P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo llevaron ante Jesús a un hombre mudo, que estaba poseído por el demonio. Jesús expulsó al demonio y el mudo habló.
La multitud, maravillada, decía: "Nunca se había visto nada semejante en Israel".
Pero los fariseos decían: "Expulsa a los demonios por autoridad del príncipe de los demonios".
Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor. Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos".
Antes de este texto está el de la
curación de dos ciegos, que alude a la fe, entendida como visión. Ahora la
curación del mudo alude a la fe como capacidad de comunicar la palabra.
La fama de Jesús se difunde, ha
llegado la noticia de la curación de los ciegos, por eso le traen ahora a un
mudo poseído por un demonio. En el evangelio, mudo es quien no oye la Palabra ni es capaz de expresarla. La
curación consistirá, pues, en la liberación que capacita para comunicar la fe.
El demonio es espíritu de oscuridad y
muerte, impide la Palabra de vida. Pero no resiste a Jesús, que es la luz y la Palabra
de Dios encarnada.
Llama la atención que en el texto
ni siquiera se menciona lo que Jesús dice o hace al enfermo; la atención se
pone en la reacción de la gente. Unos, la gente sencilla, maravillados por la
obra que Jesús realiza, ven en ella el cumplimiento de la promesa mesiánica, y
exclaman: Nunca se ha visto cosa igual en Israel. Los fariseos, en cambio, tienen una reacción contraria y, en vez
de ver en la curación del mudo la manifestación del poder salvador de Dios en
Jesús, utilizan el mismo milagro contra Él, afirmando que con el poder del príncipe de los
demonios hace estas cosas. Este enfrentamiento anticipa el conflicto
final que llevará a Jesús a la cruz.
Viene a continuación un resumen de
la actividad de Jesús, típico de los evangelios sinópticos, para señalar el
paso a otra sección. Aparecen las tres ocupaciones más características de
Jesús: la enseñanza, la proclamación de la buena noticia del reino de Dios y la
curación de enfermos.
Dicho
sumario concluye con la alusión a los profundos sentimientos de compasión que
despertaba en Jesús la suerte de su pueblo, abandonado, sin guías ni líderes
seguros y honestos que vieran por su bien. Los pastores son las autoridades, de
quienes ya el profeta Ezequiel había dicho que, en vez de promover el bien del
pueblo, buscaban enriquecerse.
¡Ay de los pastores de Israel que
se apacientan a sí mismos!... Se alimentan con su leche, se visten con su lana;
matan a las más gordas, pero no apacientan el rebaño. Al no tener pastor, se dispersaron…
Por eso, así dice el Señor: Yo mismo en persona buscaré mis ovejas siguiendo su
rastro (Ez 34, 2-3.11). Con ese
mismo tono polémico, aludiendo implícitamente a los jefes judíos, que van a ser
sustituidos por nuevos guías, Jesús manda a sus discípulos para que atiendan a
las ovejas de Israel.
Las palabras que emplea para este
envío mencionan a la cosecha, que en los escritos de los profetas servía para
indicar el juicio final. Con ello, Jesús da a la misión de los evangelizadores
una trascendencia muy especial: el mensaje de que serán portadores ofrecerá a
la gente el don del amor de Dios, que salvará sus vidas si lo acogen en actitud
de conversión. Queda claro que el don de la salvación, y su mismo anuncio, no
parten de la iniciativa humana sino de la voluntad del dueño de la cosecha: La
cosecha es abundante pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la
cosecha que envíe obreros a recogerla.
A todos nos llega la invitación
que hace el Señor. Todos somos llamados. La misión nos atañe, es de todos y
para todos. Así mismo, orar para que el dueño de la cosecha mande operarios y
mostrarse al mismo tiempo disponible para ir a trabajar en ella, son la
expresión de la adhesión a Jesús, el buen pastor. Como Él, la inquietud constante
del discípulo será manifestar con su vida y con su palabra el amor que Dios
tiene a todos, sin distinción, pero mostrando al mismo tiempo una especial
solicitud por las ovejas débiles,
perdidas o descarriadas, para que no se pierda ninguna. Este Dios expresa una
gran alegría en el cielo cuando los descarriados y excluidos son integrados
realmente y pueden vivir en la comunidad el amor que Él les tiene.
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