir a Dios y al dinero. No hay más alternativa. El dinero tiene una extraordinaria fuerza de atracción, se deifica y se convierte en ídolo, con todas sus consecuencias.

Por eso, en la administración de sus bienes, el cristiano no puede olvidar que su “bien propio” es Dios, las “moradas eternas”, el proceder como “hijos de la luz”. El dinero adquirido “legítimamente” y usado para ayudar al prójimo atrae de Dios la recompensa. Dios está en quienes se benefician de su buena administración –amigos, pobres, prójimos, bien común del país– por eso es Dios quien recompensará toda obra de amor solidario cuando el dinero y los bienes terrenales dejen de tener valor, esto es, a la hora de la muerte. Acumulen aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo…, porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón (12, 33s). La interpelación al discípulo queda planteada con toda su radicalidad. ¿Qué escoges? ¿A quién quieres servir?

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