P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús sus discípulos y le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?".
Él les respondió: "A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos no. Al que tiene se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden. En ellos se cumple aquella profecía de Isaías que dice: Ustedes oirán una y otra vez y no entenderán; mirarán y volverán a mirar, pero no verán; porque este pueblo ha endurecido su corazón, ha cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni comprender con el corazón. Porque no quieren convertirse ni que yo los salve.
Pero, dichosos ustedes, porque sus ojos ven y sus oídos oyen. Yo les aseguro que muchos profetas y muchos justos desearon ver lo que ustedes ven y no lo vieron y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron".
Acercándose los discípulos. Los discípulos constituyen la
verdadera familia de Jesús, son los que escuchan la Palabra y la cumplen. Están
cerca, no fuera. Los llamó para que estuvieran con Él y para enviarlos a
predicar. Y ellos respondieron con disponibilidad y apertura, se adhirieron a Él
y lo siguieron. En cambio, los judíos, movidos por sus autoridades, lo
rechazaron, no se adhirieron a sus enseñanzas y lo condenaron. Faltándoles la
actitud básica de disponibilidad y apertura, se quedaron en la ceguera y la
obstinación.
¿Por qué les hablas en parábolas?, preguntan
los discípulos a Jesús. El hecho es que Él no deja de hablarles, pero no obliga
a nadie. Quien no quiere oírlo es libre. Y a quien quiera, la parábola le
ofrece una puerta para alcanzar la verdad. Sobre este presupuesto, el
evangelista Mateo quiere subrayar el privilegio de que gozan los discípulos de
Jesús, a quienes se les concede conocer el misterio del reino de Dios, que ha
queda oculto a los de fuera. Y se vale para explicar esto de un texto de Isaías
(6, 9-10).
A los pobres y sencillos, a los que se muestran confiados y
disponibles, se les concede conocer la voluntad del Padre, la participación en
su amor por medio del Hijo. A los sabios y entendidos de este mundo, en cambio,
todo les queda oscuro y oculto por no tener la actitud básica para ver y
comprender y seguir. Los que están fuera no se acercan, se defienden contra Él,
lo acusan en vez de acogerlo, y finalmente le dan muerte en vez de vivir de Él.
Son los que no siguen el signo de Jonás ni el ejemplo de conversión de los
ninivitas.
A quien ya tiene se le dará… Dios es amor que da sin fin. La
medida de su generosidad es la apertura de nuestro deseo. Por eso, cuanto más
uno desea, más recibe. En cambio a quien no tiene… se le quitará. Porque quien no tiene deseo no recibe
el don. Quien se cierra en su autosuficiencia se esteriliza. Fue el caso de los
judíos que se cerraron al don que Jesús ofrecía.
El contexto de este diálogo de Jesús con sus discípulos pudo ser
el de la preocupación de la comunidad de Mateo por la incredulidad de sus
compatriotas judíos, que se negaron a entrar en la Iglesia y creer en la
predicación cristiana. Este hecho encuentra su explicación en el misterioso
designio de Dios. No es de extrañar por tanto que los judíos hayan rechazado a
Cristo y sigan oponiéndose al evangelio porque Dios no se impone, ofrece
gratuitamente el don de su revelación salvadora y quiere que se le acepte
libremente. Pero así como el profeta Isaías fue rechazado por el pueblo y no
obstante no abandonó su misión de enviado de Dios, así también la falta de
éxito de Jesús y de su Iglesia no anula le verdad de la obra salvadora de
Cristo y de la misión que ha recibido de Él la Iglesia. Así pensaron los
primeros cristianos.
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