P. Carlos Cardó SJ
Pedimos al Señor de la vida que nos enseñe a asumir el hecho de la muerte de un modo nuevo, como Dios lo ve.
Por la fe sabemos que no se han
perdido sino que han marchado antes que nosotros.
Cuando morimos pasamos de la
muerte a la inmortalidad; y la vida eterna no se nos puede dar más que saliendo
de este mundo. La muerte, salida de este mundo, no es un punto final sino un
paso. Al final de nuestro viaje en el tiempo, llega nuestro paso a la
eternidad, donde seremos cambiados y transformados a imagen de Cristo. La muerte no es un acabarse la vida para siempre; es el
paso a otra forma de existencia, como quien cambia de habitación. Al deshacerse
nuestra morada aquí en la tierra, adquirimos una mansión eterna en el cielo (San Cipriano
+258 - PL 4,506).
Este milagro de la fe nos confirma
en la convicción de que nuestra vida humana no es sólo lo biológico, ni es
tampoco algo ideal, sólo trascendente, que se pierde finalmente en un más allá
indefinido y etéreo. La vida es relación, un conjunto de relaciones nos hacen
ser lo que somos: relaciones con los otros y relación con Dios. La muerte no
rompe ni destruye definitivamente las relaciones que han constituido nuestra
vida. La muerte más bien nos permite el poder relacionarnos unos con otros y
con Dios (meta de nuestra existencia) de manera perdurable, sin fin. La muerte
para el cristiano es el paso a la vida definitiva en Dios, unida a Él.
Nuestra patria es el cielo… Allí
nos aguardan un gran número de seres queridos, una inmensa multitud de padres,
hermanos y de hijos nos desean; teniendo ya segura su salvación, piensan en la
nuestra…
Convocados
por el recuerdo de nuestros seres queridos, podemos decir: Los seguimos
queriendo y hacemos lo que podemos hacer ahora por ellos que es orar y
encomendarlos al misterio de la Bondad de Dios. Él es el único que puede
mantenerlos en la vida y en la vida feliz para siempre. Los dejamos en sus
manos. Allí, lo que fueron entre nosotros lo siguen
siendo; sólo que libres ya de todo dolor y de todo mal, gozando para siempre de
la presencia de nuestro buen Padre Dios. Sabemos que desde el cielo nos ayudan para
que la vida siga significando lo mismo que antes, siga siendo lo mismo que
siempre fue. Sabemos que esperan por nosotros en este intervalo que nos parece
enorme, pero para ellos no lo es, pues existen en la eternidad de Dios. Desde
allí nos ayudas a entender que el tiempo que nos separa es corto, muy cerca en
realidad, como voltear una esquina.
Un pequeño momento, y
todo será como antes –sólo que mejor, infinitamente más feliz y para siempre. Entonces
todos seremos uno, juntos, con Cristo. Y Dios será todo en todo.
Dales, Señor el
descanso eterno. Los dejamos en tus manos de Padre. Los seguimos confiando a tu
infinita bondad para que sigas iluminando su rostro con la claridad de tu
adorable presencia, meta de nuestro caminar, anhelo más profundo del alma, en
quien nuestros queridos difuntos alcanzan su más hermosa y feliz realización.
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