miércoles, 2 de noviembre de 2022

Día de los Difuntos

 P. Carlos Cardó SJ

El paraíso, óleo sobre lienzo de Corrado Giaquinto (1754 – 1757), obra no expuesta al público, Museo del Prado, Madrid

Pedimos al Señor de la vida que nos enseñe a asumir el hecho de la muerte de un modo nuevo, como Dios lo ve.

Por la fe sabemos que no se han perdido sino que han marchado antes que nosotros.

Cuando morimos pasamos de la muerte a la inmortalidad; y la vida eterna no se nos puede dar más que saliendo de este mundo. La muerte, salida de este mundo, no es un punto final sino un paso. Al final de nuestro viaje en el tiempo, llega nuestro paso a la eternidad, donde seremos cambiados y transformados a imagen de Cristo. La muerte no es un acabarse la vida para siempre; es el paso a otra forma de existencia, como quien cambia de habitación. Al deshacerse nuestra morada aquí en la tierra, adquirimos una mansión eterna en el cielo (San Cipriano  +258 - PL 4,506).

Este milagro de la fe nos confirma en la convicción de que nuestra vida humana no es sólo lo biológico, ni es tampoco algo ideal, sólo trascendente, que se pierde finalmente en un más allá indefinido y etéreo. La vida es relación, un conjunto de relaciones nos hacen ser lo que somos: relaciones con los otros y relación con Dios. La muerte no rompe ni destruye definitivamente las relaciones que han constituido nuestra vida. La muerte más bien nos permite el poder relacionarnos unos con otros y con Dios (meta de nuestra existencia) de manera perdurable, sin fin. La muerte para el cristiano es el paso a la vida definitiva en Dios, unida a Él.

Nuestra patria es el cielo… Allí nos aguardan un gran número de seres queridos, una inmensa multitud de padres, hermanos y de hijos nos desean; teniendo ya segura su salvación, piensan en la nuestra…

Convocados por el recuerdo de nuestros seres queridos, podemos decir: Los seguimos queriendo y hacemos lo que podemos hacer ahora por ellos que es orar y encomendarlos al misterio de la Bondad de Dios. Él es el único que puede mantenerlos en la vida y en la vida feliz para siempre. Los dejamos en sus manos. Allí, lo que fueron entre nosotros lo siguen siendo; sólo que libres ya de todo dolor y de todo mal, gozando para siempre de la presencia de nuestro buen Padre Dios. Sabemos que desde el cielo nos ayudan para que la vida siga significando lo mismo que antes, siga siendo lo mismo que siempre fue. Sabemos que esperan por nosotros en este intervalo que nos parece enorme, pero para ellos no lo es, pues existen en la eternidad de Dios. Desde allí nos ayudas a entender que el tiempo que nos separa es corto, muy cerca en realidad, como voltear una esquina.

Un pequeño momento, y todo será como antes –sólo que mejor, infinitamente más feliz y para siempre. Entonces todos seremos uno, juntos, con Cristo. Y Dios será todo en todo.

Dales, Señor el descanso eterno. Los dejamos en tus manos de Padre. Los seguimos confiando a tu infinita bondad para que sigas iluminando su rostro con la claridad de tu adorable presencia, meta de nuestro caminar, anhelo más profundo del alma, en quien nuestros queridos difuntos alcanzan su más hermosa y feliz realización.

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