P. Carlos Cardó SJ
Un día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar. Se reunió en torno suyo tanta gente, que él se vio obligado a subir a una barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo: "Una vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos, y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga".
Jesús explica el misterio de su vida, del desarrollo del reino de
Dios y de su Palabra que actúa en nosotros. El centro de la parábola es la semilla.
Pero se destaca la idea de que la siembra se frustra cuando la tierra es
superficial, o pedregosa, o llena de malezas; sólo al final se logra una cosecha
abundante. Probablemente Jesús pronunció esta parábola en el contexto histórico
del fracaso que vivió en su predicación en Galilea. La gente que primero le
siguió entusiasmada, después dudó de Él como Mesías, no creyó en la venida del
reino que éÉ anunciaba, no siguió sus enseñanzas.
Jesús revela el modo como Dios lee
las cosas y nos enseña a entender lo que acontece en nuestro mundo tan
contradictorio. Nos hace ver que el Reino de Dios ya está inaugurado y marcha
hacia su realización plena, pero que no tiene un desarrollo homogéneo y
triunfal. La acción de Dios choca con el mal y con las resistencias que le
oponemos. Pero –esta es la sorpresa– su éxito final está asegurado. Dios es
señor de la historia.
Con esta parábola Jesús quiere
recuperar la confianza de la gente, sobre todo de sus discípulos. Se puede llamar
la parábola de la confianza porque hay en ella una llamada a fiarnos de la obra
de Dios. La acción confiada del sembrador que esparce la semilla interpela al
creyente para que salga de sus temores y apatías, cobre valor y se abra a la
novedad del futuro que viene al encuentro del presente. No se trata de una
confianza fácil y optimista. Hay muchas dificultades que superar y obstáculos
que enfrentar.
A estas dificultades alude la
alegoría de las distintas clases de tierra. Más que cuatro tipos de hombres,
son cuatro niveles o formas de escuchar la Palabra de Dios que conviven en cada
uno de nosotros.
La
semilla caída en la tierra del borde del camino significa que podemos escuchar la
Palabra pero sin entenderla, sin asimilarla, porque nuestras maneras de pensar,
nuestras costumbres y prejuicios la echan a perder. Encerrados en nosotros mismos,
no advertimos la baja calidad humana y cristiana de nuestra vida, y nos
defendemos, arguyendo que no tenemos nada que aprender, ni nada que cambiar.
La
semilla que cae en terreno pedregoso acontece cuando escuchamos el mensaje
evangélico y lo acogemos con alegría, pero las presiones y tensiones internas y
externas a que estamos sometidos impiden que lo tengamos en cuenta en nuestra
vida y oriente nuestras decisiones y conducta. Todo queda en buenos
sentimientos y deseos, que no se traducen en obras, ni en un compromiso cristiano
efectivo.
La
caída de la semilla en tierra llena de malezas ocurre cuando permitimos que la
Palabra crezca en nosotros, pero después las preocupaciones vanas y el engaño
de las cosas que el mundo nos ofrece para ser felices, actúan en nosotros sofocando
los valores evangélicos, restándoles atractivo y fuerza, hasta hacerlos caer en
el olvido.
Pero
se da también en nosotros la tierra buena en la que la semilla sí puede dar
fruto. Esa buena tierra es lo mejor nuestro, aquello que nos honra y nos hace
sentir realmente bien: cuando somos capaces de gestos de generosidad y de amor
admirables. Entonces, nos hacemos disponibles a lo que el Señor nos pide.
Mantenernos
como tierra buena no es tarea de un día ni de dos; es proceso lento y
constante. Pero es un esfuerzo sostenido por nuestra confianza en Dios. A
pesar de las dificultades de la siembra, Jesús nos asegura el buen resultado.
Su Palabra es capaz de atravesar el espesor del mal en nuestro corazón y
convertirnos a Él.
Jesús nos invita a observar las
resistencias que oponemos a su mensaje, no para abatirnos sino para reconocer
dónde y cómo Él mismo lucha con nosotros para tomar posesión de nuestro
corazón. Nos pide que analicemos nuestras resistencias y pidamos vernos libres
de ellas para acoger lo que Él quiere darnos.
Al
celebrar la Eucaristía, Dios siembra en nosotros la Palabra, que se proclama de
manera más solemne que en otras ocasiones. Renovamos la confianza en la obra de
Dios en nosotros y pedimos que al comer el cuerpo de Cristo en la comunión, su
palabra se haga vida en nosotros.
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