martes, 12 de julio de 2022

Ay de ti Corozaim, ay de ti Betsaida (Mt 11, 20-24)

P. Carlos Cardó SJ

Lamentaciones de Cristo sobre Jerusalén, óleo sobre lienzo de Charles Lock Eastlake (1846), Galería Nacional de Arte Moderno, Inglaterra

En aquel tiempo, Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse convertido. Les decía: "¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes, hace tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Pero yo les aseguro que el día del juicio será menos riguroso para Tiro y Sidón, que para ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo, porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que en ti se han hecho, quizás estaría en pie hasta el día de hoy. Pero yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti".

Jesús reprocha a las ciudades galileas de Corozaim, Betsaida y Cafarnaum, donde ha realizado la mayor parte de su predicación y de sus milagros, el no haber aceptado su mensaje y no haberse convertido. Sus reproches están pronunciados como amenazas, pero muchos comentaristas las interpretan más bien como lamentos: dolor del amor no correspondido, dolor de Dios por el mal del hombre. Como los reproches de una madre al hijo que la desobedece y, al obrar así, se hace mal a sí mismo.

¡Ay de ti! Lamento adolorido por la suerte de quien se niega a aceptar la gracia, el regalo que Dios le hace: ven la obra de Dios pero lo rechazan. A éstos los compara Jesús con Tiro y Sidón, ciudades opresoras que explotaban a los pobres, y cuya injusticia les impidió acoger la Palabra. Se menciona también a Sodoma, la ciudad corrupta. Pero todas ellas son menos culpables. Ellas no vieron las maravillas del amor de Jesús que Cafarnaúm y las ciudades galileas vieron.

Con el estilo propio de los antiguos profetas, Jesús pone en crisis, conmueve el corazón endurecido, mueve a abrir los ojos. Su palabra juzga, pone de manifiesto lo que hay en el hombre. Pero no condena a la persona; condena el mal pero no a quien lo comete. A éste Jesús lo busca, le habla, lo conmueve y está dispuesto a sanarlo. Por eso nos manda que amemos a todos, aun a nuestros enemigos y que no juzguemos a nadie.

El texto hace ver que con sus actos libres de aceptación o rechazo de la palabra de salvación que Jesús ofrece, se juega la persona su destino final, en términos de felicidad o infelicidad, vida realizada plenamente o vida echada a perder. A medida que, por la acción del Espíritu Santo, nuestra conciencia religiosa se desarrolla y purifica, a medida que maduramos en la fe, alcanzamos a comprender que Dios sólo busca nuestra felicidad antes y después de la muerte, que servirlo por la esperanza de premio o por el miedo al castigo, no es un servicio auténtico. Uno llega a comprender que el castigo viene del mismo mal que se comete. El mal daña, el pecado perjudica a quien lo comete.

Este es el mensaje central de este texto: Hay que aprovechar el tiempo presente, en el que nos llega la llamada del Señor. No podemos recibir la gracia de Dios en vano, dice Pablo, pues éste es el tiempo favorable, éste es el tiempo de la salvación (2Cor 6, 2). El Señor mismo viene a nuestro encuentro hoy con el rostro del hambriento, del sediento, del que anda desnudo o está enfermo o en la cárcel (Mt 25, 31-46), y en ellos quiere ser reconocido y servido.

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